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jueves, 16 mayo, 2024
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Recordatorio

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

En vísperas de la elección del año 2012, un sinnúmero de intelectuales y activistas, entre los que destacaban los líderes de la transición política, alertaban sobre los riesgos que tendría para nuestro incipiente proceso de democratización, una victoria del viejo partido de la hegemonía, el Revolucionario Institucional, en la figura de Enrique Peña Nieto. Los temores estaban fundados en distintas hipótesis, resultado de análisis que descansaban en un retroceso general por el resultado de una elección particular, sí bien la más importante de todas, en nuestro sistema político-electoral. Quizá es por supuesto demasiado pronto para saber sí en términos cualitativos hubo retrocesos trascendentes, sin embargo, hay una prueba que fue superada: la de la sociedad civil organizada, los medios y los poderes, dentro del propio Estado, como contrapeso al Poder Ejecutivo. En el sexenio que recién ha terminado, la oposición política, pero sobre todo, la actividad de la sociedad civil organizada, el trabajo de los medios de comunicación y el control del poder horizontal, desempeñaron un papel a la altura del reto, denunciando toda tentación autoritaria y demandando cambios de postura, oponiéndose a decisiones con talento y astucia. En 2018, gracias a esos esfuerzos pudimos ser partícipes de una contienda electoral única en nuestra historia y fuimos testigos, como los ciudadanos hacía pagar el precio de sus errores a una élite. En el transcurso, las instituciones hicieron parte de lo que les correspondía: la oposición en el Congreso obligó al Ejecutivo a retroceder en varios aspectos, luego de romper el Pacto por México (instrumento hoy desacreditado que, sin embargo, fue un ejercicio de gobernabilidad nunca antes visto, falto sí, de su vertiente de gobernanza), y la Suprema Corte de Justicia, echó por tierra determinaciones que estaban fuera del espíritu de la Constitución (la Ley de Seguridad Interior, por ejemplo).

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Sin embargo el primero de julio de 2018 nuestro sistema político, forjado durante los últimos cincuenta años, sufrió un gran cisma: los poderes populares (Ejecutivo y Legislativo) pasaron, por decisión de una amplia mayoría de mexicanos, a una nueva (es un decir) expresión política, cuya promesa de cambio pasaba también por una transformación implícita de las formas de detentar y ejercer el poder, inutilizando los mecanismos democráticos (entendiendo al sistema democrático como un concepto más amplio que el de la mera expresión de las mayorías) y retornando a esquemas de pragmatismo político muy propios de la era hegemónica (acaso por el origen, acaso por el destino).
A estas alturas ha quedado claro que las instituciones que debieron pasar la prueba en el sexenio anterior, lo están, como siempre, también en éste, con un ingrediente aún más complejo: hay que imponerse por razón al aplauso. Difícil tarea para un país que entiende la democracia como un asunto exclusivamente de mayorías y no de respeto irrestricto a derechos humanos, contrapesos y equilibrios de poder, sin los que no puede hablarse de democracia, sino acaso de popularismo.

Pero las instituciones requieren también de una base social, aunque ésta sea mínima, requieren en un ambiente de deliberación y en el caso mexicano, de supremacía del papel gubernamental sobre otras esferas de lo público, de aliados estratégicos. Este es el papel que hoy corresponde a la sociedad civil organizada, los medios de comunicación, a la oposición partidista, a otros órdenes de gobierno, a la ciudadanía en general (aún a los simpatizantes del régimen actual) y también a los funcionarios que quieran ejercer un sano equilibrio “desde adentro”. Es un reto que día a día recobra importancia, sin equilibrio, sin contrapesos, sin razonamiento, oposición y lo que es más importante, sin política en clave de agentes, la democracia no puede ser, el desarrollo es una ilusión pasajera y la justicia social, una promesa que antes de cumplirse, se desvanece.

Todo lo anterior es una obviedad en cualquier democracia liberal. Pero es justo ese el problema que hoy compartimos con otras tantas sociedades regidas por ese ideal liberal en peligro: nos enfrentamos a un régimen que quiere apostar al mal experimento político de superar por la vía del populismo y el efecto placebo, a la historia, nos toca evitarlo y recordarlo. ■

@CarlosETorres_

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