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domingo, 16 junio, 2024
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Realismo mágico

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Por: DANIEL SALAZAR M. •

La muerte tocó a su puerta temprano. Se despertó alarmado, sudando fríos y con fuertes dolores de abdomen. No tuvo más remedio que armarse de valor y pedir auxilio de vecino. Al día siguiente y por recomendación de conocidos, consultó a dos sabias ancianas, tres curanderos y más tarde, a un distinguido doctor de apellido largo cuya reputación estaba tallada en un discreto letrero en el Centro Histórico de la ciudad: Médico Cirujano Raúl Galeno de la Peña y Peña, Gastroenterólogo… Pero ninguno de ellos pudo dar con el mal que lo aquejaba. Aquellos terribles días de agosto presagiaban mala temporada.

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Indiferentes y siempre de prisa, los doctores y especialistas que lo revisaron, equivocaron una y otra vez el diagnóstico creyendo que se trataba de un malestar estomacal provocado por una espléndida cena. Desesperado ya, hizo un último intento y visitó a un reconocido médico del municipio… Habían transcurrido siete  días sin que él pudiera probar alimento y sin que la larga lista de remedios y medicamentos surtiera algún efecto.

Manuel –sociólogo egresado de la universidad– enfrentaba los peores días de su existencia. Sobre su agitada vida se ceñía la sombra de un terrible mal que contrastaba con la belleza mágica de la capital zacatecana en la que trabajaba.

Así las cosas, salió huyendo de ese lugar. Acompañado de un amigo, se trasladó más al norte para quedar al cuidado de su familia. Su aspecto y estado de ánimo, indicaban que le rondaba la muerte. Aun así, quiso escuchar la opinión de un médico más, pero el galeno -que contaba con muy poca información de los síntomas- diagnosticó, vía telefónica, un “caso avanzado de amibiasis… “.

No había tiempo que perder. Los familiares de Manuel lo ingresaron de emergencia al Hospital San Carlos. Ahí, con radiografías y otros saberes, descubrieron que se trataba de una inflexible obstrucción intestinal con nueve días de ventaja por lo que había que operar cuanto antes. Luego de varias horas, de la cirugía resultó que un tumor era la causa del mal y que -según la larga experiencia de los cirujanos- tratábase de uno de alta probabilidad cancerosa, “en grado avanzado”, alertaron.

El ejemplar fue enviado al laboratorio y al paciente lo mantuvieron en observación por una semana ya que, después de 9 días con el intestino obstruido, finalmente había reventado provocándole “peritonitis”. Se temía que fuera generalizada y que otros órganos vitales se hubieran visto afectados.

Asombrosamente no hubo daño mayor. Manuel y su familia esperaban ahora los resultados de laboratorio y solo después de semanas, la espera infernal terminó: De manera igualmente “asombrosa” (sus familiares alegaron milagrosa), el informe reportó “divertículos” como la causa, con lo que se descartaba la posibilidad del cáncer. La cirugía realizada es conocida en el mundo médico como “colostomía” por lo que Manuel quedó separado de sus actividades por largo tiempo.

Nueve meses transcurrieron para una nueva cirugía. Manuel, rebelde y renegado como él solo,  desde el inicio de su mal quería sortear -como fuera- aquella mala jugada del destino, soltarse de la muerte. Inspirado por el “Gabo”, desde muy joven había tomado la decisión de querer “morirse por su cuenta”.

El “cierre de colostomía” (anastomosis), era su nuevo tormento. Pero la maestría de los cirujanos le devolvió la esperanza y también la posibilidad de retomar su vida laboral, académica, militante. Manuel había vuelto a nacer; había descendido al infierno, rozado la muerte, pero estaba de regreso.

Debido a que prácticamente no se había informado a nadie de su mal, pensó igualmente que nadie lo visitaría durante sus últimos días de cama. No fue así. El cuarto 229 del Hospital San Carlos se llenó de alegría, familiares y viejos amigos. Dios –que parecía haber estado de vacaciones en aquel final de agosto– fue invocado nuevamente, esta vez con plegarias de agradecimiento.

Después de la cirugía que le devolvió la vida, poco antes de salir del hospital Manuel se miró al espejo y dijo para sí: “Lo logré, sigo aquí, con los pies sobre la tierra; me siento fuerte, rejuvenecido, mucho mejor de lo que era…”. Sin embargo al ver la foto de su estancia encamada, dejó atrás sus cavilaciones para recordar nuevamente al viejo escritor cuyas obras fueron compañeras de cuarto y medicina infalible. Cuánta razón –pensó- la del colombiano, al decir que “uno envejece más rápido en los retratos que en la vida real…”

Al abrir la puerta de la victoria, miró por la ventana de su cuarto desde donde cada amanecer escuchaba el canto alegre de un pájaro que le tranquilizaba, le daba fuerza y nuevos apegos a la vida. En lo peor de su convalecencia, había podido recordar que la vieja “crónica de una muerte anunciada” auguraba, dentro de su tragedia, que los sueños con pájaros son de buena salud….

La vida es bella, pensó al salir. Se despidió de las enfermeras y fuera ya del hospital –en su trayecto a casa y solo entonces– pudo comprobar algo que ya sospechaba: que “no hay mejor medicina que la de querer seguir viviendo”. ■

 

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