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jueves, 16 mayo, 2024
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La invisible y enorme contradicción del mundo moderno

■ “Si la juventud supiera…”.

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Por: José Luis Pinedo Vega •

La generación actual de jóvenes está mejor preparada que la anterior, pero no es reconocida como tal en el sistema político, económico y social. Tiene salarios comparativamente menores, a valor pasado, respecto a la generación anterior… y está más expuesta que nunca a las eventualidades e incertidumbres. “Ya no se vale soñar, yo no tendré un trabajo fijo, no tendré jubilación ni una casa como la de mis padres, tal vez tenga que rentar durante toda mi vida y vivir de crédito en crédito…”, me comentaba hace unos quince años un joven profesor de la Alianza Francesa. Y este fenómeno, la incertidumbre de la juventud, pocos lo ven, porque los medios de enajenación del hombre moderno se han multiplicado, justamente para evitar que la juventud reconozca su problemática y que la sociedad seamos solidarios con ella. 

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Y este no es un problema nacional, es un problema mundial, con excepción de los países nórdicos. Los profesionistas que recién comienzan su vida familiar, por lo general no tienen seguridad laboral, tienen que dedicar hasta un 60% de sus ingresos para renta, y no tienen acceso a créditos inmobiliarios porque sus ingresos son insuficientes para reunir el anticipo de un crédito de vivienda y/o no son sujetos de crédito. En el mejor de los casos, están supeditados a heredar la casa de sus padres o a la ayuda de ellos para acceder a un crédito inmobiliario. Y si eso afecta a los profesionistas, imaginemos lo que sucede con la población marginada. Y eso no es casual, el producto de la legislación en favor de la globalización y la liberación del mercado. 

Pero ¿aún se vale soñar?

Indudablemente, hay más riqueza en el mundo que en el siglo XX. Con excepción del 2008 con la crisis inmobiliaria de los Estados Unidos y del 2020, año de la pandemia, el PIB mundial ha crecido año tras año sin excepción. El número de multimillonarios se multiplica cada día, las inversiones mundiales y la actividad de las bolsas de valores no deja de crecer… Sin embargo, la estratificación económica entre países, y entre los ciudadanos de cada país, se ensancha. Y esto, lo que refleja, es una gran contradicción en la economía de mercado. 

Sin embargo, los políticos, de todos los colores y sabores del mundo entero, siguen predicando la pretensión y preocupación, cuasi-universal, de búsqueda de crecimiento económico continuo y eterno. Pero mientras que la economía de mercado logra sus objetivos y sigue creciendo, las garantías sociales y laborales se contraen en forma irreversible. ¿Cómo es posible que, mientras el mundo es más rico, la población sea más pobre, y el planeta se deteriore en forma acelerada, resultado de la industrialización y de los cambios climáticos? Esa es la gran contradicción de la economía de mercado, que nadie ve o pocos quieren ver porque aparentemente no tiene solución. 

Pero, ¿en realidad no habrá solución? Indudablemente hay solución, pero para eso harán falta estadista de la talla de Franklin D. Roosevelt, o Wiston Churchil, los mismos que dieron pauta a la solución de la crisis financiera del 1929, que fue detonante de la I Guerra Mundial y que se engarzó con la II Guerra Mundial.

La crisis de 1929, llamada “la gran depresióncomenzó con la más devastadora caída del mercado de valores en la historia de los Estados Unidos, por si fuera poco, se dio en un año de sequía extrema. La bolsa de valores no dejaba de subir. Pero no como resultado de los beneficios reales de las empresas, sino por la actividad especulativa. Las inversiones se hacían a partir de préstamos bancarios, pero el dinero no se invertía en la producción, tenía como destino el mercado financiero. Cuando las deudas acumuladas llegaron a ser impagables, se desencadenó el desastre “bursátil”. 

El 24 de octubre de 1929, el “jueves negro”, se pusieron a la venta un número récord de 12.9 millones de acciones que no encontraron comprador. La caída de la bolsa de ese día fue estrepitosa, pero no tanto la del “lunes negro” y el “martes negro” 28 y 29 de octubre de 1929, que aceleraron la expansión del pánico a largo plazo de los Estados Unidos. En tres días, 100 mil trabajadores perdieron su empleo. En 1929 quebraron cuarenta bancos, y para 1931 habían quebrado ya dos mil. La quiebra tuvo lugar porque los particulares retiraron sus depósitos ante el temor de perderlos.

Las primeras medidas que se aplican para contrarrestar la crisis del 29, fueron las típicas recetas del liberalismo clásico: reducción del gasto público, restricción de los créditos, disminución de los gastos sociales y salarios y disminución de las importaciones. Pero a pesar de todas ellas, la gran depresión se prolongó durante más de diez años. De hecho, la gran depresión se generalizó a nivel mundial y desembocó en la Segunda Guerra Mundial.

Los principios del equilibrio mundial, que fueron motor del desarrollo mundial subsecuente, se establecieron en la Declaración de Filadelfia promovida por el presidente Franklin D. Roosevelt. Los preceptos adoptados fueron: “El trabajo no es una mercancía”, “La Pobreza constituye un daño para la prosperidad” y “Trabajo para todos y participación en los beneficios del progreso”. 

De hecho, estas ideas no eran nuevas, eran los preceptos fundamentales del progreso económico que instituyó Henry Ford, el fundador de la empresa de automóviles Ford. Entre 1907 y 1917, Ford puso en práctica los preceptos: trabajo para todos y una progresión del salario en función de la productividad de las empresas. Su empresa fue sumamente exitosa, aunque pocos le siguieron. Y esos pueden ser preceptos básicos aun hoy en día. Si lo fueron en la cuna del capitalismo, indudablemente lo pueden seguir siendo en el mundo entero.

A partir de la Declaración de Filadelfia, en 1932, Roosevelt promovió un aumento del 25% al 63% de impuestos sobre las ganancias de las grandes empresas. En 1936, el aumento pasó a 79%; en 1941 pasó al 91%; en 1944 regresó al 70%. Es decir, sobre la base de los impuestos a las grandes empresas se desplegó la reestructuración económica mundial, y Estados Unidos se convirtió en la primera potencia mundial, sin que sus grandes millonarios dejaran de ser los más ricos del mundo.

Pero, ¿acaso hoy en día hay gente con pensamiento de estadista? Indudablemente que los debe haber, pero el establishment de la economía de mercado no los deja aparecer. El caso más evidente es Bernie Sanders, quien fue precandidato del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos.

Bernie Sanders, indudablemente conocedor la historia, de la economía y de la política, se le considera el máximo abanderado del Socialismo Moderno. En la propia cuna del capitalismo, cimentó su popularidad entre los votantes jóvenes con victorias en Vermont, Utah y Colorado, reconociendo y divulgando los principales problemas que ha generado la economía de mercado. Se declaró enemigo de las políticas que han favorecido a las multinacionales y los grandes inversionistas, proponiendo que, de llegar a la presidencia, aumentaría los impuestas para ellos, para con esos ingresos favorecer los programas de salud y de bienestar. Propuso, además, el liberar a 45 millones de profesionistas de la deuda por las becas de estudios que ahogan a gran parte de la juventud actual, en un país elitista donde las universidades son privadas. Vivir sin deuda es la lección histórica de Roosevelt. 

Pero, a pesar de que llevaba la delantera en los sondeos de las elecciones primarias, Sanders no llegó a ser candidato a la presidencia, en su lugar llegó Biden. Nunca se habla de fraude en Estados Unidos porque su sistema electoral garantiza la discreción; en donde no es el voto directo el que decide, estos tan solo sirven para nombrar delegados, que deciden los resultados finales. A menudo no se conocen los resultados de ambas votaciones, solo se informan los resultados finales. Curiosamente, parece existir un pacto de caballeros donde nunca las facciones o partidos perdedores objetan los resultados. Por eso se dice que es el establishment de los Estados Unidos el que decide. Y justamente fue él el que no dejó a Sanders ser candidato por el Partido Demócrata, porque sus propuestas representaban una amenaza para el sistema económico. 

Sanders seguramente no llegará a las próximas elecciones presidenciales. Pero ha dejado lecciones históricas para quien las quiera ver. Y una lección histórica adicional fue que un viejo como Sanders cautivó a un buen sector la juventud; mostrando que la experiencia suele ser más sabia que el ímpetu de la juventud. Sin duda hacen falta más figuras con pensamiento de estadística como él. Porque en efecto, es imperativo generar un nuevo orden económico en el que haya una redistribución de la riqueza, y que sea benévolo con el medio ambiente. 

Para que haya una redistribución de la riqueza será importante revivir lo que promovió Sanders, que haya grandes impuestos grandes para las grandes ganancias y mayores salarios para las clases bajas; justamente como ocurre en los países nórdicos, y no como ocurren en México, que mientras que algunos profesionistas pagamos hasta el 30% de impuestos sobre nuestros ingresos, las grandes empresas solo pagan entre 5 y 7% e incluso con gobiernos anteriores se les eximía del pago.

Se debe reconocer que la concentración de la riqueza es un mal para la economía y para el desarrollo. En mismo Estados Unidos hay multimillonarios que han reconocido que deben pagar mayores impuestos. Pero la clase empresarial de México dista mucho de ser progresista y promotora de un desarrollo nacional porque es una clase artificial, que creció a la sombra del gobierno y de una legislación que siempre les ha favorecido.

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