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domingo, 5 mayo, 2024
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La princesa del piercing en la lengua, degusta su torta de tamal

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Por: QUITO DEL REAL •

  • El son del corazón

Apresurados en la tarea de engullir un par de gorditas fritas, con hongos y huitlacoche, mi querido amigo Clément historietista de resonancia internacional y un servidor nos recargamos al borde de la entrada del metro Patriotismo para insistir, cada vez con nuevos argumentos, que la época muestra cada vez más su rostro siniestro, que no hay para dónde huir, y que es hora de parar la carrera para afrontar organizadamente esta realidad deseosa de tragarnos en el momento menos esperado. De no hacerlo, estaremos a merced del pum y el adiós.

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Dice Clément, bufando de enchilado: Es cierto, ya no somos los de antes. Nadie en este país se salva del estigma de haber sido manoseado por los planes criminales que se diseñaron en las oficinas de las instituciones financieras mundiales. Nadie escapa de las manos aviesas de los agentes políticos locales, concentrados en cumplir órdenes y responder con celo al librito de los procedimientos macroeconómicos. Nosotros vivimos la tragedia, los organismos financieros y sus burócratas autóctonos vigilan con ojos atentos.

Digo, mientras le entro, glu, glu, al tepache: Es mucho el lustre que le echan a los edificios de Paseo de la Reforma y de Santa Fe; sin embargo, la ciudad luce desencajada y cualquier vista a vuelo de pájaro muestra enseguida los chipotes decadentes de su manufactura. El problema del caos citadino, asunto que tiene que resolver Ricardo Monreal, entre otros, demuestra su vocación ascendente; ya son más los días de alerta por los altos niveles de ozono y los programas de circulación vehicular son ineficaces. Los cientos y miles de desempleados arrastran su desesperanza por las calles agrietadas y la opción del ambulantaje crece como pústula cancerosa. ¡Ay!

Primera conclusión común: El concepto de ciudad competitiva con que los gobernantes desean lavar la mediocridad del espacio en que nos toca vivir, no trae consigo buenas expectativas para todos. La Ciudad de México es un nudo concentrado de olores de fritangas, un arsenal de ruidos variopintos, una colección de rostros desencajados, un rictus de alerta permanente, un viaje entre la multitud para alcanzar un destino impreciso, un deseo asesinado en las horcas caudinas de la demagogia, un cuerpo tembleque a punto de caer desfallecido, un montón amenazante de basura tecnológica, una estela pestilente de bubas y desperdicios.

Clément mira de soslayo a una chica de piercing en la lengua y dice: Esta ciudad pierde su color con rapidez, da material para imaginar la magnitud de la catástrofe social y económica en que se revuelve el resto del país. ¿En qué momento perdimos la galanura?

En lo personal, me dice, considero que no hay soluciones a corto ni a mediano plazo. El pueblo de México asiste a las exequias de su patria y observa pasivo, sin demostrar impresión alguna, la magnitud de su desmantelamiento.

Y pienso con gravedad: En efecto, la crisis de dirección política de los mexicanos tiene una profundidad muy oscura, difícil de remontar, porque no hay ideas ni hombres capaces de caminar por la vereda de los cambios revolucionarios; hacer política en los tiempos presentes se reduce a manejar parámetros reformistas muy mezquinos, donde resaltan la corrupción y la frivolidad, y se disuelve el entusiasmo por la reflexión y el debate.

Acordamos, para registrarlo en actas: Son muchos los movimientos, demasiadas las expectativas de los activistas sinceros, pero nadie sabe a dónde vamos. Nomás las compañías trasnacionales y su pequeño grupo de enanos locales que les administra la crisis y les entrega puntualmente las cuentas, a cambio de una licencia generosa para saquear las arcas estatales.

No hay ideas, no hay programa, no hay organización social independiente.

¿La cuenta? 4 gorditas, 1 tlacoyo, 1 pambazo, 2 tepaches: 92 pesos. ¡Un abuso!

La princesa del piercing en la lengua camina hacia Alfonso Reyes, mientras degusta su torta de tamal.

*

Un festival cultural bien concebido, es una expresión de política concentrada. Los curadores más sobresalientes de los festivales musicales, toman en cuenta la opinión de un consejo consultivo; saben que no es posible asumirse como responsables únicos de un evento de calidad.

Hoy decidí escribir algo de la edición 14 del Festival Son para Milo, que se lleva a cabo en este momento, en las instalaciones del Centro Deportivo Plan Sexenal. Lo que ahí sucede parece insólito para quien nunca ha husmeado con seriedad en la riqueza de la tradición musical mexicana; aunque esta fiesta de tres días se concentra en las varias manifestaciones del son, es posible asegurar que la cultura popular mantiene su vigor, a pesar de los signos ominosos que buscan silenciar toda manifestación cultural independiente.

La empresa es llevada con pulcritud, a través de actividades paralelas: muestras gastronómicas de todos los rincones del país, artesanías, telares, laudería, bebidas y golosinas, ediciones a mano, pintura, etc., desplegadas en los amplios espacios de este centro deportivo. Para el trabajo dancístico-musical, construye una enorme carpa rectangular, con tres pistas de madera para bailar el zapateado, espaciosas tribunas y, a los lados principales, levanta dos magníficos escenarios para ofrecer una muestra continua de grupos invitados, que vienen a tocar gratis, provenientes de la Tierra Caliente, la Huasteca, del Sotavento, la Sierra Gorda, de los altos de Jalisco y regiones de Colima.

Las intervenciones musicales se reglamentan. Un grupo invitado ocupa el escenario durante 30 minutos y toca lo mejor de su repertorio, mientras en el escenario de enfrente se hace la prueba de sonido de la siguiente agrupación. Y así sucesivamente. En ese contexto, las parejas le dan duro, sin desfallecer, al zapateado (ca-je-ta con pan, ca-je-ta con pan), durante doce horas.

El festival goza de cabal salud, a pesar de haber desalojado su espacio, de más de diez años, en la Escuela Normal de Maestros, ubicada en San Cosme. Los diversos agrupamientos siempre manifiestan su orgullo de participar en la máxima fiesta del son en México. ¿La clave de su éxito? La democracia contenida en sus decisiones. ■

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