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viernes, 17 mayo, 2024
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Paralelismos históricos: Luis Cabrera y Xóchitl

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Por: Mauro González Luna •

Hay ciertos episodios, circunstancias y paralelismos que hermanan de alguna manera a personajes en principio sin relación alguna, ya sea porque pertenecen a años, a centurias diferentes o porque tienen oficios o personalidades dispares.

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Algunos de esos paralelismos aparecen de pronto, esporádicamente, ofreciéndose a la óptica contemporánea de forma un tanto misteriosa que exige atisbarlos en sus insinuaciones, luego descubrirlos y hacerlos visibles, actuales, a través de un hurgar en la historia, aguzando la vista.

Aparición de paralelismos que obedece a un destino que se obstina en repetirse, en un volver a empezar para realizarse y que la vida regala gratuitamente como oportunidad que, de no aprovecharse, huye desairada para no retornar sino en otro tiempo, lejano, con diferentes personajes.

A la luz de lo anterior, se encuentra un notorio paralelismo, del que hablé sucintamente en mi artículo anterior, entre lo ocurrido en 1946 cuando a siete años de su fundación, el Partido Acción Nacional eligió en asamblea democrática a Luis Cabrera, quien no pertenecía al partido, como candidato presidencial, como candidato de unidad nacional, a propuesta de Efraín González Luna en discurso cuyos puntos medulares fueron:

-Nos interesa el bien objetivo de México. Debemos escoger conforme a ese grande interés superior a nosotros.

-El mal de nuestra cultura y el mal de México, por tanto, es el de la rotura de la unidad interna. Debemos reconstruirla, haciendo todo lo que sea preciso para lograr de nuevo esa unidad.

-Acción Nacional ha luchado desde hace siete años contra el espíritu de facción. Demos ahora el ejemplo de unidad que por sí solo es ya una victoria.

-Podría, pues invocar, por una razón táctica evidente, la conveniencia de una candidatura de concentración para que a nuestras fuerzas se sumen fuerzas ajenas, limpias y de buena voluntad, para dar una batalla con más probabilidades de éxito.

-La propuesta de candidatura presidencial es la de un hombre con algunas de cuyas posturas políticas no estoy de acuerdo (por ejemplo, con su defensa de las leyes anticatólicas de Reforma), pero que a mi juicio reúne los requisitos de un candidato de unidad nacional: Luis Cabrera.

Cabrera, ideólogo del maderismo revolucionario de 1910, representaba un bien político frente a lo faccioso del régimen de entonces. Cabrera declinó el ofrecimiento en el «momento más trascendental de mi vida, dijo», en virtud fundamentalmente de no encontrarse ya en la plenitud de la edad para poder ver hacia atrás y «aprovechar las luces del pasado y al mismo tiempo mirar hacia adelante para comprender a las nuevas generaciones…». Y añadió: «la aparición de mi candidatura en el seno del PAN la considero y agradezco como la más alta distinción que pueda conferirse a un ciudadano y la conservaré en el fondo de mi corazón como el más alto honor que se me ha hecho en mi vida». ¡Ese era Luis Cabrera!

Y ahora, a 77 años de distancia, hace aparición un paralelismo político entre ese episodio de 1946 y uno de 2023: de una parte de la ciudadanía despierta, de un frente plural, esperanzador a pesar de las limitaciones, inédito, que subordina intereses partidistas a uno superior, surge la candidatura presidencial próxima de Xóchitl Gálvez, sin filiación partidista.

Se trata de la subordinación de la anécdota grupal al alto destino patrio, al porvenir de las generaciones jóvenes, en un tiempo demandante de sacrificios por un México grande, generoso, próspero, justo, en paz; unido en lo esencial con su larga historia que comenzó hace siglos no ayer, con sus hondas raíces indígenas y españolas que no se pueden arrancar a riesgo de matar su alma privativa, con su fundamental cultura mestiza y guadalupana, ajena a ideologías materialistas, ateas, anti libertarias, y con los grandes valores de la nacionalidad, abierta al mundo, sin complejos estériles.

Una candidatura próxima la de ella, de unidad en la pluralidad, deslumbrando a propios y extraños, en tiempos revueltos, de enconos y odios entre hermanos mexicanos, haciendo un llamado a la concordia, desconcertando al poder en turno con una historia y una personalidad cercanas de verdad al pueblo, con una «viva conciencia de fraternidad», con una autenticidad que doblega resistencias y entusiasma multitudes.

Pero ese paralelismo entre 1946 y 2023, tiene una diferencia notable: Xóchitl Gálvez ha aceptado el alto honor, el reto formidable de enfrentar todas las adversidades, todas las amarguras e incomprensiones, en plenitud de vida, de servicio en aras de la reconstrucción nacional. Ésta es la tarea apremiante: una tarea de titanes que exige el concurso de un equipo competente, de una doctrina política profunda que está ya al alcance de la mano, de un plan estratégico, de una reorganización territorial que se acerque ya a las bases ansiosas de ser tomadas en cuenta, de una ciudadanía responsable, comprometida, consciente, capaz de entender la gravedad de la hora.

Notorio paralelismo entre la elección de candidaturas a la presidencia, la de antaño y la que está por concretarse, la de Luis Cabrera ayer, y la de Xóchitl Gálvez hoy. La vida vuelve a brindar la oportunidad de oro a hombres y mujeres de buena voluntad para rectificar el rumbo, para reencontrar no lo que divide sino lo que une, no lo que violenta sino lo que pacifica, no lo que hiere, sino lo que sana, no lo que condena sino lo que redime, lo que salva a una patria.

La historia de Gálvez, sus testimonios concretos son su carta de presentación política, la mejor, al margen de la miopía, ceguera, estulticia o mezquindad de algunos oportunistas o despistados de los medios. Hay un abismo en todos sentidos entre las pretendientes a la presidencia que garantiza en el caso de Gálvez, la independencia en la actuación política, indispensable para la rectificación democrática del rumbo nacional. La suerte está echada.

Dedico este artículo a Xóchitl Gálvez, mujer con virtudes magnánimas, creadoras, propias de estadistas como Mirabeau exaltado por Ortega y Gasset en Tríptico, no las pequeñas virtudes del burgués o del político gris y pusilánime. Y ella con defectos sin duda, pero que quedan exculpados por las grandes virtudes. Una mujer que busca la camaradería, sin aires de pureza farisaica, enfrentando con gallardía los embates del poder, y a quien no conozco en lo personal

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