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martes, 30 abril, 2024
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La Nena

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Por: ALBERTO HUERTA* •

La Gualdra 353 / Río de palabras

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Dicen, los que la conocen bien, que proviene de una familia acomodada que perdió toda su fortuna en los años del hambre. Que ella, la Nena, tocaba el piano; que era la hija menor de la familia, de ahí el apodo. Dicen que ya la conocieron bien desnivelada de la mente. Que ninguno de ellos recordaba su nombre ni sus apellidos, que cuando la conocieron la gente ya la llamaba la Nena. Que ninguno la conoció de niña, ni de adolescente, ni de jovencita, ni mujer, sólo la recuerdan así, vieja, larga como la cuaresma, seca como el desierto de Mapimí. Renegrida de sudor y mugre, siempre vestida de luto, envuelta en su chal negro. Hincada y empinándose a besar las piedras del empedrado. Alzando los brazos al cielo, llevando a diario las monedas de la limosna a depositar al cepo del Sagrado Corazón. Eso dicen ellos, los que la conocieron bien. Cuentan de que nunca hablaba, sí se reía. Dicen que toca las puertas y alarga la mano cuando le abren. Y generalmente la gente le da una moneda o un taco que ella va acomodando como se acomodan los tacos de canasta dentro de un bote de aceite Mobil oil. Y al caer la tarde se sienta en la banqueta de una esquina del Jardín Morelos y reparte la comida con los perros que la acompañan y todos comen en silencio. Ella y los perros. Eso dicen. Que vivía en un cuarto de vecindad, allá por el barrio de los tuneros. Que llegaba y se sentaba en un como trono, hecho con viejas estufas de petróleo. Muy derechita, muy digna. Dicen, eso dicen. Y que apareció un día en la bóveda del arroyo cosida a puñaladas, con la mano empuñada, apretando una moneda de cobre de veinte centavos. Eso cuentan los que la conocieron bien. Y mientras me pongo a recordar sigo con la mirada el vuelo como de helicóptero de un zancudo.

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