En la nefanda continuidad del avance brutal y despótico de la maquinaria dictatorial, los derechos de los trabajadores han quedado reducidos a simples cenizas de lo que otrora fuera simiente de una patria noble y justa que alojaba como madre amorosa a los individuos que en su faz florecían. Hoy, el discurso de la dictadura dista mucho de la realidad avasallante de una nación, que convulsa en sí misma, retumba en estruendos de voces acalladas, protestas reventadas y derechos pisoteados. El México de los grandes héroes ha quedado reducido y mancillado a una imagen extraña ante cualquiera que se precie de tener al menos un poco de conciencia y memoria de lo que a su alrededor sucede.
El México de las grandes glorias y memorias estremecedoras, es en la actualidad un cuento vano y fatuo, mero estandarte de papel y letras de bronce derruido, que ostentan en la diestra quienes dicen ser los que guían el destino de esta noble nación. La venta de los derechos y recursos, negocio de trúhanes, en el que se amasan fortunas al vapor y se rematan conciencias al por mayor, es el nido de numerosos y nefastos seres que hoy a México le han pintado un signo de pesos con la sangre de todo aquel que haya osado levantar la voz. Se asesina al campesino, al trabajador, al maestro, al periodista, al luchador social y hasta aquel que inconforme hace una pinta en repudio a lo que pasa. Se patea al anciano, se despoja al pobre, se deja al desamparo a quien con su trabajo y vida ha tratado de asegurarse una vejez digna, se mancilla el hogar, se viola a la madre, a la hija y todo en nombre del “ahora sí” y el “mover a México”.
La patria, esa madre amorosa que en su pecho ha visto crecer a generaciones de gente empobrecida por malos manejos y conciencias endebles, también ha visto nacer al descastado, al ladrón que sin timidez ni recato venden todo, y seguramente nunca en su haber había contemplado semejantes sátrapas que todo y a todos malbaratan ¡Hasta a sus madres! Esos parias, que con alianzas en corto, en la oscuridad de los tratos financieros, venden sin miedo a nada, cualquier cosa que esté cerca de ellos ¡Hasta las piedras! Tal vez verán en la debacle de un país, muy posiblemente, fortunas difíciles de agotar por ellos y por su asquerosa descendencia, pero también verán a generaciones y generaciones, que sin tierra, ni pan, ni nada en las manos les repudiarán con puños cerrados y que, aunque les vaya la vida en el acto, cobrarán al menos un poco de lo mucho que se han robado.
No es posible robar tanto, al menos no lo es, sin dejar un hueco que se tragará incluso al perpetrador del despojo. Porque por muy dormidos, los mexicanos, tienen memoria, recordarán cada acto de represión y negligencia: a los 43, a los infantes de la guardería ABC, a los maestros, a los jornaleros, no sólo de San Quintín, porque en todo México se siembra y se manufactura con la sangre, sudor y lágrimas de los mexicanos.
Así, de esta deleznable e impúdica forma, la clase política y todo aquel que sea partícipe del desmembramiento de esta nación, está también clavando los tablones del cadalso que los verá colgar, con los pies descalzos y el cuerpo apedreado o bien, los de la nave que los llevará al exilio, a la vergüenza de llamarse desterrados, asesinos de su propia patria.
No hay fortuna tan grande que cubra la vergüenza de vender a un pueblo y su futuro.
*Profesor de primaria y disidente.
