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martes, 30 abril, 2024
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La Omnipresencia de la Decepción: creer en el aire

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO • Admin •

A nivel histórico, sufrimos una crisis de época (la llamada hipermodernidad) y con ella, la decepción de sus promesas: el progreso social y la relación ‘racional’ con la naturaleza, dio paso a una enorme angustia civilizatoria por la emergencia del ecocidio que ha puesto al planeta al borde del desastre: el calentamiento global con su cambio climático, junto a los totalitarismos (por un lado) y el capitalismo hiper-consumista por otro, cuestiona en forma devastadora la vieja creencia en el progreso, que guiaba nuestra idea de la historia. Es la decepción por la modernidad.

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Las pretensiones de justicia social en regímenes liberales han terminado ahora mismo en la decepción por causa del resultado empírico de su aplicación: la desigualdad extrema. El 1 por ciento de la población dueña del 43 por ciento de la riqueza y el 21 por ciento de los ingresos muestran la polarización social demencial. Las ilusiones de Estados con ciudadanía social, bienestar generalizado y con movilidad ascendente, han terminado en Estados colonizados por depredadores poderes fácticos que se adueñan de los recursos naturales y dejan en la miseria a los territorios de la nación. La democracia, pensamos, estaba en un proceso de transición; y con él se conseguiría la distribución del poder de tal manera, que accediéramos a una sociedad justa y con garantía de libertades básicas. Pues no: la transición regresó sobre sus pasos y tenemos una simulación bestial de una casta política separada de la población y autorreferida.

La educación prometió ser una panacea: mejoramiento de la calidad ética de las personas y movilizadora del bienestar social. Y pues nada: la escuela es un vertedero de mediocridades. Una nata de burócratas la asfixian. Prometen calidad y hacen una reforma educativa infame, que termina agrediendo al sujeto central de la enseñanza y con ello, colapsando las posibilidades de la educación como gestora de la esperanza.

Hasta la vida privada es invadida por la decepción: las mentes conservadoras colocaron a la familia como reducto de formación en valores y estabilidad social. Pues nada: el aumento de los divorcios y la disminución de matrimonios indican que esa forma parentesco está en crisis y ha abandonado el imaginario de las nuevas generaciones. ¿Qué viene? Pues la incertidumbre.

Parecemos cristianos esperando la parusía: algo que nunca llega. Parusía eterna o promesa de viento. Pablo es sustituido por el Eclesiastés, y Hechos de los apóstoles por Job. La Esperanza se nubla, las promesas se evaporan y despertamos a un mundo más parecido a un estercolero. La condición de los hombres es la esperanza, a la manera griega: como otro de los males del mundo. Nos mantiene activos en medio de la ruina. Somos criaturas que esperan. Y esperan con fe (fianza): somos esperanza. ¿Es la esperanza una maldición como pensaba la tragedia griega o la bendición de Dios como piensa el cristianismo? La Esperanza nos convierte en rebeldes a la circunstancia vivida, porque nos inyecta la posibilidad de cambiar la negra realidad. Y no tenemos escapatoria: somos posibilidad. ¿No seremos posibilidad esencialmente frustrada? Es decir, pura posibilidad condenada a no realizarse. Sólo posibilidad sola. La religión conservadora hablaba de resignación y con ello, acababa de un plumazo con la esperanza, y por tanto, con toda rebelión. Daba estabilidad al ánimo: ya no pretendía mejorar nada. Era solaz en medio de la pudrición. “Eso es del diablo”, nos dijo Francisco, pero, ¿perseguir el reinado de Dios no es querer atrapar el viento? Combatir por hacer carne la justicia, ¿no es una vanidad vana? A lo mejor por eso, las nuevas generaciones se han convertido en puercos que persiguen obsesivamente el infinito nivel de consumo. Se atascan de cosas ante lo vano del futuro. El narcisismo es la venda ante el vacío: la cura a la efímera esperanza. Nos dice el Eclesiastés: todo es sólo viento.

Pero no tenemos escapatoria, la espera y el deseo nos constituyen. Es el barro del que estamos hechos. Perseguir el sol es nuestro destino. Aunque vino la rebelión a la rebelión, y se llamó consumo. De pájaros ilusos pasamos a ser toscos puercos. Nuestra vida no es la desesperanza, sino la desesperación: querer lograr lo que no se puede, o permanecer en la duda permanente.

Termino con Cioran: “cuando los ideales corrientes, sean morales, estéticos, religiosos, o sociales  no logran imprimir a la vida una dirección o una finalidad, ¿cómo preservarla del vacío? La única manera de lograrlo consiste en aferrarse a lo absurdo y a la inutilidad absoluta, esa nada fundamentalmente inconsistente cuya ficción es susceptible, sin embargo, de crear la ilusión de la vida”.

Vale.■

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