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viernes, 17 mayo, 2024
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Bordando ideas: sobre las víctimas de la violencia en Colombia y en México (Segunda parte)

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Por: RICARDO BERMEO •

En Colombia, las víctimas de la violencia -por  la “guerra”-, suman, alrededor  de 20% ciento de la población,  de un total de  47 millones de habitantes,  más de 10 millones, son víctimas directas, o víctimas indirectas  de la “guerra experimental”,  vinculados “causalmente” a las formas de violencia propias de la  “acumulación por desposesión”,  a la pérdida por despojo de sus propiedades,  se calculan  alrededor de 7 millones de hectáreas robadas a los antiguos propietarios, por paramilitares y/o narcotraficantes, donde también cabe agregar el “ desplazamiento forzado”  provocado por los movimientos guerrilleros armados, y por el accionar de las fuerzas de seguridad estatales.Y sin diferenciar -ahora- otras “figuras”  de los procesos de victimización.

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Equivaldría en México, a elevar la cifra de afectados –“inmediatos”- por la violencia, a  20 millones de personas (de un total de 117 millones. Sin sumar la población migrante, ni la desigualdad, etc.). Estas cifras –una  aproximación apenas-   deberían  encender todas las alertas. Claramente estarían demostrando que  “la  tragedia persistente” que vivimos, puede convertirse en  una auténtica  “puesta en abismo”. En la medida en que   traspasamos –años atrás- los umbrales de este  escenario terrorífico (en) que nos hemos convertido las sociedades (que somos).

Perplejos, más o menos desorientados, nos  encontramos muy mal situados, para pensar nuestra situación  y  -también, especialmente-  para darle la vuelta, en la medida en que la única vía (re)constructiva posible,  a mi juicio, es  la  de la radicalización democrática.   Para contribuir a elucidar esta situación, dejando abierta la reflexión, esbozaré algunas  ideas.

Este devenir “monstruoso”  ha  generado –en ambas sociedades-  una mutación.   Asistimos a la creación -a ritmo desigual, con diferentes temporalidades- de nuevas realidades  social históricas profundamente irracionales, donde las elites nuevas y viejas, en su feroz -y sangrante-  lucha por el poder diferencial,  procurando maximizar sus privilegios,   acceder a tramos más amplios  de  control institucional,  a apropiarse de  la mayor cantidad posible de riqueza social,  terminan por convertir a los Estados-nación, en  híbridos, donde una  maquinaria opresiva, habitualmente  presentándose como  “ogro filantrópico”, desplegando  toda la parafernalia vinculada al mito del desarrollo, al  “crecimiento ilimitado”,  bajo el mando del 1%  de los actores principales del  capitalismo financiarizado,   se convierte en un  espacio de lucha,   por regla general  subsumido a las lógicas de dominación,  mediante la  cual,  los nuevos amos, son  capaces de sacrificarlo todo –incluyendo los proyectos de vida,  -y en el extremo,  la vida misma-,   de cientos de miles, de millones de personas-   para mantener la ratio de sus “beneficios”  tan alta como les sea posible.

El capital es un modo de poder (las cantidades monetarias son apenas un vector donde éste se manifiesta, pero no es -ni mucho menos- el  único. Desde el uso de la fuerza bruta, hasta el empleo  de los medios de comunicación masivos, son parte de esos “modos”). Es necesario  comprender, entonces,  las formas en que   tales  actores (stakeholders) se dedican a sabotear y bloquear a todos  aquellos contra quienes luchan, buscando apropiarse de  algún  “porcentaje” de tales (“modos de”) poder. Agregando que  ese mismo poder diferencial –así- obtenido, es  lo que les permite, a los actores principales, continuar persiguiendo  sus propios intereses y sus planes de dominación, o de defensa de la dominación existente. Desde esta perspectiva la violencia, y la guerra, estarían   “instaladas”  in nuce  en el núcleo mismo del imaginario social dominante. Pero ¿qué es lo que provoca que aquello que existe como una posibilidad,  solo  virtual, irrumpa como acontecimiento, y se “institucionalice”?

Tenemos, entonces, dentro de la fase  propia al  neoliberalismo que se instala en Colombia y en México, (globalizándose) un periodo abierto en el cual se impone…  “literalmente  una “revolución a la inversa”, es decir, una innovación impetuosa de los modos de producir, de las formas de vida,  de las relaciones sociales, que sin embargo, consolida y relanza el mando capitalista. La contrarevolución  (neoliberal), al  igual que su opuesto simétrico (la revolución), no deja nada intacto, determina un largo estado de excepción, en el cual parece acelerarse la irrupción de los acontecimientos, forja mentalidades, actitudes culturales,  gustos, usos y costumbres en suma, un inédito commonsense, va a la raíz de las cosas, y trabaja con método” (Paolo Virno).

¿Cómo fue posible  la brutal escalada de esas formas de  violencia, su endémica persistencia,  su “migración” desde los márgenes  hasta el centro del imaginario social dominante en ambas sociedades?  ¿Cómo se articula la contrarevolución  neoliberal, con las características arriba descritas, con la guerra (“contra las drogas”), (y en Colombia, con la contrainsurgencia)  como “él” modelo  de gestión de nuestras sociedades, junto a la existencia  (¿des?) regulada  de un ámbito paralegal -en expansión-?  ¿Porque razones  este “diseño del conflicto” nos deja  tan mal parados, con respecto a la única alternativa posible para cambiar efectivamente de ruta: la de la radicalización  democrática?

 

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