Como parte de una investigación que realizamos en la Unidad Académica de Derecho de la UAZ relacionada con los impactos del cambio climático en las comunidades indígenas, el Dr. Jaime Santillán Rojas y el que escribe, emprendemos en nuestros días de descanso un viaje que superó expectativas; llegar al municipio de Jesús María, el Nayar en la Sierra de Nayarit, representó una admiración constante de nuestras bellezas naturales, caminos sinuosos y llenos de desprendimientos de rocas que nos obligan a viajar lento, lo cual aprovechamos para tomar fotos; nuestra travesía involucra a los estados de Zacatecas, Jalisco y finalmente, Nayarit.
Llegamos la noche del martes 31 de marzo y apreciamos la marcha de individuos que cubren sus rostros con máscaras. Acampamos en el albergue de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, compartimos el suelo con otras familias Coras que van llegando a la celebración de la Judea; niños y niñas duermen con la ropa que traen puesta entre los pasillos del albergue, los adultos platican en su dialecto y otros indígenas más, se acomodan a dormir entre las frondosas raíces de un enorme árbol, me llama la atención un abuelo que es acompañado por un niño de unos 10 años, la comunicación entre ellos es muy intensa, la trasmisión de conocimientos y tradiciones se aplica directamente entre padres e hijos; el niño se acuna también junto al abuelo en el árbol y, al igual que otros huéspedes, por las mañanas suben sus precarias cosas entre los troncos y después por la noche, las bajan. Otros indígenas más, descansan en cualquier lugar oscuro, afortunadamente el calor de la noche facilita dormir a la intemperie, a uno de ellos, un alacrán se le introduce entre el pantalón y su pierna, aprieta fuerte y alcanza a matar al intruso antes de que lo pique; al pasar junto a esta persona nos dice: “señor, ahí está el animal” y con una lámpara nos muestra su trofeo. Llega el miércoles primero de abril, el calor es intenso y me sorprende el número de participantes en esta Judea 2015, a todos se les conoce como judíos y, en su mayoría son jóvenes aunque también hay niños y personas de la tercera edad. No hay mujeres participantes en esta celebración, son exclusivamente varones ataviados por máscaras en su mayoría de madera que van desde dragones, demonios, changos, diversos animales hasta rostros de mujeres maquilladas, con lentes y con pelucas color rosa, amarillas, rojas y castañas; la multiplicidad de culturas entrelazadas es basta.
Los personajes son agrupados por sectores o equipos bien delimitados, danzan incansablemente durante el día, la noche y la madrugada con sombreros, cascos y gorros que van desde faraones hasta guerreros medievales y por supuesto, judíos. Cerca de las 12 del día, pretendo tomar una foto con mi celular frente a una grupo de danzantes pintados de blanco y negro, uno de ellos, se dirige hacia mí y toma mi celular, lo muestra a los demás integrantes de su grupo, argumentan algo en su dialecto y posteriormente me encara diciéndome que el celular está prohibido y que me lo quitarán, que ellos son muy respetuosos de sus tradiciones y que si me enojo o me opongo, me llevarán a la cárcel; acto seguido y ya concientizado, me conducen corriendo en medio de la calle principal con espectadores locales y visitantes que suman cientos y, se encuentran parados o sentados en ambos lados de lo que aparentan ser aceras; algunos de mis captores me empujan, me siento un tanto violentado ya que ante los ojos de los espectadores estoy pasando como un trasgresor de la festividad y, al ignorar que hice, sus miradas se fijan en mí como si fuera cualquier delincuente entre exclamaciones, risas y burlas. Por fin, llego casi sin aliento a una casa utilizada como oficina con el Profe Casimiro quien amablemente me explica que me entregarán el celular el Sábado de Gloria. Continuará… ■
*Representante de Zacatecas ante el Consejo Consultivo Nacional para el Desarrollo Sustentable
