Lejos ya del glamoroso resplandor acapulqueño de los cincuenta y sesenta, las últimas noticias llegadas de ese otrora destino turístico estelar bien pudieran ser un indicio de cómo el de los magnates y astros de Hollywood deviniese paraíso de plantones y motines magisteriales; y de los asesinatos très chic, como el del conde Cesare D’ Acquarone, a manos de su esposa Claire, en venganza por el abuso sexual perpetrado contra su hermano menor, del que se autoinculpara la madre de aquella, la pintora veracruzana Sofía Bassi, en espiral descendente han ocurrido desde el correspondiente al Rey Lopitos, líder de colonos, por órdenes del presidente Díaz Ordaz, hasta el de un líder estatal panista, por órdenes del líder local y un regidor municipal de ese partido.
Y es que la última noticia llegada de ese puerto, que nos pone al tanto de que aproximadamente sesenta cadáveres en descomposición fueron descubiertos en un crematorio abandonado, pone de manifiesto la deficiente administración de recursos prevaleciente en esa entidad, misma en la que según la PGR autoridades de los municipios de Iguala y Cocula se vieron en la precisión de incinerar cuarenta y tres cuerpos (algunos de ellos posiblemente aún vivos) en un basurero, mientras no lejos de ahí un horno construido ex profeso se mantenía ocioso aun para sus propia clientela; y así, por demás está decirlo, no puede darse un auge duradero.
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Cuenta algún vocero oficioso del gobierno estatal que la actual administración aventaja en obras a las que la precedieron (lo cual no es por cierto como para levantar arcos triunfales), y que si no se tiene noticia de las mismas amén de una ceguera generalizada es porque Alonso “no las ha sabido presumir”; y enumera acto seguido un buen número de hechos que como la regeneración de la Plaza de Armas, de las instalaciones de la feria, del “espantoso” camellón de la López Mateos y un largo etcétera…se realizarán en lo que resta del sexenio alonsista, sin que mencione un solo trabajo concluido.
Y es precisamente para ocasiones como ésta que acuñaron los ancestros una frase canónica: “No me defiendas, compadre”. ■
