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martes, 30 abril, 2024
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Dan testimonio 4 mujeres de las torturas que sufrieron durante la dictadura chilena

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Por: La Jornada •

Santiago. Ex prisioneras políticas decidieron hablar sobre las violaciones y torturas que sufrieron durante la dictadura chilena, en el marco de una demanda de reparaciones contra el Estado chileno.

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Entre ellas, indicó Radio Bio Bio, está Alejandra Holzapfel, quien viajó desde Estados Unidos a declarar ante el juez especial Mario Carrosa.

En total son cuatro mujeres que vivieron los horrores de lugares como la Venda Sexy de Londres 38, en pleno centro de la ciudad y un ex local del Partido Socialista frente al histórico Templo de San Francisco, en la Escuela de Ingenieros Militares de Tejas Verdes en el litoral central o la Villa Grimaldi, hechos ocurridos entre 1973 y 1990.

Las cuatro querellantes, Alejandra Holzapfel, Nieves Ayress, Soledad Castillo y Nora Brito, esperan establecer que «la violencia política sexual y la tortura son dos crímenes diferentes, por lo que queremos que en este país se incorporen estos delitos al código penal y los responsables puedan ser castigados», según sostuvo la primera de ellas.

Agregó: «nuestro objetivo es que los jóvenes que hoy día salgan a manifestarse no sean objeto de violencia política sexual».

Nieves Ayres, fue militante del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, un brazo del Partido Socialista en Chile, en el año 1968, y, en 1973 pasó a militar en el MIR.

Fue arrestada por Carabineros y luego por la DINA, siendo llevada a Londres 38, donde le aplicaron electricidad, la violaron en masa, la obligaron a tener sexo con perros y le introdujeron ratas en la vagina.

Fueron detenidos su padre, Carlos Ayress y su hermano Carlos Tato Ayress. Todos ellos, desnudos y encapuchados, sufrieron golpes, choques eléctricos a todas las partes más sensibles del cuerpo, como los senos, los ojos, el ano, la vagina, la nariz, los oídos, y los dedos.

Torturadores que hablaban portugues y eran posiblemente brasileños le aplicaron el llamado “Pau de Arara”, que consistía en amarrar a la persona de pies y brazos, colgarla cabeza abajo, para aplicarle choques eléctricos al ano. Otro método de tortura fue el teléfono, que era golpearla con fuerza los dos oídos simultáneamente para ensordecerla. Fue obligada a permanecer amarrada, desnuda, simulando un acto sexual con su padre y hermano. Luego vio como les aplicaban tormentos a ambos.

Dijo que entre los torturadores había hombres con acentos argentinos y paraguayos. “Ellos me convencieron que estábamos en Buenos Aires”, dijo.

El Tejas Verdes, en unas cabañas que construyó Salvador Allende como un lugar de veraneo para los trabajadores, fue violada por perros. Ese el lugar donde entrenaban a los militares para aplicar suplicios brutales.

Dijo que “colocaban ratas adentro de mi vagina, y luego me daban choques con electricidad. Al recibir el choque, las ratas se desesperaban y hundían sus garros en la carne de mi vagina. Se orinaban y defecaban en mi cuerpo, introduciéndome el virus toxo plasmosis. Los torturadores me violaron en muchas oportunidades, y me tocaban sexualmente, insultándome, y forzándome a tener sexo oral con ellos. Me cortaban con cuchillos; una vez me cortaron las primeras capas del vientre con un puñal y perdí mucha sangre. También me cortaron las orejas. Aún tengo las cicatrices. Otro método de tortura era que amarraban mis brazos y pies, yo estando tendida sobre una mesa, y luego me estiraban los brazos y las piernas hasta que perdían la circulación. Muchas veces me torturaban sin interrogarme”.

Afirmó que “una vez fui torturada directamente por Manuel Contreras, a quien lo pude divisar porque la venda que cubría mis ojos estaba floja. Después lo reconocí en fotos. El me torturó con otra mujer, una alemana que estaba presa y quien a veces la torturaban conmigo porque pensaban que nos parecíamos y que quizás éramos hermanas”.

Indicó que un médico supervisaba las sesiones de tormento y decía cuando se debía parar.

En otro dramático relato, cuenta que en abril se percató de que estaba embarazada, y esto lo confirmó el doctor Mery, un médico militar que ejercía en la Universidad Católica, y quien decia a las mujeres en esa condición que debían estar orgullosas de tener lo que llamó un hijo de la patria. Tuvo un aborto espontáneo a los tres meses. Finalmente su caso trascendió y fue enviada al exilio.

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