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miércoles, 15 mayo, 2024
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Notas al margen

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO •

La Gualdra 253 / Notas al margen

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Ecuaciones

Una ecuación es una igualdad. Pensándolo así nada en el pensamiento humano está lejos de ser una ecuación. El hombre es un ser analógico, establece relaciones de semejanza e igualdad a la menor provocación. Recuerdo mi lectura de Oliver Sacks y pienso en los casos de personas en quienes el cerebro ha resultado atrofiado, la última capacidad que pierden es precisamente la analógica, a pesar de que su mundo sea un despeñadero de conceptos insostenibles ellos logran establecer relaciones. Sacks menciona a Rebeca, una paciente que no podía dar siquiera una vuelta a la manzana por sí misma, nunca aprendió a leer ni a escribir y le era imposible abrir una puerta con la llave, y sin embargo “era una retrasada con una capacidad poética inesperada y extrañamente conmovedora”. Su Yo narrativo se mantenía ahí, tras sus gruesas gafas y sus cientos de complicaciones prácticas, y Rebeca, a pesar de ser absolutamente incompetente para la vida “real” era capaz de darle sentido a su propia vida. “Esta capacidad simbólica o narrativa es la que aporta un sentido del mundo (una realidad concreta en la forma imaginativa entre símbolo y relato) cuando el pensamiento abstracto no puede proporcionar ninguno”.

El símbolo es lo principal. El hombre puede ser idiota, pero es simbólico. Aún la más atrofiada de las mentes guarda esa capacidad que le permite relacionar su Yo narrativo con un contexto que le significa y da sentido a su realidad, así esta realidad sea ilógica o irreal para los no iniciados en su iluminada idiotez. Cuando su abuela murió, Rebeca, haciendo gala de la capacidad poética que le caracterizaba, dijo: “Lloro por mí, no por ella […] Ella está perfectamente bien, se ha ido a su Casa Grande (¿hacía referencia inconsciente al Eclesiastés?, pues era muy cercana a la religión y a su sinagoga), tengo mucho frío. No está fuera, el invierno está dentro. Frío como muerte”. Las relaciones que podía establecer entre sus lecturas del mundo y lo que estaba sintiendo no dejan de ser interesantes en una persona como ella. Para construir su mundo poético era necesario leer los símbolos con los que convivía a diario, y tal vez Rebeca no sabía leer, es decir, no sabía decodificar el lenguaje escrito, pero claro que sabía leer: leía su realidad y a través de esa lectura construía su Yo y le daba identidad a lo que sentía y expresaba.

Todos podemos leer de esta forma, nacemos leyendo, interpretando signos, es una capacidad inherente a la naturaleza humana. El signo como generador de sentido es autosustentable, por llamarlo de algún modo. Un signo nos lleva a otro y éste a otro más, el que a su vez nos proyecta a otro signo de manera inevitable. Creamos sentido a partir de las relaciones sígnicas que se establecen, incluso, de manera aleatoria. “La capacidad de representar, de interpretar, de ser, parece ser un ‘don’ de la vida humana, en un sentido que nada tiene que ver con diferencias intelectuales” (Sacks).

El ser humano no discierne tajantemente, no pasa de un pensamiento a otro de manera tajante, sino analógica, en una especie de discurso interminable en el que los pensamientos se relacionan unos con otros de forma aleatoria. Los escritores que han intentado mostrarnos este flujo de conciencia nos han entregado un muestrario (siempre sintético) de lo que pasa en la cabeza del pensador, pero también en este caso podríamos echar mano de las matemáticas. Y quizás la mejor forma de hacerlo sea a través de los dos conceptos que se disputan su legitimidad como ingenieros del universo: lo continuo y lo discreto. ¿Es el universo analógico o digital? Aunque actualmente sintamos preferencia por el término digital, no es precisamente a televisores o a teléfonos celulares a lo que me refiero.

Lo digital es discreto, funciona con un número limitado de valores, lo analógico, por otro lado, es continuo, y puede llegar a tener un número infinito de entradas y salidas. La discusión de si el universo es analógico o digital es compleja y no bastarían ni esta nota, ni mi capacidad, para abordar el tema en la extensión que merece; sin embargo, y aprovechando el término, puede servirnos para llevar a cabo la analogía entre lo análogo y el pensamiento humano. Creo, es claro que el ser humano es analógico, pero sus relaciones con el entorno son digitales. Pongamos como ejemplo el lenguaje: el discurso consciente e inconsciente es continuo, no se detiene, pensamos con lenguaje y hablamos en nuestra cabeza prácticamente todo el tiempo; sin embargo, el sistema que utilizamos para realizar este discurso es la lengua, un sistema discreto, con un número limitado de símbolos y combinaciones que nos permiten generar una cantidad infinita de discursos o pensamientos.

La capacidad es analógica, pero la sistematización de ésta es digital. El hombre requiere limitar su capacidad ilimitada de generar relaciones de semejanza e igualdad. Mi Yo narrativo, mi relato vital, es inacabable, fluye como un río que no se detiene, pero para entenderlo, para darle un sentido y leerlo necesito hacerlo discreto. Cortarlo en un número determinado de elementos que me permitan encauzar ese río.

Cualquier lenguaje comparte esta característica. El lenguaje matemático, el álgebra construye ecuaciones para hacer discreto un flujo numérico abstracto que parece ser continuo, análogo en su capacidad de relacionarse con otras abstracciones numéricas y con objetos concretos. Las ecuaciones son una forma de entender y dar sentido a una magnitud incomprensible (en el sentido de no comprensible, pero también de no comprimible).

Por último, el lenguaje binario que tan de moda se ha puesto entre los poetas actuales es, y no metafóricamente, la digitalización de lo análogo. ¿De qué otra manera se puede ser más discreto, más tajante, que con esta dicotomía?: el 0 y el 1, el vacío y la unidad. Pero es ésta la trampa de lo digital, que no es más que el escondite del caos de lo no comprensible, lo infinito, el flujo exponencial de relaciones.

0, 1, dos posibilidades. 00, 01, 10, 11, cuatro posibilidades. 000, 001, 010, 011, 100, 101, 110, 111, ocho posibilidades. Dentro de cada vacío hay una unidad y un vacío y, dentro de ellos un par más. Cada bit de información me permite distinguir dos posibilidades diferentes, y por cada bit que agrego se dobla la cantidad de información posible. Ahí está. Volvimos a lo no comprensible, a lo infinito, porque entre el cero y el uno hay una infinidad de números reales, números que conforman un universo continuo que tanto los matemáticos, como los físicos, los químicos, como los filósofos, los poetas y las personas como Rebeca hacen comprensible y legible por medio de ecuaciones.

*Más en joseagustinsolorzano.blogspot.com/ E-mail: [email protected]

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-253

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