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viernes, 17 mayo, 2024
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Involución moral que llaman progresismo

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Por: Mauro González Luna •

Hoy está de última moda en Occidente, otrora vibrante, racional y honesto, impugnar la verdad de las cosas ante el tribunal del mundo con la finalidad práctica de delinquir moralmente ensanchando la libertad. Una libertad a modo, sin límites, nihilista han dicho. Y se trata de una caricatura de tribunal, pues siempre falla a favor del impugnador, aunque nunca le asista la razón.

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Tales impugnadores, muchos  provenientes de las supuestas «izquierdas» de origen democrático, se han concentrado en promover el aborto y otras conductas contrarias a la naturaleza de los seres para quedar bien con las masas confundidas o enajenadas, y con organismos internacionales maestros neoliberales en manipulación y control político, traicionando, en los últimos lustros, la lucha secular contra la concentración escandalosa de riqueza en manos del 1% de la población mundial, y contra la brutal desigualdad social y económica de miles de millones de personas, en especial de mujeres y seres humanos vulnerables como los migrantes pobres. En suma, una deserción vergonzosa y comodina.

En España, a raíz de la llamada Ley Aído del 2010, se permite el aborto libre a las 14 semanas del embarazo. Esta ley es contraria a las decisiones del Tribunal Constitucional español que ha dicho que el concebido no nacido encarna un valor fundamental: el de la vida humana, protegida constitucionalmente. Pero eso es irrelevante para los cálculos electoreros de los abundantes politicastros y secuaces de una ciudadanía enajenada, ignorante, hedonista y consumidora.

En fecha muy reciente, se dio en España un caso que ilustra, de manera elocuente, tal moda impugnadora de la verdad. Los gobernantes de la comunidad autónoma española de Castilla y León expidieron un protocolo para ofrecer a las madres la posibilidad de oír los latidos del corazón y de ver imágenes de eco sonogramas de sus concebidos no nacidos, antes de tomar la decisión de abortar a la luz de la llamada Ley Aído que insistimos, vulnera los principios constitucionales españoles que protegen toda vida humana, incluyendo la del nasciturus. 

Al conocerse el contenido del protocolo de Castilla y León, las furias de los impugnadores de la verdad se desataron, y tras la presión inaudita, el protocolo fue derogado. Debe quedar claro que dicho protocolo no imponía a las madres el escuchar dichos latidos y ver tales imágenes, sino simplemente ofrecía a las mismas la posibilidad de ello como oportunidad última de reflexión, de discernimiento, de deliberación prudencial que es propia de todo ser racional y libre, de honradez elemental.

El oír latidos del corazón de un concebido no nacido, de un ser humano que vive en el vientre de la madre en paciente espera de ver la luz del día, despierta las conciencias adormecidas por ideologías y propagandas perversas, enemigas de la verdad de las cosas, como lo dijo hace poco un sabio español cuyas lecciones me recomendó escuchar un brillante jurista e historiador, Manuel Andreu Gálvez. 

El ver imágenes, no de una masa, no de un coágulo, sino de una persona humana en «tránsito hacia el nacimiento», cura cegueras y mezquindades camufladas con un absurdo jurídico y moral: el eslogan de un supuesto «derecho» a abortar, es decir, a asesinar a seres humanos indefensos, los más vulnerables, como bien lo señaló dicho sabio español.

Los impugnadores de la verdad a toda costa evitan que la misma aflore en la conciencia de las madres al escuchar la diástole y sístole de los pequeños corazones de quienes habitan en sus benditos vientres, a fin de que impere la ideología del crimen legalizado: un totalitarismo sin precedentes. Pero esos mismos enemigos españoles de la vida aplauden, como focas, que en las cajetillas de cigarros se reproduzcan imágenes de pulmones ennegrecidos, en descomposición a causa del fumar, con el fin de desanimar a los fumadores en vista del daño terrible a sus pulmones provocado por el tabaco.

Pero el que las madres tomen la decisión de no abortar fundada en la verdad que aflora en la conciencia antes errónea, al aceptar el ofrecimiento comentado; de no apagar para siempre los latidos de un ser humano, no es aceptable, es para los impugnadores, algo intolerable que nunca se debe permitir. Hipocresía pura la de esos cobardes individuos que utilizan un doble rasero a conveniencia. Uno defiende pulmones, el otro aniquila corazones humanos que laten indefensos ante la maldad del mundo necrófilo.

Es lamentable que políticos y secuaces de supuesta izquierda, de centro y de derecha en España, en Europa, traicionen los valores cristianos que un día le dieron vida y pujanza a esa Europa, a los primeros parlamentos, el de Huesca, España el primero en el siglo XI, según Hilaire Belloc en su libro «La Crisis de nuestra Civilización», antes que en Inglaterra, emulados después por las naciones del mundo; que dieron vida a las primeras universidades, a catedrales góticas, a lenguas vernáculas que hoy hablamos, a divinas comedias y sumas teológicas, a heroísmos en siglos gloriosos, el XI, XII y XIII, que abarcan la «más alta y mejor civilización de cuantas recuerda la historia», en palabras del citado historiador Hilaire Belloc, amigo y compañero de luchas intelectuales del genial G. K. Chesterton, converso al catolicismo en la Inglaterra del siglo XX.

Siglos plenos esos del Dante, Tomás de Aquino, Alberto Magno, San Luis rey de Francia, San Fernando de Castilla, Francisco de Asís, Antonio de Padua, Clara de Asís, Domingo de Guzmán. Hoy Europa es un despojo vil al servicio del gobierno yanqui, de la hegemonía imperial de las armas, el dinero, el aborto, la fanática ideología de género desconocedora de la verdad de la naturaleza de las cosas. 

Ojalá que pronto soplen vientos frescos que vengan de otras latitudes y que restauren a Europa, al Occidente todo, a una civilización envejecida, caduca, decadente, que se engaña a sí misma llamándose progresista, con avances científicos y tecnológicos que asombran pero que, a la vez, con frecuencia inusitada, deshumanizan, aterran en materia de armas y ensayos eugenésicos para suplir calculadoramente a algunos de los millones de seres humanos abortados. Se defiende el ambiente, los animales, pero al ser humano se le elimina o degrada. ¡Qué barbarie, qué involución moral e histórica!

Es tiempo de impugnar con las armas nobles del espíritu a los enemigos de la verdad, conscientes de que al final, ella vencerá. Es tiempo de volver a los heroísmos hoy en bancarrota, sin olvidar lo que un día dijo Chesterton: «el catolicismo es guerra declarada y franca, y dondequiera aparece como una espada que parte en dos. Es la filosofía de la verdadera izquierda. El catolicismo resuelve los conflictos haciendo luchar directamente las dos fuerzas extremas y antagónicas, para que se salve la que ha de salvarse. Hay, pues, que combatir». Dedico este artículo a los valientes que defienden la vida y latidos del concebido no nacido, de los migrantes pobres y de tantas víctimas inocentes de la historia de hoy.

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