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viernes, 26 abril, 2024
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Margaret Randall. La escritura como testimonio social y cartografía del mundo

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 388 / Poesía / Dossier Margaret Randall

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Pierre Klossowski plantea que la ficción se ha vuelto indiscernible de la verdad. Uno a uno los grandes conceptos portadores de verdades en Occidente se han ido derrumbando. Aunque precisa que si todo es ficción y si el mundo deviene fábula, no todas las fábulas ni las ficciones tienen el mismo valor, su valía estaría en función de su potencia de transvaloración del sentido común y del pensamiento establecido.[1] Y sin embargo, más allá de los referentes y las verdades algo queda, una huella, un reclamo tímido e insobornable de justicia. Hay una verdad oscura, impenetrable, inasible e irrefutable que emerge del testimonio del sufrimiento y de las entrañas del dolor en la consumación de la barbarie contemporánea. Verdad más allá de toda verdad o falsedad, incluso más allá de toda representación o imaginación, verdad que nos confronta con lo irrepresentable. Según cuenta Primo Levi en su trilogía sobre la última entrega en torno a los campos de exterminio, en Los hundidos y los salvados: “casi todos los liberados, de viva voz o en sus memorias escritas, recuerdan un sueño recurrente que los acosaba durante las noches de prisión y que, aunque variara en los detalles, era en esencia el mismo: haber vuelto a casa, estar contando con apasionamiento y alivio los sufrimientos pasados a una persona querida, y no ser creídos, ni siquiera escuchados”.[2] Pese al intento de los verdugos de borrar toda huella la barbarie, detrás de la ruinas es posible reconstruir el infierno de los Lager y los campos de exterminio. No dejar testimonio fue la consigna de los mandos del ejército y los servicios de seguridad nacionalsocialistas. De ahí que muchos sobrevivientes asumieron el deber de dar testimonio como algo que trascendía su vida, y paradójicamente, permitía el resguardo de la vida humana digna en el futuro: dar cuenta de lo que había sucedido y el por qué había sido posible.

La literatura testimonial, y en este sentido, gran parte de la literatura moderna del siglo XX y XXI lo sería, se asume –según Margaret Randall– a partir del arte de la pregunta. La historia oral de y desde el otro. La historia –como lo anticipa ya Walter Benjamin– deja de ser una descripción neutral objetiva de lo que realmente pasó, y se convierte en un campo de batalla donde el historiador o quien relata el pasado entremezcla intereses, deseos e interpretaciones sesgadas con su objeto de estudio. Tampoco la historia obedece una perspectiva lineal unívoca; en particular, la historia oficial siempre implica la visión de los vencedores que oculta o tergiversa la de los vencidos. De tal suerte que la historia es la narrativa hegemónica del cortejo triunfal de los dominadores actuales que marchan sobre los que hoy yacen bajo tierra. De ahí que se imponga la tarea crítica de nuestro tiempo de cepillar a contrapelo la historia oficial para sacar a la luz aquello que tenaz y celosamente se oculta, a saber, el sufrimiento, la explotación, la ignominia y la barbarie:[3] “Sólo cuando el pasado oculto saliese a la luz podría hablarse de una historia universal en un sentido verdadero”.[4] De ahí también la importancia recuperar la historia soterrada desde la reinvención de los lenguajes dominantes. Y si no hay un documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento y monumento de barbarie es porque habría que recuperar esas historias marginadas subalternas que subyacen a las verdades oficiales y su épica aplastante. Las grandes obras de la humanidad existena gracias a la miseria y explotación de grandes masas de seres humanos que son carne de cañón del mortero de la historia universal. Las huellas de la oralidad y de las historias anónimas nos muestran una verdad cuyo reclamo de justicia jamás será silenciado por ningún verdugo.

La historia oral recupera la oralidad de un pueblo donde emerge de la voz del subalterno: “La verdadera voz del pueblo es siempre fresca, hermosa, siempre nueva. La auténtica voz del pueblo no tiene nada que ver con los folletos y lugares comunes impuestos”.[5] La voz cimarrona de los parias y excluidos apenas es audible, casi un murmullo, pero su verdad desnuda resulta absolutamente irrevocable e irreparable. Está más allá de toda duda, su certidumbre es del orden de la vida sufriente. De ahí que el montaje de la literatura testimonial busca recrear una vida en su singularidad y cruce con los tonos, tonalidades, afectos y afecciones de una época. Asistimos a la reconfiguración del sentido de la literatura, de su recepción y valoración social. La reinvención humana de lo social desde el magma telúrico que se gesta en los laberintos y umbrales de la vida cotidiana.

Bajo tal contexto de devastación infinita, después de Auschwitz, Nagasaki, Hiroshima, Chernobill, Ruanda, Acteal, Ayotizinapa, y tantos y tantos referentes más de cruenta ignominia, pero, también tantos otros referentes de resistencia infinita, emerge, por doquier una escritura múltiple directa, viva, rabiosamente viva, y sin concesiones. Desde esa escritura como anti-hegemónica que se expande como literatura menor en tanto resistencia a la literatura mayor se puede apreciar la poderosa originalidad de Margaret Randall. Margaret Randall encarna, en su ser y su obra, el vínculo entre varias generaciones de poetas nómadas del siglo XX y XXI que han buscado hacer de la escritura, del pensamiento y del activismo estrategias y dispositivos para generar testimonios y abrir el presente a su presencia de eternidad plena. Su obra es un grito que se afirma contra toda injusticia y opresión. Más allá de su diáfana belleza, su escritura es arma contra el orden impuesto y un bálsamo de vida digna en estado puro. Escritura como forma de resistencia e insistencia en otro orden por venir. De ahí que su obra tenga la frescura venidera de un mañana promisorio que se avecina justo en la vuelta de la esquina.

Y es también en este contexto que la obra de Margaret Randall nos muestra la potencia de la literatura como arsenal de reconfiguración del ser y estar humanos. Desde la gestación –junto con el maestro Sergio Mondragón– del Corno emplumado y su participación en la Generación Beat; pero también más allá de las vanguardias, y más acá de la vida presente. Espacio bilingüe e intercultural, el Corno emplumado publicó en ocho años más de setecientos autores generando un puente intercultural entre la poesía norteamericana y la poesía mexicana contemporáneas, pero también se publicaron poetas trasterrados como el catalán Agustí Bartra, de quien se comenta que: “El largo poema de Bartra, Marsias & Adila, se convirtió en El Corno Empluado número 4. Elinor Randall hizo la traducción al inglés. Bartra permanecería cerca del diario, y lo publicaríamos de nuevo. Nos enorgullecía que su poema épico fuera nuestro primer libro bilingüe completo”. Quizá una de las mayores aportaciones de la la llamada literatura Beat sea, más allá de su crítica al orden fascista capitalista su apertura a nuevos estilos de vida y de concebir el arte y la literatura que ahora se han vuelto moneda corriente, pero que en su momento marcaron un parteaguas. Por mecionar tres grandes ejemplos paradigmáticos, Aullido de Allen Ginsberg (1956), En el camino de Jack Kerouac (1957) y El almuerzo desnudo de William Burroughs (1959) han sido referencias fundamentales para entender el arte y la literatura contemporánea; han hecho de la experimentación y de la búsqueda formas de existencia y estilos de vida. “El verso proyectivo de Denise Levertov” abre las formas poéticas a un juego de reinvención casi-infinito. Retrotrae el ritmo y la musicalidad a sus formas elementales de potencia pura y muestra la importancia del silencio y de los espacios en blanco como formas de escritura. Su influencia ha sido decisiva en todas las propuestas vanguardistas del siglo XX y XXI. En medio de este entorno creativo, la obra de Randall ha construido, no sin deconstrucciones y demoliciones activas, una obra sólida que trasciende modas literarias.

De la experiencia dada a la experimentación abierta, la literatura de verdad ha sido memoria del pasado, pero también del futuro, del porvenir. En Randall como en otras apuestas actuales, hay una re-escritura en y desde el feminismo subalterno, en y desde los márgenes es que está re-elaborando el sentido de la creación. Más allá de la memoria devastada, de cartografías laceradas y de rizomas como campos de huesos rotos, está la memoria del porvenir. La barbarie y el genocidio han marcado la experiencia literaria del siglo XX y su apertura del XXI. La literatura es hoy post-literatura. Emerge de la crisis de la autonomía de la obra moderna y de los grandes relatos de la modernidad. De ahí también que la literatura sea excéntrica y descentrada. Es en este contexto de la debacle y la devastación radicales que hay que leer Rizoma como campo de huesos rotos. El rizoma sería un modelo para repensar la subjetividad la genealogía histórica de unas raíces móviles. Si todos hablan, hablamos, el lenguaje del rizoma, es porque todos en este siglo XXI, herederos de siglo precedente, somos hijos de la barbarie e ignominia atroz.

De lúpulos a orquídeas,

del jengibre a la flor santificada

que llamamos alcatraz,

un tallo horizontal

o cuerpo de raíz

se mueve bajo el suelo

buscando su camino,

escogiendo dónde despertará y se alzará

en otro espejo multiplicador

que alzamos a la historia.

Foto de Margaret Randall

 

Dicha forma natural de resistencia fue nombrada por los griegos como rizoma: “Los antiguos griegos nos legaron / esta anatomía: el rizoma / como llave de la resistencia vegetal”:

La colonia Pando de Utah

de álamo temblón

un millón de años joven.

Ni forrajeros, insectos,

hongo ni fuego

quebrantan el diseño

de su escondite.

El título Rizoma como campo de huesos rotos alude a la barbarie, literal, del siglo XX como campo de huesos rotos, racionalidad instrumental al servicio de la carnicería generalizada. La poeta rememora las masacres y los genocidios contra la plobación camboyana por parte del ejército rojo de Pol Pot que dejó más muertos que en la primera y segunda guerra mundiales, contra los pueblos judíos en Treblinka, contra los pueblos armenios en Elazig Turquía, contra las minorías Tutsi de Ruanda. Pero también está la posibilidad de desahacer las cadenas, los amarres que te apresionan, rehacerse hacia y desde un nuevo mapa, una cartografía de la esperanza discreta: “te abres al tiempo / en cada dimensión. / recibes un nuevo hogar”. A través de fisuras y vacíos, a través de líneas de fuga y de resistencia. Rizoma como campo de huesos rotos es una pequeña obra maestra que atraviesa los más diversos registros literarios desde la viñeta y el testimonio hasta el micro-ensayo y el poema narrativo. Poema de resistencia ontológica y política: “como la llave de la resistencia vegetal / La colonia clonal Pando de Utah”. Resistencia frente al hongo o fuego. Rizoma como universo fractal. “Todos hablan la lengua del rizoma”, de las raíces flotantes. “Nosotros que vemos un campo de huesos rotos” contemplamos rostros pálidos, marcados por la barbarie e ignominia cuya impresión imborrable en la memoria queda. Somos y hacemos rizoma, somos amigo del rizoma, sin principio y sin fin, sin pasado ni futuro, sin origen ni destino, estamos en punto medio que resiste la cronología. Somos nómada salvajes en un mapa de riesgo, hay que reiventarnos para devenir otros. El verdugo, el otro, puede tratar de interrumpir mi danza, la danza de la vida, pero su feo lenguaje no deja rastro, lo único que verdaderamente queda es el amor por seguir luchando a brazo partido en un mundo inmundo. Y eso trasciende la literatura, la vida misma, es la afirmación pura como potencia política primigenia, el grito de vida que celebra en el abismo de la nada.

Sin embargo, aquí la poesía ya no es un reino autónomo donde el poeta es el amo y señor absoluto, se desbanca el trono literario, el poeta es un médium ahora entre otros muchos más que sirve de puente entre el arte, la vida cotidiana y la búsqueda de justicia social. Si Deleuze y Guattari nos habían mostrado que el rizoma podría servir como un modelo literario y estético de apropiación creativa más que de comprensión, ahora Randall hace del rizoma un estilo de vida nómada que se atreve a echar raíces en una memoria fracturada de una condición humana arrojada también a la barbarie. Raíces flotantes de un rompecabezas inconexo, pero vital, visual, fonético, actual. Crítica sin concesiones contra toda forma de dominación, no es casual que cite la autora a otra poeta excepcional, en su libro El precio que paga: el costo oculto de la relación de las mujeres con el dinero, abre fuego con una cita lapidaria: “la entidad llamada la familia, ese campo de batalla, herida abierta, refugio y teatro del absurdo, que domina cada infancia humana (Adrienne Rich); para quien el cuerpo es un campo de batalla de la heteronormatividad falocéntrica y capitalista. De ahí su intención de reconstruir la resistencia latinoamericana desde las voces subalternas, feministas, silenciadas, al respecto puede leerse La comandanta Maya Rita Valdivia donde recrea las voces femeninas feministas guerrilleras tras la sombra del patriarcado del Ché Guevara. Ya es tiempo de re-escribir la historia, porque lo personal y doméstico, también es político como dirán Barbara Kruger y Gloria Anzaldúa, autora próxima a Randall, no en balde aparece retratada en su página personal cuyo título homónimo guarda información e imágenes valiosas (http://www.margaretrandall.org/).

Rizomas y ruinas se imbrican en su obra, se co-pertenecen. El estado de ruina es una metáfora y una metonimia en la obra de Randall. De ahí también la voluntad de juego y de experimentación del arte y literatura contemporáneos que desarrollan escrituras múltiples, híbridas y experimentales, oscilando entre poesía, testimonio y ensayo. Pero sobre todo es –según Randall– “una manera de dar voz a los que han sido ignorados o silenciados, rendir homenaje, reconocer esfuerzos heroicos, revivir la memoria colectiva. La literatura puede llegar a ser un arma que se utiliza para luchar por un cambio social; por una mayor comprensión entre los seres humanos, en contra del clasismo, racismo, xenofobia, misoginia, homofobia. En un mundo en el que hay tanta manipulación de los hechos por parte de quienes sostienen el poder, muchas veces nos vemos como David frente a Goliat. Al plasmar verdades, sobre todo acerca de uno mismo, uno se coloca en la posición más vulnerable, se arriesga a que el enemigo puede usar esas armas en nuestra contra. Sin embargo, son riesgos que tenemos que asumir”.[6] En este sentido su antología de 12 poetas, antología de nuevos poetas estadounidenses ofrece una impecable selección donde verdad, belleza y justicia se vuelven exigencias indisociables entre sí, generando una poderosa amalgama de vigor, potencia, fuerza expresiva, política e intimidad. Después de una jornada de vida, de ver, vivir y convivir con los pobres, humillados y excluidos, pero también con los hambrientos de esperanza y utopías, Randall se encuentra agradecida y enriquecida por el arte y la revolución, términos que su ser y haber son intercambiables porque quizá, “alguien que no ha nacido leerá este poema”, leerá las huellas humanas que queden después del fin del mundo como un legado de amor, misericordia, barbarie, belleza y crueldad. En una de sus últimas obras, Exporting revolution: Cuba’s global solidarity, efectúa una lúcida y valiente crítica de la geopolítica imperalista y colonialista de Estados Unidos pero también, hace un notable ejercicio de autocrítica desde una perspectiva marginal, subalterna, feminista, transgresora y festiva. Porque Randall nos recuerda, casi en todas sus obras, sería un tópico recurrente, que más allá de la miseria, barbarie y violencia está la mansedumbre del amor, de la hospitalidad solidaria, de la belleza y de la justicia.[7] Aquí poesía y literatura son otra cosa, una llave poderosa para abrir la puerta del cosmos y dejar que entre el afuera de una vida que nos excede por completo. En ese sentido es que Randall considera que los grandes poetas son parteros de la humanidad y sus obras son el auténtico nacimiento del imaginario subversivo profundo de una época. Por eso es que el arte poético anticipa el horizonte de la condición humana. Es el claro de la contemporaneidad donde se puede ver el futuro como ahora eterno.

 

Al igual que las abuelas de Sepur Sarco de Guatemala, Randall es una superviviente y testigo del siglo XX, pero su voz y su obra son plenamente del siglo XXI. Ha cumplido con creces el mandato de estar a la altura de su tiempo, nos queda seguir su legado, aprender y mantener la llama de la libertad encendida en su obra; sacerdotisa chamán que re-escribe la historia y el arte desde sus márgenes. Enhorabuena por su obra múltiple y nuestra entera gratitud por una vida dedicada a los demás. En un mundo acosado por la trivialidad, la maldad y la estulticia, Randall ha prodigado el universo de pequeñas dosis de sabiduría, humor y amor sin reservas, pero como diría Isak Dinissen: “la ha hecho sin prisa y sin pausa”; y en estos tiempos que corren, tan solo el mero intento ya resulta ejemplar, no se diga su realización cotidiana infatigable.

 

 

 

[1] Pierre Klossowski, Sade mi prójimo, precedido por El filósofo criminal, Madrid, Arena Libros, 2005.

[2] Primo Levi, Los hudidos y los salvados, Barcelona, Península, 1989, p. 10.

[3] Margaret Randall, “¿Qué es y cómo se hace un testimonio?, en Sobre el testomonio, en John Berverley y Hugo Achugar, La voz del otro, Guatemala, Universidad Rafáel Landívar-Latinoamericana Editores, 1992.

[4] Carlos Marzán, Walter Benjamin. Es necesario recuperar la historia de los vencidos… España, Editorial RBA, 2015, p. 136.

[5]Randall, op. cit. p. 27.

[6] Margaret Randall, “Mi obra tiene sombras, crueldad, ternura, belleza”, Siempre. Presencia de México, mayo del 2018, consultado el 21 de mayo del 2018 en http://www.siempre.mx/2018/05/mi-obra-tiene-sombras-crueldad-ternura-y-belleza/

[7] Margaret Randall, Exporting revolution: Cuba’s global solidarity, Durham-London, Duke University Press 2017.

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