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viernes, 26 abril, 2024
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¿Para qué sirve la poesía? Uso número 1: Para cambiar un boleto de autobús

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Por: EDUARDO CAMPECH MIRANDA* •

La Gualdra 369 / Promoción de la lectura

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Hace años un ex compañero de la Biblioteca Mauricio Magdaleno compartía su incomprensión de la poesía, en particular criticaba que se usaran palabras raras: “¿Por qué no dice rodillas en lugar de hinojos?”. Debo aclarar, sin que ello sea un juicio y sí un hecho, que su relación con la lírica estaba más estrecha con Selena que con algún poeta. Años después, durante la impartición de una capacitación un asistente expresó la inutilidad del lenguaje poético, “¿Para qué rodear si se pueden decir las cosas con menos palabras y más directas?, no le encuentro una utilidad a la poesía”.

Al segundo le compartí la siguiente anécdota: distraído como soy, uno de mis grandes problemas cuando viajo es que olvido o confundo los horarios de salida. Afortunadamente siempre es a favor, es decir, llego antes. En algún viaje a Guadalajara quise cambiar de corrida por una más temprano, no pude toda vez que la transacción ya se había facturado. En una segunda visita a la Perla Tapatía, me preguntaron a qué hora regresaba el domingo. A las tres de la tarde, respondí.

Así que –ahora lo confieso con vergüenza- hubo toda una movilización para que en poco más de sesenta minutos cerrara la capacitación, entregara la habitación, comiera y me trasladaran a la central camionera. A las 14:30 estaba en primera fila para abordar el autobús. Quince minutos después se me ocurrió revisar mi boleto: ¡salía hasta las 17:00 horas! De inmediato me dirigí a ventanilla para cambiar el boleto. La chica que atendía dio respuesta negativa a mi petición. Me parecía una eternidad estar dos horas en la sala de espera. Así que percatándome que la joven en cuestión tenía unos ojos azules maravillosos (milagros que hacen los pupilentes), me atreví a preguntarle con toda la inocencia del mundo: ¿tus ojos son naturales?

La chica no pudo evitar una leve sonrisa. Con ella aún en el rostro, me regresó el interrogatorio, -“¿por qué?”, dijo amablemente. Ah, porque hubo un poeta zacatecano llamado Ramón López Velarde que tuvo una novia con unos ojos como los tuyos. Él decía que eran “ojos inusitados de sulfato de cobre”. Le dije el poema, le conté la historia de Ramón y María. Todo en cuestión de minutos, el tiempo iba en mi contra. Una vez que acabé, me hizo el cambio de boleto. Nunca respondió mi duda en torno a sus ojos, pero era lo de menos.

Si lo que quería saber el chico de la capacitación era responder la pregunta que nombra este texto, le di sólo uno de los múltiples “usos”. Al primero, no. A él le di libros que dejaba apenas los abría. El tiempo se encargaría de llevarlos por senderos distintos pero paralelos. El segundo está por iniciar un recorrido por los municipios de su Estado para acercar la palabra escrita a la población infantil; el primero llegó a un puesto directivo en la Coordinación de Bibliotecas.

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