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viernes, 26 abril, 2024
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La frialdad del invierno

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Por: ROLANDO ALVARADO •

La Gualdra 233 / Literatura

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Valeria Luiselli comenta sobre Después del invierno,1 de Guadalupe Nettel, lo siguiente: “Como suele ocurrir con las buenas novelas, esta no se trata de nada en particular”.2 Y líneas después matiza:

 

[…] más que un trasfondo geográfico, las ciudades de la novela –Oaxaca y La Habana, pero sobre todo París y Nueva York– son espacios interiorizados con los que sus personajes tienen que bregar. No son tanto espacios en donde se desarrolla la vida, sino una condición impuesta a ella. En ese sentido, y tal vez sólo en ese sentido, Después del invierno se suma a la ya larga tradición de novelas sobre la extraterritorialidad latinoamericana, que empieza en épocas de Altamirano, tiene su esplendor en las crónicas de Darío, su decadencia chic en el Boom, sus flores raras en Pitol, su muerte en Bolaño y su fantasmagoría en la generación globalizada de Bogotá 39. Nada nuevo.

 

Tal genealogía es equívoca, porque la extraterritorialidad referida no es la misma en cada caso mencionado ya que las condiciones sociales no son homogéneas a lo largo del tiempo. Aunque si nos tomamos en serio la subjetivación de los espacios, y asumimos que la subjetividad es una y la misma, podría ser que en efecto las ciudades son tinglados ajenos a la circunstancia social y temporal. No es tal el punto de vista del que partimos. De hecho el tema de la novela de Nettel responde a una condición social a la que estamos accediendo debido al proceso de globalización que Zygmunt Bauman nombró “modernidad líquida”, cuya manifestación más relevante para lo que nos ocupa es el aflojamiento de los lazos entre las personas.

El tema de la novela de Nettel es la descripción de cómo, en el espacio global, que en la novela queda imaginado con el tránsito de los personajes por las ciudades de Oaxaca, La Habana, París, Nueva York y lugares aledaños, los lazos emocionales humanos son tan tenues y frustrantes que es mejor retornar a los lazos fuertes y duraderos entre las personas que caracterizaron lo que Bauman denominó “modernidad sólida”. Dado el tema es necesario pensar el género de la novela para ubicarla, al menos provisionalmente, en un espacio de relaciones literarias. El espacio imaginado por Luiselli pretende que entre la novela de Nettel y alguna obra de Altamirano, de Pitol, del Boom o de Bolaño existe un parentesco, una similaridad, una propiedad que las une. Pero no la especifica en términos formales. Sin embargo, la lectura atenta puede ubicarnos al respecto. La hipótesis de esta nota es que el género de la novela de Nettel es la “anti-utopía estática”. El concepto de “utopía literaria” ha avanzado mucho desde las definiciones clásicas de Frye o de Suvin y podemos desplegarla como sigue: una utopía consiste en la construcción verbal de una comunidad humana con relaciones individuales, instituciones sociales y normas organizadas según un principio diferente al del ambiente empírico del autor o del lector. Cuando valoramos esa organización obtenemos variedades de utopía. Una “eutopía” es una comunidad humana organizada según un principio más perfecto que el empíricamente verificable. Una “distopía” es una comunidad humana organizada según un principio menos perfecto, mientras que una “anti-utopía” es una aparente eutopía que mediante el desarrollo de la narración se demuestra que no lo es. Ahora bien, los personajes de las utopías se mueven en un espacio abstracto de posibilidades, al que llamaremos “locus”, en un sentido determinado por el autor, al que denominaremos “horizonte”.

Si el movimiento de los personajes es hacia estadios radicalmente diferentes de su locus, transitando más allá de su horizonte la utopía es dinámica, de otro modo, al moverse los personajes hacia “atrás” en su locus, la utopía es estática. Queda indicado ya el locus de la novela de Nettel: el espacio abierto por la globalización, imaginado como un fácil tránsito entre diferentes países, haciéndose abstracción de las fronteras. Tal posibilidad fue abierta, para los latinoamericanos, por un desarrollo administrativo notable: el otorgamiento de becas de estudios en el extranjero. La justificación de tales becas no tiene nada de científico así que es mejor tomarlas como un hecho que abrió ese espacio de posibilidades de tránsito para una minoría de personas.

Los personajes de Nettel, el cubano Claudio y la mexicana Cecilia, tienen un movimiento retrógrado en el espacio global: ingresan a ese espacio, se mueven en él y deciden volver a sus espacios locales. Las relaciones que construyen en el espacio global son vaporosas, tenues; mientras que las que establecen en los espacios locales son sólidas. Una solidez que Nettel parece identificar con el sufrimiento, porque tanto Claudio como Cecilia pasan por arduas pruebas. Claudio pierde una pierna y se resigna a medicarse contra la depresión; Cecilia sufre mucho cuidando a su amante enfermo, que muere y la deja deprimida, curándose cuando conoce a Sathya, la hija de sus amigos Haydée y Rajeev. Podemos apreciar que en su movimiento los personajes se alejan del espacio global, pero no hacia posibilidades nuevas sino hacia posibilidades pasadas, las que, según Bauman, muestran una feroz tendencia a la extinción. Por eso los personajes van hacia “atrás” de su horizonte. Por tanto la novela es anti-utópica porque revela que el espacio global no es una eutopía; y es estática, porque lo que plantea como opción a ello es la solidez de un estadio previo de la modernidad. En estos términos, con todos los méritos que pueda tener la novela en tanto que construcción verbal, no afronta el reto de imaginar nada nuevo, nos ofrece los evanescentes placeres del ayer.

 

[1] Anagrama, 2014.

[1] Letras Libres, marzo de 2015.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-233

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