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domingo, 5 mayo, 2024
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El encanto de la banalidad

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO • admin-zenda • Admin •

Imanol Caneyada ha sostenido que su novela “Hotel de arraigo” (Suma de Letras 2015) ilustra la tesis de Hanna Arendt de la “banalidad del mal” (1963). Según el autor las complicidades manifiestas e implícitas entre autoridades civiles y delincuentes en los crímenes que diariamente se cometen en nuestro país son la representación perfecta de la maquina burocrática descrita por Arendt en su “Eichmann en Jerusalén. Un reporte sobre la banalidad del mal”. Recordemos que el libro citado de Arendt es una matización de las tesis que había presentado previamente en su “Los orígenes del totalitarismo” (1951), cuya idea fundamental es que los regimenes de la Alemania de Hitler y de la U.R.S.S. de Stalin son una novedad histórica porque en el diseño estatal propuesto por ellos  todos los límites de su acción eran eliminados, por lo que dejaba de existir la vida privada. El expansionismo de estos Estados, según Arendt, mostraba acerbas dosis de racismo en sus variedades pangermánicas y paneslavas, ideologías que, al estar presentes en la mayoría de los integrantes de esos pueblos, daban legitimidad a esos gobiernos. En el libro sobre Eichmann las cosas cambian debido a la personalidad que Arendt cree apreciar en el funcionario nazi. Para ella, Eichmann había renunciado al ejercicio de su moral autónoma plegándose a los designios del legislador (Hitler), lo que constituye una aberrante lectura de la ética kantiana, volviéndose su vocabulario una infinita reiteración de frases hechas que daban la apariencia de “razones”, cuando no lo eran. Asimismo, al parecer, los exámenes psicológicos realizados no mostraron rasgos de enfermedad mental. Una conclusión de Arendt es particularmente escalofriante: dado que Eichmann no era un psicópata, ni un entusiasta antisemita, o un antisemita particularmente furibundo, sino un burócrata común y corriente que había renunciado voluntariamente a cuestionar las ordenes de sus superiores, suspendiendo con ello su juicio moral, resulta que sus motivos para ejecutar las atrocidades de los campos de concentración eran “banales”. Lo que significa que no las hizo nacidas de odios particulares o como producto de ideologías escandalosas con las que justificaba su proceder. Su proceder, según Arendt, se justificaba recurriendo a la jerarquía de la burocracia, al ejercicio de un trabajo en el que se deben seguir directivas. De la misma manera, las atrocidades en el México nuestro, perpetradas por la policía, el ejercito o los políticos se han naturalizado al punto de ya no generar escándalo, mientras que los motivos para realizarlas se han banalizado. Podríamos postular que es la naturaleza misma de la burocracia el que sus integrantes sean equiparables a piezas que realizan una función que se integra en un aparato de cuyos objetivos no saben nada, y aunque los conocieran no tienen el más mínimo incentivo, o capacidad, para cuestionarlos, porque en todas los asuntos que atañen a la colectividad han suspendido sus juicios morales, reservándolos para la esfera de su vida privada. Pero en un Estado totalitario esa vida se reduce a las más necesarias de las funciones biológicas: comer, trabajar, recrearse, reproducirse, mientras que la crítica pública se vuelve peligrosa ¿A cuántos pasos estamos de una situación así en la UAZ? ¿O eso se mide a posteriori, cuando ya pasaron todas las atrocidades? Ante el ataque que sufrió un candidato a rector en la Unidad Académica de Derecho, perpetrado, según declaraciones públicas de un testigo presencial, por uno de los candidatos a director de esa Unidad, no hubo pronunciamientos por parte del otro candidato condenado el acto. Se alegó “desconocimiento”. Y aún cuando se conoció más del asunto el otro candidato no dijo nada, ni planteó un deslinde o la necesidad de una investigación, sino que prefirió guardar un silencio sepulcral, una suspensión de su juicio moral debido, creemos, a las “prioridades” de su alianza con el supuesto perpetrador para no alterar la correlación de fuerzas. Por lo tanto se privilegió el objetivo de sostener los acuerdos de un grupo que alega representar a todos los universitarios sin excepción, pero que defiende, o al menos tolera, la existencia de grupos delincuenciales que mantienen el control sobre las Unidades de la UAZ para ejercer la violencia de manera discrecional. Si ello es así, y todo parece indicar que lo es, dada la indolencia del candidato del Grupo IDEA ante los hechos, la aglutinación de personas a su alrededor no responde ni a convicciones ni a ideas, sino a intereses personales que no representan a toda la UAZ, ni pueden representarla, porque las ideas de bien común y de comunidad han dejado de existir.

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La justificación que ofrecen todos aquellos que siguen la supuesta cargada es que oponerse al que va a ganar es arriesgarse a sufrir represalias, por lo que sostienen que, aunque saben que todo está mal, no les queda de otra. La lección de “Eichmann en Jerusalén” es que como seres autónomos siempre podemos ejercer nuestro juicio moral, por lo que podemos decir “no” y oponernos a todo eso que sabemos que está mal. Ya hemos insistido antes en la relevancia del libro de Arendt para comprender nuestra situación universitaria. Hemos vuelto sobre ello de nuevo porque nuestra condición presente lo exige. ■

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