- Historia y poder
Acompañé al pueblo zacatecano 300 días al vuelo en su muy aludida conmemoración del centenario luctuoso de la Toma de Zacatecas.
Los ojos bien abiertos. Las manos nunca temblorosas. Más bien obedeciendo al dictado supremo de toda la crónica: unas autoridades encabezando con sus dineros complicados y oscuros un puñado de eventos donde el dispendio y la improvisación destacaba la brutalidad de una política errada desde un principio: no estar en la identificación plena del hecho histórico que caló en lo más profundo del pueblo zacatecano, quien ofrendó su vida como carne de cañón en una etapa realmente sombría para todos.
O sea: la gran victoria pírrica que no sirve para nada sino a explotar más feo a los mexicanos.
¿Cuál fue en realidad el meollo de ese conflicto que causó el asesinato rapaz de más de 12 mil personas en apenas 3 días de real batalla y encuentro de poderes?
¿Fue villa un verdugo en pos de nunca perdonar a quien encabezaba la peor de las traiciones y usaba a los ejércitos de la plebe para lidiar el proyecto maderista-villista de restituir a ese México que sufría como nadie?
¿Fue huerta un victimario obligado a delinquir de la peor de las formas asesinando a inocentes como al presidente Madero y al gran Pino Suárez en una etapa que exigía respuestas inmediatas al hambre del pueblo y sus deseos de un cambio verdadero y que fue hábilmente manejada por la onerosa y turba y aviesa embajada de los EU de Norteamérica?
¿De dónde vienen tantas angustias que aun vivimos?
¿Hacia dónde va este constante ir y venir por las armas y la angustia de vivir necesitados?
Tanto el comité y junta de los eventos se vio envuelta en una parafernalia que de poco sirvió para hacer preciso ese duelo que tanto acompaña a un pueblo como el nuestro: el hecho de sentirse muy a la intemperie en cuanto se refiere de supuestos triunfos contra los malos y sentirse a la vez dejados de un poder que jamás beneficiará a las familias mexicanas más pobres al batallar para conseguir medicinas o alimento, o la renta o la luz, y ahora hasta el Internet que supuestamente hace falta.
Jamás se me olvidará como en la biblioteca Cabral de Hoyo leí con mucho sentimiento y asombro de las crónicas de la Toma de Zacatecas en las que las fullerías estuvieron presentes para enseñorearse en el crimen, el robo, el saqueo descarado, la masacre y el fusilamiento de inocentes.
También el arrastre y fama pública de Francisco Villa y su ejército de guerrilleros que no ha sido igualado 100 años después en ningún movimiento armado en toda Latinoamérica.
Su aparición en la escena nunca espontánea, pero sí llena de acciones que se pudieran considerarse de milagro y con un amplio apoyo popular.
Vi a sus cronistas apuntando los detalles, a sus civiles haciéndola de pajes en una escenografía aparatosa y dispendiosa en la que nos decía de los valientes villistas masacrando a soldados de Huerta y dispuestos a obedecer a sus nuevos amos asesinos.
Vi al pueblo zacatecano y su juventud muy sedienta de la nada y de la fiesta, muchos huecos en donde se hizo urgente un réquiem por las víctimas y solo brilló el olvido y la indiferencia de las fosas comunes en donde aún están los restos de miles sin identificar ni mucho menos honrar.
Vi a sus intelectuales muy alistados para tomar café y hablar boberías con la frente en alto arguyendo que su universidad era muy capaz para entender los dolores de la gente más pobre “siempre víctima de su propia indolencia”.
Vi el esfuerzo y el respeto de las muchedumbres rememorando un cruento episodio que aun exige cuentas claras y resultados contundentes.
Los descamisados de siempre.
De ahí mi afán de acompañar al pueblo zacatecano para siempre. Que me indique la luz en los senderos y que yo alborozado haga un recuento de su magnífico camino y el recuerdo escrito de sus épocas de gloria o infortunio. ■
