Población indígena en Zacatecas: heredera desdichada con costados sorprendentes
Siguen siendo los más olvidados. Hablan el Tepehuano, el Huichol, el Chichimeca, el Náhuatl, el Mazahua, el Tlapaneco.
Están esparcidos por todo el territorio zacatecano.
De ahí venimos, sin duda alguna. Aunque tengamos una mezcla sorprendente de sangres, civilizaciones moriscas, musulmanas y españolas, venimos de la gran población indígena forjadora de toda ciudad y de toda construcción.
Fue el motivo más esclavizante de los conquistadores que se aventuraron tierra adentro para conseguir el sustento a sus nuevas familias a costa del sufrimiento de miles.
Durante siglos fue la carne de cañón para los trabajos más difíciles, la servidumbre, la faena sangrienta en las minas, el campo, la construcción, las guerras, la prostitución, los genocidios.
Se rebelaron, se calmaron, enmudecieron.
Hoy muchos son vistos como piezas decorativas, pero trabajan en las más diversas ocupaciones y son víctimas de abusos de todo orden. La mendicidad, el alcoholismo, las enfermedades siguen siendo el panal donde se embrutecen todos los dolores que los encaminan a la ignominia.
Durante el siglo XVI su vida se trasformó como nunca antes en mil años, eran los herederos naturales de las grandes extensiones, la estepa, el barlovento, la cordillera, la serranía, la selva acuciosa, las montañas sagradas.
Hoy su vida sigue con orgullo, serenidad y rusticidad.
Zacatecas debe sentirse en deuda eterna con ellos.
Son los abuelos naturales. Merecen respeto, apoyo irrestricto, duradero, permanente. Y todos sus descendientes.
Es decir, Todos. ■
