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miércoles, 1 mayo, 2024
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Don Mónico, una dulce tradición familiar con más de un siglo de historia en la ciudad

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Por: RAQUEL OLLAQUINDIA • Araceli Rodarte •

■ Melquiades Herrera comenzó con el negocio de raspados en un puesto de lámina, en 1910

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■ Los actuales dueños de la tienda son la tercera generación que se encarga de este local

Un puesto de lámina lucía frente al antiguo Hotel Victoria en la capital zacatecana. Raspados de limón, plátano y guayaba eran los productos que se ofertaban en el pequeño negocio.

Corría el año de 1910 cuando Melquiades Herrera decidió aprovechar una receta familiar que le fue confiada y la que le permitió elaborar los siropes de fruta y la base del raspado que, desde entonces, han satisfecho los antojos de quienes caminan por las avenidas y callejones de la ciudad de Zacatecas.

Polo Norte era el nombre con el que se conocía en sus primeros años y hasta mediados de la década de los 50 el puesto de lámina que inició Melquiades. Su hijo, Mónico Herrera Muñoz, creció entre el hielo, la nieve, la fruta y el sirope, aprendiendo la tradición de la familia.

Las horas que pasó de niño y después en su juventud ayudando a su padre con la venta de raspados le sirvieron para tener un conocimiento certero del oficio y, así, poder mantenerlo vivo en las décadas siguientes, convirtiéndolo en un auténtico negocio familiar que ya empieza a alcanzar, incluso, a la cuarta generación.

Fue en 1954 cuando Mónico pasó a hacerse cargo, de manera definitiva, del puesto que ya tenía 44 años de historia a sus espaldas. Dejó el espacio que había ocupado hasta entonces Polo Norte, frente al antiguo Hotel Victoria, y se trasladó a vender los raspados tradicionales a la sombra de los portales que enmarcan la Casa Municipal de Cultura de Zacatecas, en pleno centro de la capital. En esta ubicación estuvo durante dos años.

Debido  a que Mónico Herrera era más conocido en la ciudad que su padre Melquiades, los clientes empezaron a llamar el puesto con el nombre de quien había heredado la propiedad del mismo. De esta forma fue como, al final, la denominación de Polo Norte fue sustituida poco a poco por Nieves Don Mónico, como se le conoce el día de hoy.

Tras dos años en los portales de la casa de cultura, el negocio se cambió al Jardín Independencia, lugar en el que estuvo casi tres décadas y donde su esposa fue la principal ayuda que tuvo el dueño.

Tanto Mónico Herrera Almaraz como María Catalina Herrera Almaraz, dos de los diez hijos que tuvo la pareja, son quienes relatan esta historia sobre el negocio familiar que aún continúa con vida y camino a albergar a la cuarta generación de trabajadores.

Por su parte, María Catalina recuerda las largas jornadas que su padre dedicaba al negocio. Se levantaba a las 5 de la mañana para hacer el sirope, asegura, y después se iba a trabajar al puesto junto con su esposa. El esfuerzo se tradujo en estos años en innovación, pues a los sabores de limón, plátano y guayaba que fabricaba su padre, añadió además los de fresa, mango y mamey. Más tarde se agregaron también el sabor de kiwi, guanábana, rompope y tamarindo.

Ya en la época en la que vendían sus productos en el Jardín Independencia los hijos de Mónico empezaban a involucrarse en la elaboración y comercialización de los raspados, hasta que en la década de los 80 el padre de la familia cayó enfermo. “Mi papá se puso malo y nos pasó a todos los hermanos lo referente al negocio y a la nieve”, dice Mónico, su hijo.

Los actuales dueños de la tienda son la tercera generación que se encarga de este negocio familiar y Mónico comenta que “ya en la cuarta generación andan los sobrinos y mis hijas”.

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Todos los hermanos, explica, están pendientes de la venta de raspados que desde hace 18 años se realiza en un local de la avenida Juárez, en el número 301, del Centro Histórico de la capital zacatecana. Señala que son “siete mujeres y tres hombres, tengo unas hermanas que radican en San Luis Potosí, pero aun así vienen los fines de semana para ayudarnos en el negocio”.

Todos comparten el trabajo, dice María Catalina; mientras su hermano Mónico precisa que, pese a ayudarse en las tareas, cada uno tiene definida su responsabilidad en el negocio.

La coordinación ha sido buena durante todos estos años, indican. “Nunca ha habido desavenencias y como nos dejó mi papá deseando que trabajáramos en armonía y echándole ganas, hemos seguido su tradición”, dicen.

Precisamente esa cercanía y buena disposición entre los hermanos Herrera Almaraz ha sido su mayor ganancia. Mónico subraya que el negocio que ya tiene 104 años “nos ha dejado la unión entre hermanos, así como nos dejaron nuestros padres y que tratáramos bien a los clientes, con cordialidad y amabilidad. (…) Es una satisfacción”.

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