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jueves, 16 mayo, 2024
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El formato comunicativo de las campañas electorales: de propaganda vacía a la formación de ciudadanía

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

El observar la propaganda electoral, ¿qué observamos? Una serie de mensajes genéricos sobre supuestos logros de unos, de intenciones de “cambiar las cosas” otros, imágenes de individuos sonriendo, guerra de lavadero entre PRI y PAN y hasta estrafalarios videos de candidatos en formato de conjunto grupero. En general por tanto, es propaganda con buena presentación y de muy baja calidad de contenidos. Las campañas son procesos de comunicación y el formato que han tomado para llevarla a cabo es la misma que las mercancías del mercado publicitario: anuncios sugestivos de 30 segundos que tienen por objetivo posicionar algún mensaje que provoque identidad con los votantes. Pero observamos que los contenidos de los diversos partidos no marca grandes diferencias: dan la sensación de que dicen lo mismo. Pero esto se debe también en los formatos en que meten los contenidos (el formato de comunicación por spot). Para lograr una comunicación analítica que aspire a un votante racional, se tendría que cambiar totalmente el formato comunicativo. Es tan vacío de contenidos que cuando vemos los spot de “el cambio”, nunca supimos que cambio quieren provocar, hacia donde pretender ir y cómo piensan lograrlo. Nos quedamos con un Cambio Vacío de contenido. Todos quieren cambiar y nadie puede decir de qué tipo de cambio se trata. Los partidos contratan agencias de consultoría de imagen pública para que les organicen las campañas y logren hacer conexiones emocionales entre los candidatos y la audiencia, manejen su imagen verbal y transmitan sentimientos positivos. Y se meten en este mundo detallista de la construcción de video spot, carteles y espectaculares. Pero, la pregunta obligada es, ¿y los problemas públicos? Pues son mencionados, solamente.

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Las campañas deben ser procesos de formación de ciudadanía, porque en la confrontación de ideas, la argumentación y las propuestas, se formaría a la población como ciudadanos. Pero no es así, con el tipo de campañas que se realizan no se convierten en procesos formativos. El elector no se constituye en ciudadano que tiene que discernir sobre las virtudes de las razones públicas, y que por ello conforta fines con medios y analiza resultados; por el contrario, este formato de campaña lo único que logra es un elector como consumidor-cliente. Y eso construye una ciudadanía de baja intensidad, o prácticamente ciudadanía-chatarra. Y como todos los productos de este tipo, son una bonita y atractiva presentación de un contenido-basura.

Se tendrían que cambiar totalmente los formatos de comunicación para las campañas políticas. Uno que permitiera, primero, que el candidato exponga lo que piensa como las soluciones a los problemas públicos que pretende enfrentar. Es decir, se requiere espacio analítico. En segundo lugar, que permita la confrontación y claro contraste de opciones; y por último, que sea posible no sólo la difusión de mensajes, sino el establecimiento de procesos comunicativos, por tanto, donde los electores puedan revirar los mensajes recibidos. Así las cosas, en lugar del imperio del spot, se tendrían que organizar por parte del INE mesas analíticas por televisión y radio, donde estuvieran los candidatos ofreciendo su diagnóstico de un problema público y las estrategias para resolverlo. Con tiempo para ofrecer un diagnóstico. Con ello, si los partidos pretenden capturar la simpatía de la población deben contar con estudios y propuestas viables sobre el objeto de debate. Eso le exige al candidato prepararse como estadista y no como cómico que baila grupero. Es decir, el cambio de formato tendría como consecuencia otro perfil y mayor exigencia a los sujetos que pretendan un puesto público. Los mínimos estarían mucho más arriba. Y la orientación del foco central de atención también cambia: ya no es la imagen del candidato, sino los problemas públicos mismos. A su vez, garantizamos que las campañas se conviertan en escuelas de ciudadanía.

A la propaganda escrita también se le puede exigir un formato específico para que logre lo que decimos arriba: que permita visualizar no la sonrisa del candidato, sino el diagnóstico de los problemas públicos. Y no promesas peregrinas, sino propuestas serias, que partan de estudios y tengan la argumentación suficiente sobre su viabilidad. Es importante eliminar la demagogia barata y elevar la calidad de las propuestas. Hay quienes ahora proponen “que haya más empleo”, así dicho es una idiotez: justo lo importante es saber qué se propone para crearlos.

En suma, los ciudadanos que tenemos la preocupación en la calidad de la democracia deberemos integrar una propuesta formal para reglamentar uno de los aspectos más importantes de las campañas políticas (hay otros aspectos que aquí no abordamos), y que con ello, logremos impactar en la formación tanto de ciudadanía (del lado de los electores), como en la formación de estadistas (del lado del aspirante al poder). Y al final de cuentas logremos conectar la calidad de la democracia con la calidad de gobierno.■

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