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lunes, 13 mayo, 2024
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La técnica del golpe de Estado

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Por: ROLANDO ALVARADO • ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ •

“Cómo escribe este hombre, pensó. Lo había llevado a otro mundo, un mundo real. La caída de Berlín en manos de los ingleses, tan vívida como si hubiese ocurrido de veras”. Así cavila Freiherr Hugo Reiss, cónsul del III Reich en San Francisco mientras lee “La langosta se ha posado”, novela del escritor en el exilio, Hawthorne Abedsen. Y prosigue: “Tenía que haber presionado un poco más a los japoneses… para que prohibieran el maldito libro”. En el mundo que nos describe la novela “El hombre en el castillo”, de Philip K. Dick (Minotauro, 1974), han sido las fuerzas del eje las que ganaron la segunda guerra mundial, y los Estados Unidos están partidos entre Alemania y Japón. Abedsen vive en la relativamente más benigna colonia japonesa, sin embargo, el éxito del libro ha molestado a los jerarcas nazis, quienes ya pusieron en marcha mecanismos para lograr abatir a Abedsen y su libro. El control ideológico, según vamos aprendiendo a lo largo de la novela, es algo que permite la estabilidad política a un régimen que carece de legitimidad porque ha sido impuesto por la fuerza. En tales circunstancias la capacidad de discusión es inexistente, y los meros controles policiacos deben ser reforzados al máximo. Curzio Malaparte (1898-1957), escritor italiano que cuenta entre su producción la novela “La piel”, considero prudente no publicar, después de todo conoció las prisiones del régimen en el periodo de 1933-1935, el breve ensayo “El gran imbécil”, en el que invita a despreciar la figura del dirigente supremo con retratos caricaturescos que involucran abundantes ofensas. Ni que decir del apodo que elige para el gobernante: el gran imbécil. Una cita mostrará el tono del ensayo: “A diferencia de los tiranos que “siempre han sabido ponerse el vestido inteligente para las ocasiones cretinas” el Gran Imbécil “era siempre más estúpido que su vestido más cretino””. No cabe duda, las buenas conciencias vigilantes de la moral y el respeto encontraran estas frases tan condenables hoy como ayer, pero la posteridad les ha encontrado otro valor. En opinión de Francesco Perfetti: “El Gran Imbécil es, en sustancia, un ensayo político que desarrolla, a su modo y en clave metafórica, consideraciones sobre la dictadura, sobre la relación entre el jefe y la masa, sobre el consenso, sobre el carácter de los italianos y sobre la licitud de una reacción popular” (Curzio Malaparte “Muss/El Gran Imbécil” Sextopiso (Madrid) 2013, del prólogo). Seguramente muchas de las críticas de Malaparte podrían haber sido enunciadas en otro lenguaje, en otra “clave retórica” digamos, pero el enunciarlas en el género literario del “arte de injuriar” ofrece un doble atractivo: muestran la reacción profunda, sentida, que tienen contra el ambiente en el que moran, cargado de agresividad, y permite que el público, por morbo antes que por gozo intelectual, se acerque a temas que de otro modo le son ajenos aunque lo imbriquen profundamente. Si lo vemos detenidamente, la decadencia misma del régimen fascista produjo a su crítico, y la violenta, pero precisa crítica, que de él emanó. Porque crítica, recordémoslo, tiene una doble acepción: analizar pormenorizadamente algo, y a la vez, hablar mal de ello si acaso está mal. En tiempos normales, de prudente estabilidad del régimen fincada en bonanza económica, ambas acepciones se disocian, pero en épocas turbulentas, en las que la bancarrota es evidente, es inevitable que todo análisis concluya estipulando que el objeto de la crítica está mal, quizá incorregiblemente mal, en su conjunto. Pero la contumacia de los líderes es proverbial, y aunque se hunda el barco porfían en sus políticas por equivocadas que estén. Tal ceguera se origina en la caducidad misma de los dirigentes. Quizá las opiniones se polaricen en el caso del docente despedido de la UAZ, entre otras cosas, por emitir juicios imprudentes y léperos respecto de la administración universitaria. Pero sea emitida en el crudo lenguaje de la calle, el más artero del “arte de injuriar” o el pesado cuan ininteligible lenguaje burocrático una crítica es proba, u honesta, no por estar basada en análisis estadísticos (eso sería una conjetura contrastable necesitada de arbitraje en una revista indizada) sino por enderezarse contra una realidad circundante opresiva vivida por el crítico. Pero el crítico y su singular destino son irrelevantes, un distractor. Lo que está en juego es más importante que una persona porque la bancarrota política, económica y moral de la universidad no yace en los “docentes léperos” sino en la incapacidad política abierta de poder convocar a todas las fuerzas universitarias a discutir los planes que la SEP le ha diseñado y aprobado a la presente administración, que incluyen medidas más allá de los despidos y que enrarecerán el ambiente universitario. La mencionada “intervención del Estado” ya está en marcha con la venia y docilidad, la tenaz incapacidad de resistencia, de la presente administración. El régimen de Mussolini no cayó porque Malaparte se burlara del Duce (que en sí mismo era caricaturesco), sino porque la unidad política la tenía perdida. Las acciones recientes de la administración central de la UAZ van contra esa unidad que pregonó. Quizá pueda enderezar el rumbo. O no. Lo sabremos en el futuro cercano. ■

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