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jueves, 16 mayo, 2024
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La impronta de las reformas borbónicas

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Por: LEONEL CONTRERAS BETANCOURT •

El motor del cambio económico y político que propicio los movimientos autonómicos e independentistas de los reinos de ultramar del imperio español y que darían al traste con el antiguo régimen serían las reformas borbónicas.

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Las condiciones que llevaron al desmoronamiento del imperio español como resultado de la corona acéfala ante el embate francés y de las luchas autonómicas de sus colonias, se gestaron en los últimos tres lustros del llamado siglo de las luces y al despuntar el siguiente. Ni los historiadores económicos ni los sociales, a decir de Enrique Florescano y Margarita Menegus, se ponen de acuerdo sobre cuál fue el punto de quiebre para el desenlace que tuvieron España y sus colonias a partir de la invasión napoleónica de 1808. Lo cierto es que el periodo de 1770 a 1810 se caracteriza por ser una época de altas y bajas, de flujos y reflujos de la economía, minería y agricultura, sobre todo. La política impositiva de las reformas borbónicas, mediante la centralización administrativa de todos los ramos por parte de la corona española, empujarían hacia el cambio. Si hemos de poner el acento en los hechos que resultan significativos y detonan a una época, las reformas borbónicas representan lo más sobresaliente de la transición de la Colonia a la independencia. 

Las reformas borbónicas obedecieron a: “[…] a una nueva concepción del Estado, que consideraba como mayor tarea retomar los atributos del poder que antes se habían delegado en grupos y corporaciones, y asumir la dirección política, administrativa y económica del reino. Los principios de esta nueva política se identificaron con las ideas del llamado “despotismo ilustrado”: regalismo o predominio de los intereses del monarca y del Estado sobre los de individuos y corporaciones; impulso de la agricultura, industria y comercio; desarrollo del conocimiento técnico y científico, y difusión de las artes. La aplicación de este programa demandaba una nueva organización administrativa del Estado y nuevos funcionarios. Para lo primero se adoptó el sistema de intendentes o gobernadores provinciales que se había instaurado en Francia, y para satisfacer la segunda meta se hizo un reclutamiento de nuevos hombres en las filas de la clase ilustrada y entre los militares”.

Contra el régimen patrimonialista de entrega de cargos y prebendas a cambio del pago al monarca que había instaurado la dinastía de los Habsburgo y que frenaban el desarrollo de la sociedad, estuvieron encaminadas las reformas borbónicas.

Entre 1776 y 1787, fue el malagueño José de Gálvez quien introdujo en la Nueva España las reformas en cuestión.  Sostienen Florescano y Menegus que, “Si se quisiera resumir en una palabra el sentido de estas reformas, esta sería sujeción”. De esta forma, la Corona buscó recuperar los hilos del control político y económico que había estado en manos de corporaciones y particulares, poner en la administración y el gobierno a sujetos que además de adeptos, fueran capaces y con los conocimientos y luces requeridos. Ilustrados, en una palabra. Pero, sobre todo, dispuestos y convencidos de servir al monarca. En el centro de esta nueva política estaría el cobro eficiente de los impuestos. Como todo lo nuevo, los cambios que propiciaron las reformas borbónicas generaron inconformidad y resistencias en aquellos sectores que vieron afectados sus privilegios. Sobre todo cuerpos y grupos, Iglesia y clero regular principalmente, debido a su influencia e intermediación entre los hacendados y agricultores. Iglesia y clero regular estaban ya en la mira de la Corona, pues desde 1717 se les había prohibido  abrir más conventos en América, en 1734 se les ordenó no aceptaran más novicios en el lapso de diez años y 1754 deberían renunciar a intervenir en la redacción de testamentos, verdadero filón con el que se habían enriquecido sus querubines con alma de diablos; sabedora de la influencia que ejercían entre la sociedad y el enorme poder que habían acumulado.

El historiador económico Enrique Semo, encuentra un paralelismo en lo que él llama tres periodos de “revolución o de modernización pasiva” de nuestra historia, caracterizados por el hecho de que “todos los cambios y actualizaciones se impusieron a un pueblo empobrecido”. Dichos periodos de revolución pasiva en orden cronológico fueron: las reformas borbónicas (1780-1810), el porfiriato (1880-1910) y la época actual caracterizada como neoliberalismo (1980- ). En los tres momentos a los que se refiere Semo hubo cambios económicos profundos originados en las metrópolis capitalistas que llegaron a influir en la vida de los mexicanos. El progreso económico y social fue muy disparejo. Al imponerse los cambios desde arriba, al ser revoluciones desde el gobierno, los más afectados terminaron siendo los más pobres, las clases subalternas. Sin embargo, siempre existen los matices dictados por las condiciones objetivas de cada coyuntura histórica. Las reformas borbónicas terminaron de hundir más a los desprotegidos, pero los sectores productivos también salieron raspados, sobre todo cuando se dio el proceso de exacción impuesto por la Corona mediante el cobro de Vales reales, que bajo un supuesto préstamo se aplicaron a agricultores, comerciantes y mineros. Ni el Clero mismo se salvó. El Monarca español requería dinero, mucho dinero para sufragar los gastos de guerra en los que se había involucrado frente a las potencias atlánticas, Inglaterra y Francia.

Referencias. 

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