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martes, 30 abril, 2024
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La lectura, un camino

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Por: ADSO EDUARDO GUTIÉRREZ ESPINOZA* •

El día que me percibí como persona, no tanto en su sentido ontológico, concepto que aún dudo si lo he comprendido puntualmente, fue al advertir el tiempo invertido para desarrollar habilidades tan normales y aprender conocimientos. Aún era un niño y coincidió con el período en que me comprometí con mi propia formación como ser humano, más que académico. Sin duda, este compromiso se relaciona con el aprendizaje, que nació a partir de la lectura.

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Aprendí a caminar y a leer a los dos y siete años respectivamente. Desde luego, considero que el desarrollo de estas habilidades, no estoy seguro si llamarles así, ha sido tardío. El hermano menor de mi madre fue quien me enseñó a leer, razón suficiente para estar siempre agradecido. Por años creí que la lentitud del desarrollo de mis capacidades cognitivas se debió a que era un idiota, luego comprendí que mi explicación era lo suficientemente reduccionista e imprecisa como para ruborizar a un terapeuta.

Tras aprender a leer, me volví un consumidor de textos con la firme intención de estar al corriente en las lecturas, pues sentí que había desperdiciado unos años (una manera peculiar de señalar la incapacidad): cogía los envases de leche y las cajas del cereal para interpretar esos signos; agarraba el periódico de mi abuelo, aunque no sabía quién era Arturo Romo; y tomé libros de la biblioteca de mi padre.

Por años, creí que el primer libro que leí fue “Gaspar, Melchor y Baltasar” (Michel Tournier). La novela aborda justamente el relato de los reyes magos. A la fecha, sigo buscando en Internet el título de la novela, porque suelo cambiarle el título: lo relaciono con la leyenda de Taor de Mangalore, el cuarto rey mago que no llegó a tiempo a Belén. Por supuesto, la novela de Tournier aborda esta leyenda en uno de sus capítulos. No recuerdo la trama con precisión y lo anterior es consecuencia de las indagaciones que hice para saber la naturaleza del texto.

Sin embargo, leer es un proceso en el que la escritura se percibe y se comprende, aparte de la vista, por otras dos vías, el tacto y el escucha. Mi padre solía leernos a mi hermano y a mí, incluso hacer puestas en escena con peluches y objetos que tenía a la mano. No creo que haya adaptado alguna obra literaria, sino surgía desde su creatividad. Por mi memoria tan selectiva y muchas veces paradójica, estas lecturas y puestas en escena no las recordaré con precisión, pero han sido chispas para lo que vino después.

Es cierto que la biblioteca de mi padre fue el primer centro de lectura, pero con el tiempo comprendí que ella tenía sus límites, así que visitaba la de mi tío el sacerdote, en donde encontré joyas y muchas de ellas me parecen incomprensibles por mis propios límites. Su biblioteca cuenta con una buena cantidad de tratados filosóficos y teológicos, así como libros especializados sobre literatura áurea. Pronto, creí haber descubierto que se me dificultaba aprender y comprender conocimientos. Lo hablé con una compañera del trabajo de mi padre y me dijo que la adquisición del conocimiento lleva su tiempo e incluso Dios tardó días para crear vida. Era una católica devota y fue la primera en confiar en mí. Entonces, el compromiso que adquirí a los siete años adoptó otro significado: formarme para desconocer menos (¡vaya manera de apropiarme de sor Juana!).

Volví a la biblioteca de mi tío, como un Quijote que venció a los molinos de sus inseguridades, y ahora con la convicción de sacar lo mejor de esos libros. Por supuesto, comprendí que a esa edad y con poca formación humanista era difícil que me acercara a la parte tan especializada de su material bibliográfico. Sin embargo, me acerqué a su acervo de novelas y cuentos fantásticos, en particular los textos sobre mitos, leyendas y monstruos (vampiros, hombres lobos y quimeras).

Valorar mis primeros pasos me permitió reconocer el camino que recorrí, con la firme convicción de acercarme y luego construir conocimiento a partir de la literatura. Con esto, no quiero demeritar el valor de otros campos o profesiones, sino más bien señalar que hay muchos caminos para llegar a un punto. De tal modo, sería impreciso, por no decir hipócrita, señalar los caminos que otras personas han recorrido. Al contrario, éstos pueden unirse o comunicarse a partir de la discusión.

Entonces, ¿las artes son formas para acercarse, valorar, construir y proponer nuevas perspectivas o visiones del conocimiento? ¿Qué tipo de conocimentos propone las artes y bajo qué criterios? Estas preguntas, sin duda, serían importantes para una próxima entrada.

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