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miércoles, 1 mayo, 2024
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Noria: Juan Antonio Santoyo

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Se escribe desde una empecinada memoria. Esto ya por sí solo valdría la pena para leer “Noria”. Una memoria que se abre, se incendia, transfigura los eventos y rescata aquellos que son los más memorables sin importar que en ellos vayan, también, los más dolorosos, o los más iniciáticos. Y todos los detalles cuentan porque se nombra apenas al mundo y, para hacerlo, primero hay que descubrirlo, atreverse, ir hacia delante con todas las cicatrices que tal acción implique; y son precisamente estas cicatrices, cada una de ellas, las que Juan Antonio Santoyo nos entrega en “Noria” (Ulterior Literatura 2020), una novela que, no me cabe la menor duda, dará mucho de qué hablar en el panorama de la literatura mexicana actual. Veamos algunas pistas.

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Aunque casi la mayor parte de la literatura se estructura bajo el esquema de la memoria, no me crean tan tonto, por favor, hay ocasiones en que este indispensable mecanismo se vuelve más visible como estructura narrativa, más allá de ser un mero recurso como ocurre con el flashback, o de ser un impresionante andamiaje como ocurre con los trabajos de Marcel Proust.

Repito: esto ya por sí solo valdría la pena para leer “Noria”. Porque se trata de un viaje hacia “nuestro” primer pasado en una primera instancia. Pero decir que “Noria” se trata de un viaje hacia “nuestro” primer pasado no le hace justicia a su propuesta narrativa. Pongamos, entonces, que se trata de ese mismo viaje, el “nuestro”, en cuyos pasillos, si es que el viaje, el “nuestro”, tiene pasillos, nos alcanzamos, como lectores, a reconocer, a identificar. Aquí hay una clave para leer “Noria”: por eso el viaje que emprende Juan Antonio Santoyo es también el “nuestro” y por eso hay un punto donde como lectores nos vamos a reconocer. Se los puedo asegurar desde ahora.

Y quiero creer que este, además, es uno de los grandes milagros de la literatura cuando tiene una sólida propuesta, el que como lector te alcanzas a identificar con la historia que el autor te propone. Es parte de la aventura de enfrentarte a la ficción. La emoción de leer se encuentra ahí. Entre esos recovecos. Si no nos sintiéramos identificados con el Quijote, por ejemplo, no le acompañaríamos en sus travesías. Eso es lo que creo. Lo digo desde mi perspectiva de lector de novelas. Y aunque algunas me gustan bastante, no precisamente de novelas de caballería. Cuando lean “Noria” quizás lleguen a pasajes que pertenecen a Juan Antonio Santoyo como autor de la novela, pero que también les pertenecerán a ustedes cuando se produzca ese efecto donde se alcanzarán a identificar a través de una anécdota o de una situación que el personaje principal debe sortear.

“Noria” atrapa al lector apenas arranca con una muy bien cimentada primera voz narrativa. He aquí una prueba de lo que en ocasiones se puede conseguir cuando se tiene a un gran personaje dentro de una breve, pero gran novela: “Puede sonar extraño que le tema a la eternidad, porque en la Escuela Dominical nos enseñan que es el regalo más importante y más hermoso que Dios nos ha hecho junto al sacrificio de su propio Hijo; pero yo creo que ninguno de los muchachos que asisten a la Iglesia se ha puesto a pensar seriamente en lo que significa vivir para siempre. La verdad es que no los culpo. Yo mismo jamás pecaría poniendo en duda las leyes de la religión si no fuera por una pesadilla, o una visión, o algo así, que tengo desde hace unos dos años”. Hasta aquí la cita. Podría seguir y dejar que “Noria” y Juan Antonio Santoyo terminasen esta reseña, pero se me haría injusto. “Noria” se merece unas cuantas observaciones más.

A riesgo de que buscarme problemas con los críticos literarios rigurosos (si es que aún existe la crítica literaria en México) aseguraré que durante la lectura de “Noria” tuve presente dos emblemáticas novelas de la literatura mexicana del siglo XX: “Fiera infancia” (1982) de Ricardo Garibay y “Las batallas en el desierto” (1981) de José Emilio Pacheco. Incluso en algún momento emparenté al narrador de “Noria” con la furia narrativa de Garibay en “Fiera infancia”, guardando las distancias, claro está, insisto, no me crean tan tonto.

Respecto a “Las batallas en el desierto” podría asegurarles que van a encontrar en “Noria” ciertos aires, algunas claves, pero jamás, y esto debe quedar muy claro, una burda imitación, como tantas batallitas y fierecillas que hay en la literatura mexicana, incluida la dichosa cancioncita (¿recuerdan que hubo una época que la repetían en todas partes hasta el hartazgo?) que al menos a mí se me hace feísima, quizás porque nunca me consideré fan del señor Pacheco, en fin, eso es harina de otro costal.

Si se percatan de mis intenciones, lo que quise con los dos párrafos anteriores fue provocarlos, meterles el gusanito, que sean ustedes los que me den o no la razón luego de leer “Noria”, pues les aseguró, eso sí, que es una novela que poco a poco se abrirá de un lugar en la escena de la narrativa mexicana actual.

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