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miércoles, 1 mayo, 2024
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A propósito de una mirada antropológica a la violencia

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Por: RICARDO BERMEO •

¿Cómo salvar las distancias que se tratan de establecer   -académica y políticamente-, entre la violencia generalizada y las violencias específicas?

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Una pregunta  aparentemente un  tanto  abstrusa, sirve a las autoras de un ensayo  publicado en la revista El Cotidiano (N° 151) para emprender una  elucidación sobre la violencia (con énfasis en los feminicidios).

Su lectura, desde un conocimiento situado,   genera resonancias de diversa índole, en México y en Zacatecas,  en este momento, en que el pensamiento crítico, y la protesta y propuesta de los movimientos sociales,  trazan un mapa  de México, en donde se hacen visibles  los vínculos, que ligan a una  situación de creciente  violencia,   definida, por esa misma razón   como de  “emergencia nacional”: asesinatos,  personas desaparecidas, feminicidios, y otros delitos. Asociando, en esa cartografía, otros planos,  como la  serie de  graves violaciones a los derechos humanos,  por parte de las fuerzas de seguridad pública (incluyendo a las fuerzas armadas), evidenciadas en los casos de Tlatlaya, Aytozinapa, Ostula, y Zacatecas, para solo mencionar estos.

Pero… ¿de qué manera se establecen en los casos arriba mencionados, esas distancias que separan-  académica y políticamente,   estas dos dimensiones; la de la violencia generalizada -que nos abruma- y las violencias específicas, como la de las fuerzas de seguridad contra el crimen organizado, pero no, contra la población civil. También, y no menos importante,  que efectos producen esas distinciones.

Para estas autoras, lo primero, es  la constatación de la dificultad para definirla.  Siguiendo  a Tomas Platt…señalan  “usos del concepto (violencia) con intención polémica o de condena” (desde fuerza física aplicada a causar daño, hasta condición moral negativa de la acción que justifica reacciones violentas de quienes la sufren).  Y, aquí, apuntan  una cuestión de interés,  el modo en que la oscuridad del vocablo permite a quienes lo emplean  en su sentido amplio  (como violencia generalizada),   convertirla en una violencia “justificada”,  naturalizando las respuestas violentas, tanto desde la hegemonía  del Estado y los grupos de poder, como desde los grupos dominados.

En una visión de conjunto de las diversas perspectivas, las autoras señalan, “el esfuerzo hacia una interpretación social del vínculo (de la violencia) con la desigualdad, y con la necesidad de control social, sea ejercido por el Estado, sea trasminado por los grupos hegemónicos a través de los medios de comunicación en el mundo globalizado”.

Castañeda y Torres, señalan como hilo conductor de estas aproximaciones,  la crítica de la naturalización de la violencia, y la crítica de su colocación en el ámbito moral (los “buenos”, que llevan una vida responsable,  contra los “malos”, que se merecen una bala en la nuca).

El peso formidable de lo instituido, se juega así,  destruyendo nuestro mundo común. Debemos esforzarnos en transformarlo. Desde la otra orilla,  Warren Buffet, el magante de las finanzas,  lo define así,… “la guerra de clases existe,  y, por el momento,  la vamos ganando nosotros.”

Raúl Benítez, caracteriza México  -2007,  a partir de Felipe Calderón-. Por cuatro tipos de guerras   La guerra entre los cárteles, la guerra del Estado contra los cárteles, la  guerra  de EUA contra el narcotráfico, y la guerra de los carteles contra la población.

Olvida incluir, lo que podríamos señalar como una guerra –habitualmente,  subrepticia y disfrazada-  del Estado y de las elites del capitalismo financiarizado (del 1%),  contra los de abajo (el 99%).  El tratamiento dado por la Troika al gobierno de Grecia, es una muestra reciente de esa barbarie. El resultado del neoliberalismo armado, en nuestro país, ha causado -ya- una catástrofe social -y ecológica- de similar magnitud.

Si  recurrimos  al enfoque de los derechos humanos, podemos replantear  la interpretación de que los casos arriba señalados; estos se deben, a que, ni en la historia del Estado autoritario priísta, ni en los 12 años del periodo de la alternancia, ni ahora, con  la restauración, el Estado y las fuerzas de seguridad  han logrado redefinir su misión y sus funciones, más allá de  avances  -principalmente normativos-, asumiendo la política del respeto irrestricto a los derechos humanos.

Necesitamos transformar los derechos humanos, en el sentido en que Castoriadis, señalaba, cuando proponía reformularlos situando como derecho humano central, el de la participación, cifrándola en el siguiente apotegma: “no puede haber toma de decisiones, sin participación ciudadana plena en las decisiones y en su implementación”.

Debemos evitar confundir el uso de la violencia con nuestro poder para  “actuar  concertadamente” (H. Arendt).  Esa impotencia  -sobre lo común-,  es una fuente  de la violencia, porque nos hace  creer que es la única respuesta posible.

Solo radicalizando la democracia podremos escapar de este círculo vicioso que nos condena a reproducir una violencia sin fin.

Nota: Castañeda, Martha, Torres Patricia,  Concepciones sobre la violencia: una mirada antropológica, El Cotidiano n° 191. ■

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