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sábado, 15 junio, 2024
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Trump o el fin del pacto retórico

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Por: Sabino Luévano • admin-zenda • Admin •

Una de las grandes paradojas políticas de Estados Unidos, lo han dicho muchos investigadores (yo lo escuché de Héctor Aguilar Camín en un programa de televisión), es que el país es una democracia y un imperio al mismo tiempo. Incluso en su himno nacional, que últimamente ha causado tanta polémica por los deportistas profesionales que se niegan a cantarlo, mientras ensalzan la tierra de los libres y los valientes –land of the free home of the brave- dos versos anteriores hacen una referencia a la esclavitud.

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Sin embargo, esta idea que concibe a Estados Unidos como enfermo, desde sus orígenes, de esquizofrenia política, como víctima de una personalidad dual y contradictoria, deja de lado la forma tan compleja como esa dualidad interactúa. No se trata simplemente de dos polos, ambos puros, que chocan constantemente, sino que al interior de estos está el germen de su contrario. Es decir, la misma democracia de Estados Unidos se concibió como imperialista y además como un proyecto bio-racial. El país no empezó igual para todos cuando ganó su independencia. El blanco se asumió como el sujeto absoluto de la democracia y las consecuencias para muchos otros pueblos, dentro y fuera del territorio estadounidense, fueron desastrosas.

Así inicia el imperio: como un proyecto democrático bio-racial, cuya ansia de igualdad, aunque pretendía la universalidad, en realidad se reducía a los hombres blancos y heterosexuales con cierta posición económica. Así inicia también la democracia estadounidense: como un proyecto bio-imperial.

Para amortiguar esta tensión entre la praxis y el mito, surgió una práctica política muy especial y de igual forma esquizofrénica. Un ejemplo reciente es la invasión a Irak. Aquí las palabras son muy importantes. Lo que era un proyecto imperialista sujeto a intereses muy concretos de Estados Unidos –y en parte de Israel-, se disfrazó de una guerra de liberación. Los ejemplos son infinitos. Un marxista analizaría el problema de una manera más sencilla: Estados Unidos miente constantemente para justificar sus intereses más mundanos (así funciona la ideología). El problema, en realidad, es más complejo. En lo que el marxista no repara es en que un país que no tiene necesidades de mentir –como potencia militar, económica y cultural- precisamente lo haga. Estados Unidos podría ser como los rusos, que no necesitan de pamplinas filosóficas para anexionarse territorios. ¿Al León quién le dice lo que tiene que comer? Pero los rusos no se auto-conciben como la mayor democracia del mundo, mientras que los estadounidenses sí, por lo tanto, se han valido de estrategias políticas y retóricas que más que contradictorias, más que meros encubrimientos de verdades brutales, son la raison d´être de su ser político.

La política tradicional de Estados Unidos, en términos retóricos, ha navegado por ese universo de ambigüedades semánticas que queda justo en el medio de sus políticas nacionales e internacionales, entre las liberaciones e invasiones, entre los derechos humanos y las torturas más atroces, entre la guerra convencional y las ejecuciones con drones. Estados Unidos se ha valido de la palabra o la palabra se ha valido de Estados Unidos -o la palabra es el resultado de esa personalidad esquizofrénica- para mantener intacto el mito de la democracia al mismo tiempo que esta camina por el mundo con sus fauces abiertas. Es lo que llamo “el pacto retórico”, al que se adscriben tanto demócratas como republicanos.

En este contexto de estrategias retórico-políticas, ¿qué significa la retórica inflamada de un Trump? Si revisamos su agenda, es obvio que muchas de las insensateces son lo que Salinas llamó “política ficción”: no habrá guerras comerciales con nadie, ni con México ni con China, eso es absolutamente imposible y bobo. En este caso, este tipo de iniciativas funcionan simplemente para despertar las fantasías de esos millones de votantes blancos y desempleados.  Otra parte de la agenda, sin embargo, sí es posible: la deportación de millones de indocumentados, la creación de un muro y “tomar el petróleo de Irak”. Es posible sobre todo porque siempre ha sido posible y porque esa realidad ya existe. El muro ya existe y fue construido durante la administración de Clinton. La deportación de millones de indocumentados ya existe y Obama tiene el récord guinnes en deportación, de ahí que el mismo Trump dijera no hace mucho que en realidad su plan de inmigración es hacer lo que hace Obama pero con mayor energía. En cuanto a tomar el petróleo de Irak… eso no es un misterio en absoluto sino una verdad de Perogrullo. La pregunta entonces sería: ¿por qué se escandalizan tanto los políticos tradicionales si en realidad parte de la agenda política que propone es una continuación de agendas presentes muy estadounidenses?  El escándalo viene de su rompimiento con el “pacto retórico.” El problema no es que quiera deportar a todos los indocumentados, el problema es que lo diga y lo plantee como tal. El problema no es que quiera tomar el petróleo de Irak al más puro estilo old west –¡si de eso se trató la guerra!-, el problema es que rompa la pureza métrica del histórico verso de la ambigüedad retórica. El problema no es que diga abiertamente cuánto desprecia a los mexicanos –y latinoamericanos en general- así como a los musulmanes y otros grupos sociales, el problema, es otra vez, que rompa la mediación entre la bio-democracia y el imperio, entre la ley y la norma. ¿Qué acaso el NAFTA no es un tratado de absoluto desprecio por la vida de los mexicanos más pobres? ¿Qué acaso la política de Estados Unidos en Medio Oriente no es abiertamente genocida con la población árabe?

Trump no es un cambio en la praxis política nacional e internacional de Estados Unidos. El verdadero giro está en las palabras. Trump es lo real lacaniano de la política estadounidense y por eso están tan preocupados los políticos tradicionales: el histórico performance se cancela y en su lugar emerge la unión absoluta –que siempre ha estado presente pero en forma vedada- de la norma y su aplicación. Anteriormente entre ambas, entre norma y aplicación, entre los intereses, la ignorancia, la terquedad y las bombas, existía el acolchonamiento del pacto retórico. Trump lo ha roto y en su lugar emerge la esquizofrenia más descarnada: el hombre blanco racista, el hombre del botón nuclear, el hombre de los golpes de estado, el hombre de las torturas a disidentes alrededor del planeta, el hombre que hizo pacto con narcotraficantes para financiar guerrillas de derecha, el hombre del fuck them all…  o sea, ese hombre que, de alguna u otra forma, casi siempre ha estado en la Casa Blanca. ■

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