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martes, 30 abril, 2024
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Subjetivaciones rockeras / ¿Dejamos que se lo lleve el Diablo?

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Por: FEDERICO PRIAPO CHEW ARAIZA •

Hace algunos días falleció uno de los personajes más emblemáticos del siglo 20, defensor incansable de los derechos humanos; me refiero, por supuesto, a Nelson Mandela, de quien sé que dejó un importantísimo legado y un ejemplo a seguir como defensor de lo humano, de sus derechos y, sobre todo, de su libertad. Empero, no se preocupe estimado lector, no hablaré de él porque no conozco más de lo que la gente común sabe sobre su persona y trayectoria. El comentario del Insigne surafricano viene a colación por las figuras del rock, del pop y del arte contemporáneo que lo conocieron más a detalle, y que asumieron su causa como una bandera de protesta.

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De todos es sabido, y más en los recientes días, la amistad que con Mandela tuvieron personajes como Bono o Peter Gabriel, por mencionar a algunos, así como las alusiones que en torno a su lucha hicieron una importante cantidad de grupos de rock a lo largo y ancho del mundo. Para no ir tan lejos, me viene a la memoria una pieza del ya desaparecido Tijuana No, titulada ‘Soweto’, o esa famosa canción ‘In the name of love’, de los irlandeses de U2, tan sólo por mencionar un par de ejemplos. Canciones en las que se reconoce la situación que se vivió aquella región del planeta, y con las que nos logramos identificar, sintiendo mínimamente una afinidad y un apoyo moral.

Insisto en estos temas porque reflejan la profunda responsabilidad que deben asumir los integrantes de un genuino grupo que se jacte de serlo, independientemente del estilo que toque. ¿Cuál? La de estar al día. En el ámbito del rock existen trampas que llevan a las bandas a dejar de lado ese compromiso que le es inherente al rock, y optan por volverse complacientes. No son pocas las agrupaciones que en su primer disco llegan a sacudir conciencias con sus propuestas, ponen el dedo en la llaga respecto a alguna situación, reflejan fielmente y sin maquillaje algunas circunstancias por las que hemos pasado, especialmente en nuestra adolescencia, y señalan irregularidades, injusticias sociales, atropellos, discriminación. Son discos que irremediablemente se convierten en objetos de culto, o que marcan intensas etapas de nuestras vidas; producciones que despiertan grandes expectativas sobre la próxima realización de la agrupación y nos mantienen atentos, en el filo de la butaca, y que una vez editados, lo único que nos provocan es una mueca mal disimulada en el rostro, y todo por qué, porque sucumbieron al canto de las sirenas y se olvidaron del objetivo o ideal que perseguían en un inicio.

Pienso, con todo respeto, que los rockeros deben asumir el compromiso que mencioné líneas arriba; ellos están comprometidos a leer incansablemente, a cultivarse, como en otras ocasiones lo he mencionado, mediante las diversas expresiones del arte; deben ser pensadores, estar al día con las situaciones que vive no sólo el mundo o su país, sino hablar desde lo local. Los rockeros, y esto es algo que desde mi humilde punto de vista deben tener siempre bien presente, antes que ser ‘rockstars’, se tienen que asumir como líderes de opinión, como personas que están al tanto de lo que acontece a su rededor y hablar en consecuencia; quienes pertenecen a un grupo de rock creo que asumen la voz de los marginados, de los que, precisamente, no tienen voz, en especial, en momentos tan determinantes como los que vive nuestro mundo, México o Zacatecas.

No se piense, con lo anterior, que mi intención es la de escuchar en todos los grupos, y en todas sus canciones, temas de protesta; creo que eso derivaría en una cosa muy diferente con la que tampoco comulgo; hay que buscar, como decía el buen Aristóteles, el justo medio; el rock es libertad, y en ese tenor debe dar juego a todos los sentimientos, por más cursis que en su momento puedan llegar a parecer; sin embargo, esa libertad también implica la de expresión, y creo que gracias a esa en específico, es por la que el rock ha logrado contribuir de manera importante en algunos cambios sociales. Vale recordar que no por nada el rock, desde hace algunas décadas, se convirtió en un importante paradigma, artístico, cultural y social, y creo que eso no lo debemos olvidar.

Otras trampas que llaman mi atención son la que pone el sistema. De todos es sabido que siempre, y en cualquier lugar, el poder ha pretendido eliminar, marginar o satanizar aquello que no va acorde a sus intereses, que le resulta incómodo. El rock en México, por ejemplo, pasó por décadas realmente difíciles que lo pusieron, si no al borde de su extinción, ciertamente en una situación muy precaria, no sólo en lo que respecta a su difusión y promoción, sino en el ámbito de lo social. Recordemos que de mediados de los pasados 70, a finales de los 80, decir que alguien era rockero casi era como afirmar que se trataba de un drogadicto con tendencias delincuenciales, y eso, todos lo sabemos, fue promovido “desde arriba”. Otra estrategia que utiliza el sistema es la de ignorar todas aquellas expresiones que le resultan molestas; el rock ha sido, y en muchos casos sigue siendo víctima de ello. También se da el fenómeno de que el sistema crea productos artificiales, vacíos, estólidos y los bautiza con el nombre del fenómeno que le molesta, en este caso el rock.

Sin embargo, la que más llama mi atención es la que actualmente está en boga, en la que se descafeínan incluso los materiales más “corrosivos”, por decirlo de algún modo. El sistema (hablo en genérico para englobar cualquier mecanismo de control, ya que a final de cuentas todos están involucrados) toma temas emblemáticos, iconos, banderas, y los utiliza en sus campañas comerciales. Así, canciones que en algún momento de la historia representaron una protesta contra una determinada situación, o definieron alguna circunstancia, pasan a ser el fondo musical de un comercial, y con ello transforman todo su contexto original, su intención, su esencia.

En fin, creo que son muchos los intentos por quitarle al rock su vocación natural, y hacer de él un simple producto comercial y de consumo, todo con la intención de dejar en el pasado y lo más olvidado posible que se trata de una expresión que viene de aquellos sectores que, por incómodos o molestos, no queremos voltear a ver. Es en ese sentido en el que pienso que los rockeros deben seguir siendo la voz de la inconformidad, de la denuncia, de los que reclaman los más elementales derechos humanos, comenzando por el de la libertad. ¿O dejamos que a esto se lo lleve el Diablo?

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