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martes, 19 marzo, 2024
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Este año iniciará la reconfiguración integral de América

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

Desde hace algunos meses, un fantasma recorre el mundo de los intelectuales neoliberales, el fantasma de las izquierdas, que ellos denominan genéricamente como populismo. Hace casi un mes, el escritor peruano nacionalizado español, Mario Vargas Llosa, conferencista siempre presente en los procesos políticos defendiendo al neoliberalismo, señaló alarmado que “…en estos días podemos estar perdiendo América Latina…”, refiriéndose al optimismo generalizado entre los progresistas por el triunfo de Gabriel Boric en Chile. Sin embargo, motivos para su alarma debe tener desde los resultados de las últimas elecciones presidenciales en México y en Estados Unidos de América.

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Sin embargo, casi desde su promulgación como país independiente, EUA ha mantenido vínculos económicos y militares muy fuertes con el Reino Unido, incluyendo a Canadá, y con el resto de Europa occidental, mientras que con el resto del continente americano, con Latinoamérica y los países caribeños, sus relaciones han oscilado entre las invasiones e intervenciones directas, abiertas o soterradas, para mantenerlos como proveedores de materias primas y mano de obra, así como factor importante durante la guerra fría y para la elaboración de la estrategia de seguridad nacional de la gran potencia del norte. A partir de la disolución de la URSS, a principios de la década de los años 90, EUA emergió como potencia militar global hegemónica, con una capacidad indiscutible para imponer un nuevo sistema integral de relaciones, mediante un proceso denominado globalización, sustentado en los impresionantes avances tecnológicos, sobre todo en el ámbito de la información. Bajo su hegemonía se impusieron los valores del neoliberalismo: Achicamiento de los estados y predominio de los mecanismos de mercado al transformar derechos en mercancías, así como privatizaciones a rajatabla, acompañadas con una corrupción desenfrenada.

No obstante que la globalización neoliberal provocó crisis económicas nacionales y regionales, no fue sino hasta 2008, cuando la gran crisis de la burbuja hipotecaria puso a la vista de todos los inmensos defectos del nuevo paradigma, especialmente el gravísimo error de dejar la conducción del mundo a los magnates de las finanzas, ocupados y preocupados solamente de acumular riquezas sin ningún freno. El Papa Francisco denominó a ese nuevo paradigma, “la economía que mata”. Sin embargo, la pandemia de Covid-19 y sus efectos en todos los órdenes, han desnudado totalmente los daños causados por las cuatro décadas de hegemonía neoliberal: sistemas de salud precarios e insuficientes, concentración inaceptable de la industria de las vacunas y los medicamentos, economías excluyentes que benefician a minorías exiguas, sistemas productivos irresponsables que causan inmensos daños, que pueden ser irreversibles, a nuestra casa común, el planeta tierra.

En ese escenario, los pueblos de nuestro continente están generando cambios políticos orientados a desmantelar el neoliberalismo, a recuperar el reconocimiento de los estados de su obligación de garantizar la vigencia de los derechos humanos y su disfrute por todas las personas, así como a crear nuevos modelos económicos incluyentes de países y personas. Es importante destacar que aún en USA, las encuestas indican que la mayoría de la gente, sobre todo los jóvenes, desea el fortalecimiento de los sistemas públicos de salud y educativos, incrementos salariales para recuperar el poder adquisitivo perdido y, sobre todo, una reforma fiscal integral para que la minoría de supermillonarios aporte los recursos para financiar la vigencia de todos los derechos y, sobre todo, la lucha global contra el calentamiento global. La narrativa progresista, enarbolada sobre todo por el senador Bernie Sanders desde 2016, ya ha sido adoptada por el gobierno del presidente Joe Biden y la vice-presidenta Kamala Harris. Además, lo que me parece fundamental, esa narrativa es convergente con la que emerge incontenible en américa latina, construyendo agrupamientos políticos con capacidad de desplazar del poder a los impulsores del dogma neoliberal, como acaba de ocurrir en Chile. Todas las encuestas indican que esa tendencia también puede resultar triunfadora en las elecciones del año 2022, en Brasil con Lula, y en Colombia con Gustavo Petro.

No se requiere ser muy inteligente para entender que las izquierdas de toda américa están creando condiciones para acordar mecanismos de integración continental. Es evidente que los dirigentes progresistas ya están construyendo una narrativa convergente, que tome en cuenta las particularidades de sus países y regiones. De ello vienen hablando diversos dirigentes en las reuniones de la Comunidad de estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC), y el presidente de México presentó la idea, en sus términos más generales, a sus homólogos de EUA y Canadá, Biden y Trudeau, durante la cumbre de líderes de américa del norte celebrada en la Casa Blanca en Washington a mediados de noviembre de 2020. AMLO no dejó lugar a dudas de su voluntad de impulsar la conformación de un nuevo bloque continental que contribuya a los equilibrios globales, la paz, y el desarrollo con justicia para todos los pueblos, así como la colaboración responsable y equitativa para contener y revertir el calentamiento del planeta.

Así pues, el planteamiento está hecho y los norteamericanos no tienen condiciones ni argumentos para defender el sistema de relaciones internacionales agotado (global y continental). Ya está claro que, por ejemplo, las grandes corrientes migratorias solo podrán administrarse eficazmente si se enfrentan con seriedad las causas de fondo que las impulsan.

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