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miércoles, 1 mayo, 2024
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Editorial gualdreño 240

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

“Por intacta que se suponga una tradición, habrá siempre que dar las razones de su mantenimiento. Razones humanas, se entiende; la hipótesis de una acción providencial escaparía a la ciencia. En una palabra, la cuestión no es saber si Jesús fue crucificado y luego resucitó. Lo que se trata de comprender es por qué tantos hombres creen en la Crucifixión y en la Resurrección”.

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Marc Bloch, en Introducción a la historia

 

La edición 30 del Festival Cultural Zacatecas terminó el sábado pasado y si bien su programación, sobre todo la de Plaza de Armas, no tuvo una aceptación generalizada, sí será recordado por la asistencia masiva a un concierto sumamente criticado. Me refiero al concierto del lunes 28, en el que participó el cantante colombiano Maluma que tuvo, de acuerdo a un estimado de protección civil, una asistencia de cerca de treinta mil espectadores. La mayoría de los asistentes era de jóvenes y por lo menos en apariencia se veía que acudían bajo la creencia de que lo que iban a presenciar era algo que valía la pena.

Desde muy temprano hicieron unas filas enormes que alcanzaban a dar vuelta a la calle Aguascalientes, por un lado; y que llegaron hasta el Portal de Rosales, por otro (los accesos a la plaza por el callejón del Santero y el de Veyna estaban cerrados y aun así había grupos de jóvenes que a las 6 de la tarde exigían se les permitiera el paso).

Mientras, las discusiones en las redes sociales sobre la pertinencia de programar este tipo de conciertos en la Plaza (plancha, como le dicen ahora) de Armas iban creciendo conforme publicaban fotografías de lo que en las calles ocurría. Algunos tacharon de intolerantes a quienes estaban en contra de que un evento así se programara en este lugar, a quienes disentían con que ése fuera un evento adecuado para celebrar el aniversario número treinta del festival, o a quienes simplemente consideraban que no había calidad y que en nada se contribuía a fomentar en los más jóvenes una sensibilización artística. Ríos de gente circularon ese día en dirección a la catedral, a la que se subieron algunos más tarde para ver mejor el espectáculo; los mismos ríos que pasadas las once de la noche redirigieron su cauce para regresar por donde llegaron. En ese momento fue que me sumé más al rechazo de que este tipo de conciertos se programen como parte de un festival que durante muchos años se caracterizó por la calidad de su contenido y con el tiempo se ha convertido en algo en el que se confunde sistemáticamente lo grandote con lo grandioso. Haría falta que usted hubiera visto la cantidad de muchachitos y muchachitas alcoholizados, vomitando en las esquinas al filo de la media noche, para que se cuestionara junto conmigo si las actuales políticas públicas enfocadas a los jóvenes son las adecuadas, o peor aún, si realmente existen en Zacatecas. Recordemos que el consumo de alcohol por persona en Zacatecas es un problema de salud pública dado que rebasa la media nacional.

Yo puedo respetar los diferentes gustos de la gente, al fin y al cabo éstos son producto también de las circunstancias, pero me sumo al rechazo de que sea considerado un éxito el reunir a tanta gente en detrimento de los edificios históricos; y rechazo, por supuesto, que sean recursos públicos los que se utilicen para fomentar la práctica del “perreo”. Me queda, además, la preocupación por entender qué es lo que motiva a este sector de la población a escuchar y cantar a coro letras con una alto contenido de violencia y aquí me refiero no sólo a la música de Maluma sino a la de los “corridos alterados”, de igual o mayor aceptación. ¿Qué es lo que hace que miles de jóvenes se reúnan voluntariamente para entonar “A veces hasta me dan ganas de secuestrarte / llevarte para un mundo donde estemos tú y yo aparte / me siento incómodo cuando él viene a tocarte / no sé por qué me siento ser el dueño de tu parte”?

La noche siguiente, algo me devolvió el sosiego; en el concierto de Zaz el público –que en su mayoría era de jóvenes también- empezó a cantar en francés. Luego, me entero de que hay colectivos que están fomentando en los niños la intervención artística de su espacio, de su barrio, para hacerlo más bello, para apropiarse de él. Reafirmo entonces mi convicción de que el arte y la educación contribuyen a generar nuevas opciones de vida, pero no podemos dejarle la responsabilidad sólo al Estado, eso cada vez nos va quedando más claro y nos obliga a proponer estrategias diferentes, proyectos e iniciativas ciudadanas que sean respaldadas por la comunidad para beneficio de ella misma.

Que disfrute su lectura.

 

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