Autora: Norma Angélica Ramos Martínez
Residencia: Guadalupe, Zacatecas, México
El Día de Muertos se había llegado otra vez,
Y la Muerte, entusiasmada,
se arreglaba de la cabeza a los pies.
Limpiaba su negro hábito,
pues planeaba dar un paseo por el camposanto.
Y a su guadaña brillo le daba,
para que la acompañara durante la jornada.
De repente vino a ella una idea:
Éste día vestiría de gala,
al estilo Guadalupe Posada.
Desde temprano, la Catrina salió a pasear,
pues eran muchos los altares que debía visitar.
El pan de muerto ya podía saborear,
y unas mandarinas planeaba desayunar.
Un manjar podía olfatear
en los altares de las casas,
de quienes a sus difuntos
querían agasajar.
Pozole, tamales y un traguito
de tequila pudo degustar.
La luz de las veladoras encendidas
le indicaban los lugares
a los cuales podía llegar.
Ahí andaba la Parca,
feliz y contenta entre tanta alharaca;
disfrutaba de la fiesta que en su honor se realizaba,
y el olor del cempasúchil su nariz inundaba.
Por la noche, la Muerte, cansada de tanto placer,
llamó a sus muertitos, pues al inframundo tenían que volver.
Todos a su llamado acudieron sin protestar,
pues sabían que la Huesuda
al año siguiente los dejaría regresar,
y así, el día de todos los difuntos,
vivos y muertos podrían disfrutar.
