CALAVERA A LOS CONGRESISTAS
Agobiada la calaca,
no tenía a quien llevar;
pobrecita malalaca,
anda llorando en el bar.
¿Por qué lloras calaquita?
¡tú a quién quieras puedes llevar!,
le pregunté a la maldita,
nadie se te puede pelar.
¡Sois la muerte desgraciada!
ninguno se te escapa,
date cuenta demasiada,
más que tú eres la que manda.
Yo sé de unos que conozco
perdón de Dios quisieran,
dan vuelo como el mosco
al pueblo primero oyeran.
De aquellos hay muchedumbre
y de esos puedes guadañar,
y quemar con mucha lumbre
al infierno has de lanzar.
¡Dime quiénes! ¿Quiénes son?,
cuestionó la ósea carcasa.
¡Son los pillos sin razón,
que del congreso hacen casa!
No siempre hacen aquelarre;
dicen que trabajan duro;
¡qué eso se los crea su madre!,
pues para mí, es churro puro.
La parca dejó de llorar,
le brillaron los ojitos,
cogió pala para cavar
y velas para los ritos.
Contentita y saltarina,
la miraron arribar,
echándole sal y harina,
la quisieron espantar.
No pudieron los babosos,
pues a nada concluyeron,
costumbre es en los Congresos,
todos huyendo salieron.
Pero mucho antes de escapar,
la Catrina pensó todo;
una fosa empezó a cavar
y con agua llenó todo.
Los miró morir ahogados
con tasajo millonario,
sus sueldos según pagados
que robaron al erario.
Hicieron funeral lujoso
¡ah! con Pompa y circunstancia,
para muchos asqueroso,
para pocos la nostalgia.
La costumbre no extrañaría,
muchedumbre de acarreados,
muy pagados por partidos,
pa’ llenar la funeraria.
Y pidieron perdón por ellos
a como es la tradición,
con discursos que dan tos
y que dan retorcijón.
Al fin… yacen bajo tierra,
sus muy cuerpos putrefactos,
porque en vida sólo guerra
daban, ya nos tenían hartos.
Autor: Rubén Méndez
Ciudad: Guadalupe, Zacatecas
