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sábado, 1 junio, 2024
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Doctores, ¿la salvamos?

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Por: Manuel Rivera • admin-zenda • Admin •

Si aún no fallece, podría estar herida de muerte.

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No es necesario ser adivinador para adelantar que su defunción, claro, si realmente aún está viva, traerá consigo una crisis social y económica mayor a la que actualmente vive la nación.

Además, seguramente esta figura morirá intestada.

Parece ser muy tarde para que formalice su legado o lo que pudiera parecérsele a éste, si es que aún posee algo.

Fue evidente cómo dilapidó, y sigue dilapidando, su legitimidad y autoridad. Aunque existen deudas heredadas, es menos doloroso asumir que no dejará legado alguno, pues el concepto de herencia suele asociarse más con la contribución que incrementa el patrimonio del heredero, que con la reducción de su capital.

Su desprestigio es mucho, pero más aún parece ser la falta de inteligencia y voluntad para recuperarlo, características estas que parecen no ser necesarias para los negocios de corto plazo y amplias utilidades, emprendidos como prioridad por quienes lucran con ella.

¿Fallecerá por el deshonor, por la degradación? Estrictamente, no, pero sí por las complicaciones que la indignidad trae consigo.

Sin embargo, paradójicamente, quienes desean que pronto muera parecen ignorar que ellos serán los primeros dolientes.

Si bien es cierto que a la mayoría no le proporciona ni lo indispensable y a la minoría que habita en la cúpula del poder le sostiene los excesos, aun sus deudos más olvidados la extrañarán cuando desaparezca.

Y no es que como ente inerte del que haya escapado la conciencia más sucia, ingrese por el solo hecho de su muerte a la categoría de lo inmaculado. Lo que sucede es que viva alienta, infundadas o no, esperanzas y hasta algunos le atribuyen generar cierto e indispensable orden.

Ojalá se salve, porque sin ella los anhelos dependerán de las decisiones de muchos poderes, no necesariamente legítimos, y la anarquía, ahora sí franca, podrá establecerse por tiempo indefinido.

¿Difícil de aceptar esa posibilidad? Claro, desde hace mucho tiempo casi todos los males pasados, presentes y futuros se le atribuyen. ¿Por qué entonces debería suceder algo peor?

¿Para qué sirve?, si no es más que para robar, se escucha frecuentemente decir de ella. Bueno, una cosa es el uso que se le da y otro el fin para el cual fue creada.

Por supuesto que es empleada para delinquir, mas su labor es una, por excelencia, noble y de enorme importancia social.

Ella debe servir, entre otras tareas, para garantizar a débiles y poderosos acceso equitativo a las oportunidades de progreso, resolver pacíficamente diferencias, privilegiar coincidencias sobre divergencias, proponer rumbos y, sobre todo, convencer a los integrantes de la sociedad para transitar hacia esos horizontes.

Empero, ¿sólo ella tiene la culpa de todo lo malo?

¡No!, rotundamente, no. Por difícil que pueda parecer en estos momentos en los que sufre máxima y muchas veces entendible satanización, ella es inocente.

Los verdaderos culpables son quienes la usan, mancillan, tergiversan, traicionan, corrompen, difaman, disfrazan y simulan, colocándola con ello en inminente riesgo de extinción.

Lo son quienes roban al cobijo de su nombre, ignoran la esencia de su función, eternizan la impunidad, desdeñan las ideas, anteponen el beneficio propio al social, carecen de autoridad moral e intelectual para ser líderes y, especialmente, desconocen la vergüenza.

Esas conductas que la pervierten, además de ser evidentemente contrarias a los valores necesarios para la convivencia y el progreso, significan un atentado difícil de revertir contra una de las cosas más importantes para el ser humano: el sueño de un mañana mejor.

¿Únicos culpables? Por supuesto que no, pues esos asesinos de esperanzas tienen como cómplices a quienes, voluntaria o involuntariamente, se quejan de ellos y muchas veces aspiran a ser, precisamente, como ellos.

¿Se habrá pensado a quién echarle la culpa cuando finalmente el desprestigio y podredumbre que la carcome acaben con ella? Quizá con ese final llegue también el momento de aceptar, todos, responsabilidades.

Pero, ¿por qué tanta preocupación por el tema? La ausencia final sin duda puede provocar tristeza, pero es ley insalvable de lo terreno.

No obstante, una cosa es la muerte natural y otra, muy distinta, el asesinato, que, en este caso, es múltiple, pues atenta contra la figura en peligro de muerte y la población que idealmente tiene en ella a un importantísimo factor para alcanzar armonía, desarrollo y porvenir, aunque haya gente que no siempre se dé cuenta de ello.

Pobre política en manos de tantos “políticos”. Pobre política, denostada y menospreciada por tantos ciudadanos, que alejándose de ella franquean el paso a quienes la usurpan. ■

 

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