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miércoles, 1 mayo, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

«Allá está la casa de Demetrio… Debe ser ésa, la chiquita que está a la mitad”, dijo Óscar con lentitud, extasiado y con los ojos húmedos, frente al cerro que corona a la comunidad Limón, en Moyahua. A su lado, sólo pude asentir. No había más por hacer, no podía yo romper ese momento que por tanto tiempo había buscado el nieto de Mariano Azuela, el nieto del autor de Los de Abajo.

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El historiador empuñó otra vez su cámara de video y bajó a la pendiente inmediata tras un par de zancadas. Detrás, me mantuve atento. A esa hora, una y media de la tarde, no pasaban vehículos por la carretera que cruza por Santa Rosa y Jesús María, antepenúltima y última comunidades moyahuenses, respectivamente.

“Ésa debe ser la casa”, repitió a mi lado Óscar González Azuela y entonces, para mi sorpresa, comenzó él a recitar el final del primer apartado de la novela escrita por su abuelo materno hace cien años: “Cuando después de muchas horas de ascenso volvió los ojos, en el fondo del cañón, cerca del río, se levantaban grandes llamaradas. Su casa ardía…”.

 

*   *   *

“La bola” a la que se incorpora Demetrio Macías en Los de Abajo es, por antonomasia y como el momento en que esto se da, bastante informe, bastante ambigua. El limonense ofendido no busca a una autoridad para “iniciarse” u obtener un reconocimiento como parte de algo más grande… ni siquiera para quejarse de que unos federales fueron a su casa para acosar a su mujer, matar a su perro e incendiar su morada. Simplemente se deduce más adelante, por una plática de Macías, el antecedente de una afrenta, un salivazo del campesino a las barbas de don Mónico, el tirano que domina Moyahua y que viaja a la capital zacatecana para inventar que Demetrio es maderista y que por el mismo hecho, el ipso facto jurídico, hay que apresarlo.

¿Qué sabe Demetrio Macías sobre el movimiento maderista o el Plan de San Luis? Por supuesto que nada: ni el encarcelamiento de Francisco Ignacio Madero ni el tono insultante que utilizó su paisano moyahuense Roque Estrada, suplente del candidato opositor al porfirismo. Parece que Demetrio ni siquiera repara en que su rival don Mónico está inmerso en la red de autoridades locales cuya fuerza está sustentada en ese porfirismo rancio pero aún poderoso.

El protagonista de la novela de Mariano Azuela encarna al revolucionario que ni siquiera es consciente de que está en medio de una revolución “en el sentido prístino de la palabra”. Sólo es parte de “la bola”, y quizá el símbolo más apropiado para ella se encuentra en esa piedra que casi al final de la historia lanza Demetrio cuesta abajo sólo para que la esposa de éste aprecie cómo ese impulso ya no puede ser controlado. La bola sin sentido, sólo con fuerza.

Los de Abajo es novela escrita por un médico jalisciense maderista que se muestra desencantado por el rumbo incierto que hasta ese momento, a punto de terminar 1915, ha tomado el movimiento revolucionario. De acuerdo con lo que me cuenta el nieto González Azuela, el galeno empezó a escribir la historia en cuestión en una caverna del mismo cerro que distingue a Limón como poblado del sureño Moyahua, en Zacatecas, y terminó la relación de estos “cuadros”, como él los llama, en el exilio en El Paso, Texas, en un grande y frío edificio. En un primer momento vendió el texto al periódico local, por entregas.

Tras el asesinato de Francisco I. Madero, el laguense Azuela, quien incluso llegó a ser jefe político de su tierra natal por elección popular pero fue presionado para que a los dos meses de su encargo regresara el poder a los caciques porfiristas,tiene que trasladar sus ideales anti reeleccionistas y democráticos a la combativa figura de Francisco Villa. Entonces, como médico de la tropa villista que recorría el singular enclave Aguascalientes-Altos de Jalisco-Sur de Zacatecas, guiada por el también jalisciense general Julián C. Medina, el escritor Mariano es testigo de episodios aparentemente ajenos, aparentemente aislados, aparentemente anónimos dentro de la gesta encabezada en otras latitudes por los grandes caudillos. Esto es, la vida de “la bola”… o más bien parte de esta vida.

Son los personajes de Azuela integrantes de “la bola” revolucionaria. En el segundo párrafo de la parte segunda los describe así: “Hombres manchados de tierra, de humo y de sudor, de barbas crespas y alborotadas cabelleras, cubiertos de andrajos mugrientos, se agrupan en torno de las mesas de un restaurante”.

Más allá de novelizar la situación de muchos marginales, Los de Abajo se enfoca en las vicisitudes y glorias fugaces de los “sin estrategia”. Superamos el primer concepto de “la bola” informe y vaga, para apreciar cierto microcosmos, un puñado de nombres y apellidos internos en la vorágine por diversos motivos en los que no se incluyen los ideales: la Revolución Mexicana vista desde un ápice que no necesariamente es la entraña de la División del Norte villista o alguna hueste zapatista.

Los de Abajo no es novela que gire en torno a un “gran nombre” o protagonista del gran movimiento armado que vivió México a principios del siglo 20. De hecho, desde la óptica de Azuela, la Revolución Mexicana no obedece tanto a los ideales maderistas como a un deseo de venganza, a la tentación del poder y el botín que otorga la pillería.

Demetrio tolera y da su bendición a esas permisividades. A estas alturas, el saqueo debe ser un bálsamo para los “sin rumbo”, la embriaguez y promiscuidad pueden ser un pago,si no del todo justo, al menos oportuno para quienes día tras día, batalla por batalla, arriesgan lo único que les queda: la vida.

“¿Cuál causa defendemos nosotros?”, se pregunta Demetrio después frente al propio curro Luis Cervantes, quien insiste en “readecuar” la motivación de Demetrio al decirle que él no está para combatir sólo al cacique don Mónico el de Moyahua, sino a todos los caciques del país.

Sin embargo, el curro Cervantes intenta con su defensa justificar y legitimar la vorágine. En estas circunstancias históricas, podría haber discurrido el médico Mariano Azuela, no faltará quién busque otorgar un sentido al sinsentido. El mismo Óscar González Azuela me lo insiste constantemente: “Los de abajo no es novela histórica: mi abuelo sólo toma retazos de lo que ve”.

En este contexto destaco que, si bien podemos considerar a Andrés Pérez, maderista (también escrita por Azuela) la primera novela de la Revolución mexicana, y que en ella el autor expone rasgos de la situación política, el cerebro e incluso corazón de este movimiento revolucionario, ahora en Los de abajo el escritor pasa a las tripas, las vísceras, y nos describe “insisto” las razones de los que pelean sin razón.

 

*       *       *

“Cuando después de muchas horas de ascenso volvió los ojos, en el fondo del cañón, cerca del río, se levantaban grandes llamaradas. Su casa ardía…”. El nieto de Mariano calló por un momento, volteó hacia mí y remató, ahora con palabras suyas: “A partir de ese momento Demetrio ya es parte de ‘la bola’, no porque quisiera sino porque la misma injusticia lo obligó”.

 

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