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miércoles, 1 mayo, 2024
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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

La palabra “autodefensa” es una contradicción, pues en todas sus acepciones, una defensa resulta ser una forma de protegerse del exterior ya sea de forma personal o colectiva, así el sufijo “auto”, que refiere a lo propio, es muy redundante, sin embargo es comprensible en el contexto de la cultura mexicana, donde hay una tendencia muy arraigada a depender de otros. Por eso hablar de algo natural en uno mismo no es suficiente, se tiene que hacer el abrumador y repetitivo énfasis.

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Nadie debería hacerse cargo de nuestra defensa si nosotros tuviéramos la voluntad de hacerlo e hiciéramos un ejercicio de conciencia en la responsabilidad que ello tiene. Pero nadie quiere procurarse a sí mismo. En México la seguridad personal es algo que le pertenece a alguien más siempre, y pudiera ser algo benéfico si no fuera porque aquellos en quienes confiamos ese deber, tampoco lo llevan a la práctica y aún peor, utilizando ese privilegio a su favor, lejos de ser una ayuda son el mismísimo peligro.

 

La rebelión defensiva

Hace ya más de un año que en Michoacán se consolidó un movimiento de autodefensa, el cual en primer lugar evidenció la deficiencia de las autoridades responsables de la seguridad y en segundo, tomó las armas al frente de un grupo de inconformes para hacerse cargo de la situación particular de los abusos del narcotráfico, como ya lo habían hecho antes en otros estados de la nación; solo que el movimiento encabezado por el doctor José Manuel Mireles se ayudó de ciertas armas mediáticas y dialógicas para inspirar a más.

Desde luego esto propició el temor del gobierno en turno, no sólo a las figuras representativas de esta defensiva, sino a la repercusión que pudieran tener en otras partes del país… Y es que la narcoviolencia ha sido el pan nuestro de cada día en la República, donde los capos son los mandamás y el hartazgo de la población siempre está latente.

Como reacción a este levantamiento, el pasado 26 de junio fue encarcelado Mireles, a quien se le adjudican los cargos de posesión de drogas y armas de uso exclusivo del Ejército. Sin embargo, lo que en realidad carga este hombre es la rebeldía para exponer la inutilidad tanto de la Defensa Nacional como de todos los dirigentes del país ante el crimen organizado y aún peor, su involucramiento; era necesario asustar a quienes quieran seguir su ejemplo.

Y así, mientras uno de los objetivos del doctor Mireles era derrotar a los directores de Los Caballeros Templarios, de entre los que destaca el nombre de Servando Gómez conocido como La Tuta, es él quien está ahora tras las rejas mientras que el capo sigue libre.

 

El peor enemigo

Es preciso reconocer que si por una parte las autodefensas se crearon como una medida desesperada de protección civil ante la impunidad de gobierno tanto estatal como federal, también es cierto que a gran parte de los mexicanos les incomoda este tipo de movimientos y sus líderes.

Todos podemos ser guerrilleros y defensores de la patria, siempre y cuando lo podamos hacer desde el escritorio o a lo mucho en una manifestación (la cual tiene que ser pacífica); pero nadie quiere hacer el trabajo  duro: dejar a la familia y el trabajo, arriesgar la vida, ver de frente al enemigo y atacarlo con los recursos que se tienen a la mano. No, esa no es una aspiración viable.

Los políticos que dicen querer cambiar a México, proponen utopías, es decir, nos hablan de condiciones casi idílicas en las que el cambio llega a la par de su soñado mandato, pero cuando se llegan los momentos críticos suelen ser los más tibios en actuar.

El doctor Mireles es un hombre que nos confronta con nuestra cobardía y con la ridiculez diplomática; a lado de todos aquellos hombres que un día sin más ni más, hartos de tanta corrupción, se levantaron en armas, logró que todos nos asustemos de lo que podemos llegar a conseguir: un poco de justicia; es algo que no conocemos.

El más grande temor del mexicano contemporáneo es la responsabilidad, pues si se quiere libertad e igualdad se tiene que luchar por ello y dada nuestra condición política, la palabrería suele ser fútil. Las autodefensas michoacanas nos han hecho ver que hay otras vías, y aunque implican un enorme riesgo y la toma de decisiones determinantes, siempre han sido parte de nuestra naturaleza humana.

El miedo a este tipo de movimientos es tan apabullante, que no sólo podemos culpar al gobierno por querer apagarlo; hay en el pueblo un latente pánico a que ese impulso crezca y nos arrastre y nos obligue a despertar de la comodidad del letargo donde todo aparenta estar bien; es este estado de somnolencia lo único que defendemos.

Tal cual lo podemos comprobar en los noticieros, el gobierno ya hizo su parte, nos ha dicho “he aquí el hombre”, y aunque se encargará de castigarlo, también es nuestra responsabilidad pedir o no la crucifixión social, porque a nuestra ley, que es la ley del miedo, Mireles no ha obedecido. ■

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