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lunes, 4 diciembre, 2023
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Los ojos de mi padre

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Al mismo tiempo que leía “Los ojos de mi padre” (Suburbano Ediciones, 2023) de Isabel Ibáñez de la Calle leía, también, una novela de una, digamos, reconocida novelista mexicana cuya novela está publicada por una de esas editoriales mastodónticas que publican novelas lo mismo que si vendiesen kilos de tortillas. E hice muchos apuntes en mi libreta entre las dos novelas, aunque, por supuesto, no se parecen en nada. Uno de esos apuntes iba en el sentido de la presunción y la honestidad en la literatura mexicana (y digo “mexicana” porque es la que me resulta más familiar), dos cuestiones que yo le aprendí a Eusebio Ruvalcaba, quien a su vez se las había aprendido, él mismo nos lo confesó, a Ricardo Garibay. 

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Mientras que la novela de la reconocida novelista me parecía fallida por pretenciosa: una historia que pudo haber dado para más, pero que se vino abajo porque la autora no supo llevar bien las riendas y prefirió la popularidad (y sacar rápido su novela) frente al trabajo bien hecho (o de plano no publicarla), “Los ojos de mi padre” me parecía acertada por lo contrario, es decir, Isabel Ibáñez antes que pretender “escribir bien”, lo que sea que eso signifique, nos muestra que lo valioso de cualquier texto literario, repito las palabras de Eusebio Ruvalcaba, es la honestidad, la transparencia con la que se entrega el texto a los lectores, la humildad en una buena historia que antes que trascender por sí sola busca contar un hecho que a la autora le pareció digna de contarse y lo lleva a la narrativa con sus propias herramientas, sean muchas o sean pocas, que en eso no nos vamos a detener ahora. 

Y como lector esos son gestos que agradeces hoy en día. Más cuando el mercado editorial parece estar inundado de propuestas politizadas con ideologías de hace veinte años, presuntuosas, didácticas, cuya finalidad es conseguir ventas a como de lugar sin preocuparse por lo esencial: el maravilloso arte de contar, de inventar las posibilidades de decir algo a los demás. Ahora se pretende innovar con fórmulas narrativas ilegibles. Ahora se pretende lo “moderno” con historias cuyas estructuras narrativas te vuelan la cabeza. Creo que nos olvidamos que los grandes y las grandes narradores mexicanos solo empleaban un verbo: contar, narrar, y punto. 

¿Pero de qué va “Los ojos de mi padre”? Podría comenzar como un poema donde un padre expone las vicisitudes frente a la muerte de un hijo. Aquí ya tendríamos la novela. Piensen ustedes en todo lo que implica. Yo no soy padre, pero quien así lo sea piense por un aciago momento en el fatídico suceso. Lo simbólico de la imagen: es tu hijo quien se muere. Tantas veces nos han fastidiado en la literatura con la muerte del padre que se nos había olvidado lo que era partir desde el polo opuesto. El hijo. Una ausencia que se desmorona poco a poco. Y eso es lo que hace Isabel Ibáñez: va tras de eso que se desmorona una vez que fallece el hijo. Parte de un hecho que se consume tan luego empezar la novela para situar al lector en las consecuencias que trae la muerte del hijo. E Isabel lo sabe bien: toda muerte trae consigo consecuencias, sin embargo, dependiendo de la muerte, también lo es el tamaño de las consecuencias. 

A partir de ese momento el tiempo narrativo se mezcla: se entrelaza el pasado del hijo a través de los recuerdos de quienes lo conocieron con el presente de los mismos, por lo que se puede asegurar que la novela se conduce en dos planos temporales que Isabel sabe equilibrar muy bien a través de un muy buen narrador. 

Hay que señalar un punto importante: en el transcurso de la novela, en ese viaje pausado que los protagonistas hacen al pasado para volver violentamente al presente, algunos de ellos (no voy a decir quienes) se admiran al observar cómo su calidad moral se desmorona, y este es uno de los puntos más álgidos de la propuesta de Isabel Ibáñez: personajes que parecían hechos de sólidos carácter se desmoronan precipitados por la muerte del hijo, quien al morir no solo deja las clásicas tristezas y lamentaciones (y hasta culpas) sino que empuja a los que se encuentran a su alrededor a ir tras la pista de su muerte para que a su vez los que buscan se desvanezcan con una lentitud quirúrgica, diseccionados por su propia vida anodina y por sus propias búsquedas. 

La estructura con que Isabel Ibáñez nos presenta “Los ojos de mi padre” es de una economía verbal que a mí me pareció acertada en algunos momentos y fallida en otros. No obstante, si se trata de su propuesta de escritura cabría señalar que tal vez sólo hace falta que la perfeccione, que sepa medir los tiempos de cada capítulo y los ritmos que le exigen tanto los personajes como cada pasaje narrativo. La economía verbal y el empleo de una escritura telegráfica no es nada nuevo, ya lo sabemos, y recurrir a ella requiere moderación para no caer en los excesos y terminar por fastidiar al lector y al ritmo que requiere cualquier empleo de la prosa.

“Los ojos de mi padre” es una muy buena propuesta literaria de una autora que recién comienza sus andanzas y así es como se debe leer. Isabel aún tiene mucho camino por delante y muchas obras que entregar a los lectores. Un punto extra es el equipo del que se ha rodeado en la difusión de su obra literaria y en llevar la prensa. Debo confesar que me tocó estar en la presentación de “Los ojos de mi padre” y fue un gran y emotivo evento, de esos donde se reconoce el trabajo literario de la autora, quien también hace de la literatura una aventura familiar. Por lo pronto la pueden buscar en sus redes sociales y pedir la novela, ya luego me cuentan qué les pareció.     

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