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miércoles, 24 abril, 2024
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Supremas Cortes y Política

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Por: Mauro González Luna •

El «Gorgias» y la «República» son diálogos de Platón que desenmascaran el tipo de vida deshonroso: el retórico. La filosofía del poder se funda en la retórica que es el arte de la lisonja. Y en realidad no es un arte, sino un remedo de ella ya que no tiende a lo mejor del ser humano, de la colectividad, sino a agradar, a buscar el aplauso. Es ese el tipo de vida defendido por los sofistas, por los Calicles de ayer y hoy que proclaman el deseo, el capricho del fuerte como la más alta «moral», como el mejor «derecho». 

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Frente a este tipo retórico de vida personal y pública, se alza el tipo de vida honroso, dice Platón. Este tipo de vida aspira a la «areté», a la excelencia, a la suma de las virtudes: prudencia para deliberar con sabiduría, piedad para honrar a los dioses, justicia para dar a cada quien lo suyo, valentía para ser dignos de nosotros mismos… . Todas las energías del ciudadano y del Estado deben encaminarse a alcanzarlas, sostiene la filosofía socrática expuesta por Platón; filosofía educadora que culmina con la convicción de que lo óptimo no es protegernos contra el peligro de sufrir injusticias, ¡sino contra el peligro de cometerlas!

 

El dilema está entre un Estado que se funda en los remedos de artes engañosas, ineptos para hacer mejor a la ciudadanía, y un Estado cuya técnica descansa en la «terapéutica severa de la verdad», en la convicción socrática de evitar a toda costa el cometer injusticias. Esa terapéutica y esa convicción son las que elevan al ciudadano, a la nación, al más alto nivel humano, al de una vida personal y colectiva saludable, honrosa y fructífera. 

 

La justicia es la salud del alma estatal, se dice en la «República»; por ello, la misión de todo garante del derecho cuyo fin es la justicia, es velar por dicha salud, sin la cual la colectividad enferma de gravedad, se desintegra en su interior.

 

He citado aquí el «Gorgias» y la «República», guiado por W. Jaeger y su «Paideia», con el fin de vincularlos con algunos puntos relevantes de un libro titulado: «La Autoridad de la Suprema Corte y el Peligro de la Política». Libro aleccionador ese, escrito por el ministro de la Suprema Corte de los Estados Unidos, Stephen Breyer.

 

Breyer escribe en su texto: «La Suprema Corte debe depender de la disposición del pueblo de respetar sus decisiones». Disposición esa basada en la confianza, dice un intérprete harvardiano del libro, confianza guiada por principios legales, no por la política, no por ideologías. 

 

Dicho ministro advierte, con claridad, que los jueces deben evitar a toda costa «decidir los casos sobre la base de la ideología en lugar de la ley». Breyer sugiere caminos a sus colegas para fortalecer la confianza pública en los tribunales, uno de ellos clave: «no buscar popularidad». 

 

¿Ante quién tal popularidad? ¿Ante la masa que no es el pueblo consciente, ante el poder mismo?  Las preguntas giran en torno al peligro de la política y de la ideología que subvierten en los tribunales: la ley, el derecho, la justicia; que transforman a los juzgadores que caen en tal tentación en una especie de políticos de toga. 

 

Si una Corte, cualquiera que sea, se somete al poder en número significativo de integrantes; si se rebaja al uso de retórica lisonjera, pierde entonces todo su sentido, frustra su misión de ser protectora de los intereses de la justicia, convirtiéndose en una especie de palenque político, de centinela de otros intereses. Transformándose tal Corte, de cierta manera, en plaza pública donde la ideología y el discurso político sepultan los principios del derecho y la palabra del jurisprudente, cuya tarea es decir lo que es justo en cada caso.

 

«Sin confianza en los tribunales, ningún sistema democrático puede funcionar». Sin esa confianza, la columna constitucional de un país se quiebra para ruina de la salud del alma nacional.

 

En tiempos convulsos y de retórica barata o de balbuceo, habrá que recomendar este libro aleccionador a mucha gente del medio, junto con los educadores diálogos de Platón. Pero tal vez sea mucho pedir dadas las circunstancias actuales de «erudición analfabeta», encandiladora de ilusos. Mas en el «intento está el mérito», han dicho.

 

Dedico este artículo a la memoria del insigne constitucionalista y tribuno, Manuel Herrera y Lasso, maestro de la Escuela Libre de Derecho, uno de los más admirados, de los que más se extraña en momentos de generalizada penuria moral y jurídica. Y al valiente periodista, campeón de la libertad de prensa, Julian Assange, víctima de unos gobiernos hipócritas y desalmados -estadounidense y británico-, enemigos de la verdad que desnudó él sobre Irak y Afganistán; gobiernos esbirros de dicha libertad en la crudeza de los hechos, anhelando, contra toda esperanza, que la justicia impere frente a la vengativa arbitrariedad.

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