Un detalle importante del más reciente encuentro del licenciado Peña Nieto con el presidente de los Estados Unidos, inadvertido por los más de los observadores, consistió en que acudieron ambos acompañados de una sola persona; no el secretario de relaciones exteriores en el primer caso, ni el titular del departamento de estado en el segundo, sino el jefe de la oficina de la presidencia y una consejera de seguridad de la Casa Blanca, experta en relaciones internacionales y problemas de África, respectivamente; con lo que se patentiza que gracias a las reformas estructurales, amén de uno que otro perceptibles ingredientes, independientemente de la ubicación geográfica para efectos prácticos no formamos ya, los mexicanos, para los dirigentes de la primera potencia mundial, parte del continente americano, sino del africano.
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Por si alguien no se había percatado, en un gesto que mucho lo honra declaró Salvador Jara Guerrero, gobernador de Michoacán, que acabar con La Tuta no es una prioridad para la Comisión para la Seguridad y el Desarrollo Integral de etcétera, encabezada por el genial investigador Alfredo Castillo. Muchas gracias, don Salvador, no es que no lo supiéramos, pero corroborarlo no está por demás.
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Por el bien de México, al respecto del caso Tlatlaya sería mejor el titular de la CNDH le bajara el volumen a su radio, ya que si la investigación de 20 servidores públicos mexiquenses, y la publicación 22 peritajes tuviese consecuencias sería tanto como dinamitar los fundamentos mismos del edificio del estado; habida cuenta podría ello conducir a la apertura de otros asuntos; y si por un mero ejercicio de rutina, con un daño colateral de apenas 23 civiles ejecutados, con el atenuante de que eran todos extremadamente pobres, se afecta al ejército y las procuradurías, y se castiga a funcionarios por arriba del nivel de intendencia, imaginemos nada más qué ocurrirá si se ventilaran casos de verdadera importancia. ■
