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jueves, 25 abril, 2024
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La voz subversiva de Ileana Garma

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Por: Armando Salgado •

La Gualdra 503 / Literatura / Artes plásticas

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Ileana Garma (Yucatán, 1985) es Licenciada en Artes Visuales por la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Estudió Creación Literaria en la Escuela de Escritores SOGEM y es diplomada en Literatura, protocolo y periodismo por la editorial Santillana. Ha publicado los libros 29, Días de fiesta y otros cuentos, Ternura, 7 Obra poética, e Itinerario del agonizante. Ha sido becaria del FONCA en la especialidad de poesía y del PECDA en la especialidad de pintura. Su trabajo visual ha sido expuesto de manera colectiva en diversos espacios. Ha expuesto de manera individual: Tiempo atrás siempre estoy callada, Nesting y Sueño que mi madre siembra botones negros. Actualmente es becaria del FONCA en el área de Letras y desarrolla Proyecto Uniformis, tanto en poesía como en pintura.1

En esta ocasión Ileana Garma explora los lindes entre la poesía, la pintura y la maternidad, lo que posibilita múltiples lecturas de nuestro entorno en esta realidad híbrida. Su obra pictórica y poética despliega un abánico de personas, paisajes y sensaciones en torno al ritmo de la crianza, la cotidianidad y la relación familia-mundo, donde el poema y la pintura son extensiones de un cuerpo colectivo.

Armando Salgado: ¿Cuál es el panorama actual del arte y las letras en la península?, ¿consideras que Yucatán ha sido el lugar ideal para hacer literatura y pintar?

Ileana Grama: Siempre he sentido a Yucatán como un rincón solitario en la que las cosas crecen con extrema lentitud. Edificios y personas no somos muy altos. Acostumbrados a vivir en el incendio de los días, nos gusta la sombra. Sin embargo, debo decir que la península en la que crecí no tiene nada que ver con la plancha de concreto que cada día se acerca a las zonas de manglares y ciénagas. Si el calentamiento global es invisible para muchos, no lo es para los yucatecos, que día a día lidian con temperaturas más altas y lluvias que inundan ciudades. Hablo de la lluvia y del calor, porque toda poesía peninsular está impregnada de ella. Las constructoras intentan fabricar ciudades blancas e impolutas en medio de las condiciones salvajes de esta región, donde todo está destinado a enmohecerse. Yucatán ha cambiado de rostro en esta vorágine urbanística que la engulle para abrir sus puertas al mundo. Los poetas que escribimos hoy, hemos sido testigos de esto, porque vivimos aquí o porque regresamos a nuestra tierra, de tanto en tanto. En el panorama literario de hoy tenemos a Carlos Martín Briceño, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y a Marco Antonio Rodríguez Murillo, Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco 2020, así como a escritores tan diversos como Manuel Iris, Nadia Escalante, Ivi May, Irma Torregrosa o Daniel Medina, en todos los ámbitos existen artistas yucatecos que trabajan y que obtienen reconocimiento fuera de la península y fuera del país. Si en este momento viviera en Mérida, te diría que Yucatán rebosa de buenos artistas, buenos maestros y que tiene una vida cultural de calidad, pero sucede que observo esto a dos horas de distancia, pues vivo en una pequeña ciudad que tiene la casa de la cultura cerrada, un teatro al que los artistas locales no pueden acceder y muy pocas posibilidades de obtener una formación artística dentro de la región. Como este pueblo existen muchos otros dentro del estado. Pensando con un poco de romanticismo, este espacio donde nada, o casi nada, ocurre, me ayuda a concentrarme en mi trabajo, escribir y pintar sin mayores distracciones que las de la vida cotidiana y familiar, sin mayores pretensiones que las de la posibilidad de escribir lo quiero escribir y hacer lo propio con la pintura. Siempre he pensado que la diferencia entre narrativa y poesía es que la narrativa se puede escribir en cafés y la poesía solo se puede escribir en casa, en un espacio privado, íntimo. 

AS: ¿Qué fue primero, el poema dentro del huevo o la gallina picoteando el bastidor?, ¿cómo llegaste a la poesía y a las artes visuales?, ¿una complementa a la otra, o son campos independientes?, ¿qué pintoras o pintores suelen estar cerca de ti cuando escribes?

IG: Ni la pintura ni la poesía, fue la música. Desde muy pequeña, siempre estaba intentando cantar ópera, me paraba frente a los espejos y gesticulaba mientras la música sonaba a mi alrededor. Ya había tomado clases de solfeo y estaba en un coro, después de que ganáramos un concurso de villancicos, en 1997, cuando toda la ciudad se preparaba para recibir a Pavarotti, que iba a presentarse en Chichén Itzá; mi madre se animó a llevarme a las pruebas para formar parte del grupo de niños que cantarían en la zona maya. Jamás olvidaré aquella prueba; un grupo de maestros sentados frente a mí, un salón vacío. Me pidieron algo muy simple, canta las mañanitas. Recuerdo mi propia voz rebotando en las paredes y el sentimiento de frustración de saber que todo estaba saliendo mal. Fueron muchos niños los que aquel día hicieron las audiciones y a la mayoría los despachaban sin más. A mi madre, sin embargo, la llevaron aparte y hablaron con ella. Camino a casa me explicó que no podría ser parte del coro que cantaría con Pavarotti, pero que no me preocupara, pues podría estudiar canto si lo deseaba, pues había sido admitida en la escuela estatal de música. Yo no quise. Era todo o nada. Muchos años después volví a las clases de canto, me clasificaron como contralto, una voz grave, cuando mi deseo era ser soprano. Canté otra vez en un coro y finalmente me di por vencida. En medio de todo esto comencé a pintar, pinté paisajes para mi familia, pinté árboles y animales y después, aburrida y derrotada, comencé a escribir. Es de esta insatisfacción de la que surge toda mi escritura, de la certeza de que una hace lo que puede con lo que tiene, de la certeza de que es el cuerpo quien gobierna. Algunas veces necesito escribir, otras veces necesito pintar. Siguiendo la línea de Ilya Kabakov, mi trabajo pictórico y literario formarían una instalación total, pero este espacio está solo en mi mente, el espacio en donde las imágenes aparecen y las palabras resuenan. Mientras tanto sigo escribiendo libros y pintando retratos, esperando que algún día confluyan en un único sitio. Las pintoras que alimentan, tanto mi trabajo literario como pictórico son Marlene Dumas, Chantal Joffe, Alice Neel y María Lassnig, por decir algunas. 

AS: Cuando haces poesía, ¿cómo sabes si un poema está listo?, ¿qué técnicas utilizas para enriquecer tu escritura?, ¿te gusta diversificar tu estética o prefieres apegarte a la tradición y seguir un solo camino?, ¿qué dilemas sueles tener a la hora de escribir poemas?

IG: No hay nada escrito sobre la manera en la que debe escribirse un poema, al menos no para mí, soy incapaz de encontrar una fórmula. Algunas veces el poema queda listo justo en el momento de escribirlo, otras veces deberé regresar a él, otras veces todo deberá reducirse a papeles en el cesto de basura. Tengo, es cierto, ciertas reglas que aplico a mi trabajo diario, es decir, cuando trabajo en la escritura de un libro me gusta concentrarme en él, pero cuando termino no puedo seguir escribiendo, a veces durante meses, debo intentar hacer otras cosas, leer mucho y pintar. En estos lapsos he intentado incluso escribir otros géneros, pero lo cierto es que no me siento cómoda en otro lugar de la palabra, que no sea la poesía. Siempre regreso a ella. Me siento muy cómoda escribiendo prosa poética, entonces, constantemente me tengo que obligar a probar nuevas poéticas y accidentarme o perderme, tanto como sea necesario. En principal dilema en la escritura es que no sé si quiero seguir haciéndolo. Por lo pronto aquí estoy, pero no sé mañana. 

AS: No diré mucho: solo esto: ven conmigo (Verso destierro, 2011) habla de las texturas de la vida, sus desequilibrios como el amor y el paso del tiempo, además perfila los pliegues de Ternura (UNAM, 2013; Premio de Poesía Caza de Letras 2012) donde termina de consolidarse una escritura sensible e inteligente en poemas que dialogan con asuntos personales como si se tratara de una constelación familiar; ¿a 10 años de ambos, qué opinas de ellos?, ¿tienen vigencia o te sientes distante de la autora que los concibió?

IG: Las temáticas quizá no se repitan en mi escritura presente o futura, pero sé que en esos libros está una voz que comenzó a formarse y que ahora está aquí, en el libro que escribo y los libros que quizá escriba en un futuro. No me gusta opinar sobre mi propio trabajo, pero sí me gustaría invitar a los jóvenes que se acercan al mundo de la poesía, a que lean estos libros y opinen, pues cuando un escritor publica, los libros dejan de ser suyos. 

AS: De cara a la pandemia, ¿cómo te ha ido de forma personal?, ¿después de año y medio, qué acciones consideras fundamentales emprender para equilibrar nuestro entorno inmediato?, ¿crees que todo vuelva a ser como antes?, ¿la cultura y el arte sí aportan un grano de equilibrio a todo esto?

IG: Durante este año y medio he estado trabajando en el Proyecto Uniformis, apoyado por el Fonca, y al sumergirme en la exploración de estas circunstancias biopolíticas tan violentas que estamos viviendo, he encontrado nuevas perspectivas en el análisis del cuerpo uniformado. No creo que las cosas vayan a mejorar de la noche a la mañana y considero que muchas de las cosas que se están dejando de lado, son las que nos resultarán problemáticas en el futuro. Hablo del aislamiento, hablo de la fuerza de trabajo “cyborg” que se arraiga con mayor fuerza y de cómo nuestras dinámicas de comunicación pueden conducir a estados de depresión o derivar en una neurodiversidad a la que no nos habíamos enfrentado hasta ahora. El arte es más necesario que nunca, por lo menos así lo percibo en las dinámicas más inmediatas, las dinámicas familiares; leer con mis hijos, pintar con ellos, escribir con ellos, se ha convertido en la terapia familiar que nos aleja del aislamiento tecnológico en el que no quiero caer. Poco a poco regresaremos a los ejercicios comunitarios de la cultura, el teatro, el cine y los eventos masivos, pero mientras tanto nos quedan los libros, la lectura en voz alta, el acto de dibujar y por supuesto, la danza, el canto y todo aquello que nos despierte a la realidad, al presente, a la fugacidad de la vida. 

AS: ¿Qué hace Ileana Garma para estar bien consigo misma?, ¿qué nuevos proyectos emprende?

IG: Escribo para estar bien conmigo. Pinto para estar bien conmigo. Leo largas novelas, dibujo, leo libros de poesía, tomo fotografías de nuestra desarreglada cotidianidad, mientras los días aquí se repiten, casi idénticos. Leo en voz alta para mis hijos y prefiero salir lo menos posible, por la pandemia, por el polvo que todo lo rodea, por los otros virus silenciosos y porque me gusta estar en casa. En mi caso un solo proyecto puede llevarme años, e incluso cuando entra de pronto otro proyecto, dos proyectos pueden convivir de manera paralela, durante mucho tiempo y así es como estoy ahora, entre Nesting y el Proyecto Uniformis. Nesting es un proyecto a largo plazo sobre la maternidad. “Toda maternidad es una maternidad subversiva”, dice la activista María Llopis, “ya que ninguna se ajusta a la maternidad de manual que nos intentan vender”. Desde este punto de partida, tanto en letras como en mi trabajo pictórico, plasmo la maternidad desde el encierro que me toca vivir, así como las dinámicas corporales que se instalan con su propio ritmo, el ritmo de la crianza. Mientras esto pasa, trabajo en el Proyecto Uniformis, el cual tuvo su primera muestra en Valladolid, Yucatán. Y aunque me ha llevado año y medio de pandemia, este proyecto apenas comienza a perfilarse, en sus muchas variantes y series que exploraré.

1 Sus páginas personales son: 

https://www.instagram.com/ileanagarma/ y https://ileanidades.wixsite.com/artvl

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la-gualdra-503

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