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jueves, 25 abril, 2024
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Licorice Pizza, de Paul Thomas Anderson

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Por: ADOLFO NÚÑEZ J. •

La Gualdra 517 / Cine

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La nueva película de Paul Thomas Anderson se siente como la suma de todos los elementos que vuelven a su cine tan memorable. Tiene toda la jovialidad y energía de sus primeras películas, como Boogie nights (1997), Magnolia (1999) y Punch-drunk love (2002), pero filmada con la elegancia y madurez de cintas como There will be blood (2007), The master (2012) y Phantom thread (2017). 

Aunque la filmografía de Anderson ha sido muy elogiada por la crítica, no es un realizador extremadamente popular con las grandes audiencias, pues su cine suele evitar condescendencias y obviedades en sus argumentos. El cineasta tiene un interés particular por personajes a la deriva, repletos de defectos y de actitudes cuestionables. Anderson nunca los juzga, simplemente los deja ser dentro de sus universos de ficción, y siempre resultan entrañables. En Licorice Pizza (2021) no es la excepción.

A medio camino entre el coming-of-age y la comedia romántica, la cinta, que toma acción en el Valle de San Fernando, California, en la década de los 70, se centra en los encuentros y desencuentros entre Gary (Cooper Hoffman) de 15, y Alana (Alana Haim), de 25 años. Él es un actor joven con dotes de empresario y con un enorme optimismo por el futuro. Ella trabaja en empleos temporales mientras trata de definir el rumbo de su vida sin muchas expectativas. 

La diferencia de edad no es un impedimento para que, desde el momento en el que se conocen, exista un magnetismo inevitable entre los dos. Entre ambos se desenvuelve una historia de amor extraña, por momentos ridícula y, como suele pasar en gran parte de la obra de Anderson, de dinámicas dañinas.

El director se centra en esta atípica relación para componer un retrato detallado de personajes sin rumbo ni objetivo, pero embriagados en la ilusión de la juventud, dentro de una época que ya no es y que probablemente nunca fue. Con todo, Anderson evita los lugares comunes del cine de nostalgia y logra que su relato se perciba más como un cúmulo de momentos y memorias significativas.

Dicha propuesta toma forma gracias a las maravillosas interpretaciones de los dos protagonistas que en ambos casos corren a cargo de actores primerizos. Tanto Cooper Hoffman, hijo del fallecido Phillip Seymour (quien actuó en cinco películas de Anderson), como Alana Haim, integrante de la banda que lleva su apellido (de quien Anderson ha dirigido varios videoclips) logran encarnar con enorme habilidad las complejidades y fallas de Gary y Alana, respectivamente.

Al final, el director antepone su visión personal por encima de la complacencia, con un relato que reafirma su lugar como uno de los narradores más creativos y consecuentes dentro de una industria que se ha vuelto indulgente. Una vez más, Paul Thomas Anderson invita, a quien así lo decida, a reconocerse en su cine, como espectadores y como individuos con imperfecciones. Al ver una cinta como Licorice Pizza, esto puede resultar tan reconfortante y conmovedor, como trágico y doloroso. 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la-gualdra-517

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