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lunes, 18 marzo, 2024
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Alfonso Reyes: un mexicano universal que habla de tú a tú a los clásicos de Occidente

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 554 / Filosofía

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Cuando uno piensa en un mexicano universal la primera persona que se le viene a la cabeza es, sin lugar a dudas, Alfonso Reyes; se podrían pensar otros nombres quizá, pero el regiomontano resulta obligatorio. Sus Obras Completas editadas en 26 tomos por el Fondo de Cultura Económica bien podrían sintetizar un compendio selecto de la cultura, las artes y las humanidades de toda la historia de Occidente.

Igual que Borges, eterno candidato al Nobel. Polígrafo que cultivó todos los géneros literarios con bastante solvencia, el noveno hijo del general Bernardo Reyes nació en pañales de seda en 1889 en un entorno cultural propicio para su formación integral. Empero la Revolución Mexicana de 1910 trajo adversidad a la familia Reyes asociada de forma directa con el Porfiriato y entonces comenzó una vida errante marcada por el exilio, la adversidad y el reconocimiento intelectual en el mundo hispánico.

En 1911, con apenas 21 años publica su primer libro Cuestiones estéticas (primer tomo de sus Obras), una exquisita y ya madura reflexión sobre la tragedia, la literatura y la filosofía del arte. Dicha obra concluye que: “La tragedia griega es un reflejo de la tragedia universal. Como el poeta trágico solo ve lo universal a través de su conciencia de hombre, tiene que expresarse a través de tipos humanos. Los hombres de la tragedia helénica son contornos y sombras de seres, conciencias que cavilan y voluntades que obran fatalmente. En su voluntad los Destinos se manifiestan” (58).

Para el joven Reyes la tragedia griega expresa la quintaesencia humana entre la indeterminación pura y la ciega y aciaga fatalidad. En el “Proemio” escrito en 1955 reflexiona sobre los temas y problemas literarios y estéticos que lo han acompañado toda su vida y permanecen incólumes. Su mirada de los clásicos humanista melancólica nos recuerda, pese a sus abismales diferencias, al gran escritor centro-europeo Thomas Mann. En ambos hay una voluntad de síntesis humanista universal. Empero, mientras que el autor de La montaña mágica tiene una tendencia luciferana nocturna y agonística, el escritor del Norte de México tiene una tendencia vitalista solar y afirmativa.

Reyes, Sor Juana, Borges, Lezama y Paz tienen en común ser grandes creadores que reinventan la tradición desde los márgenes de Occidente; por cierto, la obra de Paz es impensable sin el magisterio de Reyes. El diálogo en su obra con Occidente y las tradiciones prehispánicas y mestizas anticipa muchas de las discusiones contemporáneas en torno al pensamiento decolonial, la subalternidad y los estudios culturales.

Al respecto “Visión de Anáhuac” es una obra pionera que elucida una identidad cultural heterogénea bajo un hermoso lienzo mítico y poético. Y sus “Notas sobre la inteligencia americana” (publicadas en Sur, 1936 en Buenos Aires) aún guardan una lucidez clarividente en sus reflexiones meridianas bien argumentadas: “La inteligencia americana es necesariamente menos especializada que la europea. Nuestra estructura social así lo requiere. El escritor tiene aquí mayor vinculación social, desempeña generalmente varios oficios. Tal situación ofrece ventajas y desventajas. Esta disyuntiva de ventajas y desventajas admite también una síntesis, un equilibrio que se resuelve en una peculiar manera de entender el trabajo intelectual como servicio público y como deber civilizador”.

Enfatiza que mientras el europeo desconoce América, el americano estudia, conoce y practica todos los saberes provenientes de Europa. Y concluye el vaticinio: “Hace tiempo que entre España y nosotros existe un sentimiento de nivelación e igualdad. Y ahora yo digo ante el tribunal de pensadores internacionales que me escucha: reconocemos el derecho a la ciudadanía universal que ya hemos conquistado. Hemos alcanzado la mayoría de edad intelectual. Muy pronto os habituaréis a contar con nosotros”.

En todo momento sorprende la grandeza literaria, la erudición diáfana, el dominio de estilo y el fraseo rotundo. Toda la obra alfonsina, sin excepción alguna, está concebida para ingresar al Parnaso literario de clásicos sempiternos. Nada en su obra resulta prescindible. Incluso los diarios y apuntes autobiográficos de ocasión están concebidos con un estilo magistral, una prosa límpida e impecable. El deslinde: prolegómenos o la teoría literaria, pese haber fracasado como teoría general del objeto literario, sin lugar a dudas, constituye una de las más grandes aportaciones a la crítica literaria y la crítica en general en la modernidad. El arco y la lira, de Paz, elucida una senda investigativa abierta por su antecesor, el discípulo resulta impensable sin el maestro.

Personalmente aprecio en Reyes el humorista inventor de mundos a flor de piel de la vida cotidiana. El pensador que bromea entre las penumbras metafísicas de la existencia y la frivolidad displicente de placeres mundanos. Ese pensador que barrunta notas sobre nuestra identidad cultural fantasmagórica e híbrida a partir del mole poblano como aportación culinaria universal. En “Memorias de cocina y bodega” considera que las artes culinarias mexicanas expresan un espíritu universal de síntesis y sensualidad latina. Su eterna rivalidad con ese otro gran hombre de letras como lo fue Ramón López Velarde da cuenta que ni siquiera los más grandes escapan a la hoguera de las vanidades. De la cuna a la tumba, las pasiones humanas nos habitan y desbordan y nadie exenta. Después de Reyes, Paz y Pacheco, nos hemos quedado en México en cierta orfandad intelectual.

 

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