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sábado, 20 abril, 2024
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Roland Barthes o la crítica como obra de arte

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 541 / Filosofía

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En verdad hay pocos comentarios críticos que estén a la altura de las grandes obras estudiadas. Cuando pienso en la crítica como creación el primer nombre que se me viene a la cabeza es el de Roland Barthes. Uno de los críticos más estimulantes e importantes del siglo XX.
Desde joven leí a Barthes, ya no recuerdo cuáles fueron las primeras obras leídas, seguramente fue en una antología de textos de crítica literaria de estructuralismo y formalismo, una fotocopia apenas legible. Pero sí recuerdo que El placer del texto (Siglo XXI, 2014) fue la primera obra que me atrapó de verdad. Todo lo que buscaba en un libro de ensayo literario estaba ahí: rigor, belleza, claridad, escritura límpida y amena, argumentos sugerentes sin ser categóricos. Realmente es una delicia leer este breve ensayo literario, obra maestra de crítica y creación. Donde hace de la lectura una obra de arte y más allá una búsqueda existencial de co-creación de sentido.
S/Z (México, Siglo XXI, 2015) es una obra crítica que toma como pretexto el texto narrativo de Sarrasine de Balzac. Concibe la literatura como apertura de múltiples significaciones y madeja infinita de sentidos plurales. Conjuga rigor, maestría y juego. Anticipa las nociones de obra abierta, rizoma e hiper-texto. Lo que él escribe de los grandes autores, clásicos de la literatura, es que se vuelven clichés culturales y lingüísticos al alcance de todos, y por ende, se olvida su autoría singular. Algo similar pasa con su obra, si uno elucida muchas ideas críticas y estéticas que uno considera propias, basta rastrear su fuente y, claro, se puede descubrir que están ya en Barthes.
Crítica y Verdad (Siglo XXI, 1972) y Lo neutro (Siglo XXI, 2004) al respecto son obras pioneras de muchas ideas que luego se volverán temas y problemas de la deconstrucción y del posmodernismo. Si algo define a Barthes es la mezcla perfecta entre sutileza, naturalidad y elegancia. En todos los sentidos, comenzando por su estilo de vestir y actuar en público, su charla comedida, hasta llegar a sus obras que son un ejemplo paradigmático de buen gusto, análisis minucioso, buena escritura y recreación auténtica de los temas y problemas más acuciantes de las humanidades, la cultura y el arte. Su claridad y belleza literaria están a la altura de los grandes momentos de Montaigne, Pascal y Sartre, solamente por mencionar tres nombres paradigmáticos.
Psicoanálisis, lingüística, estructuralismo, marxismo, semiótica, teoría estética, análisis de la cultura, entre otros campos disciplinares donde el autor se movió como pez en el agua con una solvencia teórica absoluta y una claridad meridiana. Digno heredero de los más grandes literatos del yo personal como Montaigne, Rousseau, Voltaire y Nietzsche; en su libro homónimo, Roland Barthes (Kairós, 1978) hace de la autobiografía un arte literario pensante que reúne verdad, confesión, belleza y lucidez. Y en ese tenor escribe después Fragmentos de un discurso amoroso (Siglo XXI, 2001), obra deslumbrante, novela conceptual, anticipación del Nouveau Roman y la literatura experimental contemporánea. Todo está ahí, literatura, vida, filosofía, intimidad, confesiones secretas, miedos, fantasmas, amores y desamores.
Quien haya experimentado el amor en toda su profundidad abisal podría estremecerse al leer páginas como las siguientes: “El discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas, pero al que nadie sostiene; está completamente abandonado”. Y frases matadoras como: Abismarse: “Ataque de anonadamiento que se apodera del sujeto amoroso, por desesperación o plenitud”. Exilio: “Al decir renunciar al estado amoroso, el sujeto se ve con tristeza exiliado de su imaginario”. Fiesta: “El sujeto amoroso vive todo encuentro con el ser amado como una fiesta”.
Únicamente quien haya experimentado el amor como experiencia mística y sagrada podrá entender la idea de que el sujeto amoroso se esfuerza por comprender al ser amado en sí como enigma absoluto y único, absuelto de toda relación con los demás y con el mundo. Aún ahora, después de muchos años de lectura, cada vez que releo sus fragmentos amorosos un temblor exquisito me invade. Asimismo sus reflexiones sobre la cultura y la moda siguen siendo vigentes y estimulan estudios e investigaciones culturales.
Su última obra Cámara Lúcida (Paidós, 1989) es un ejercicio innovador de elucidar la imagen a partir de una fotografía de su adorada y temida madre. El autor despliega una reflexión absolutamente original sobre la fotografía, así como la memoria del sujeto singular-colectivo desde el estudio del punctum: epicentro y línea de fuga de la imagen. La fotografía crea un juego entre imagen, memoria e imaginario con un sentido intransferible. Un comentarista malévolo ha escrito que el afamado catedrático de semiología murió por una trágica paradoja: no supo interpretar los signos de un semáforo y fue atropellado por una furgoneta de lavandería. En todo caso, su influencia en el pensamiento, el arte y la cultura de la contemporaneidad resulta crucial e inobjetable.

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