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miércoles, 24 abril, 2024
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Analí Lagunas: defiendo mi derecho a la escritura 

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Por: BEATRIZ PÉREZ PEREDA •

La Gualdra 541 / Entrevistas / Literatura

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Una escritura salvaje, anfibia en cuanto transita entre este y otros mundos. Las heroínas en los cuentos de Analí son mujeres atravesando situaciones de prueba, que las hacen sacar su lado más animal, casi feroz; pero salir de la oscuridad en que se encuentran no les asegura que desembocarán en una realidad mejor, sino tan solo en otro escenario que sin duda las volverá a poner al límite. Analí Lagunas defiende con rabia su derecho a construir otras historias, donde las mujeres puedan ser ellas mismas o la versión más extraña que imaginaron, aquella que revele su verdadera naturaleza. 

Beatriz Pérez Pereda: Los cuentos de tu libro Indómita naturaleza, próximo a salir -publicado en Editorial Reverberante-, tienen como protagonistas a mujeres en transformación, es decir, están atravesando o van hacia una metamorfosis, a convertirse en otras personas, en otra cosa ¿esto fue intencional en la escritura o no fue algo buscado conscientemente? 

Analí Lagunas: Me gusta mucho poner a mis personajes en situaciones límite, presentarlas como mujeres fuera de sí, tal vez destruidas, atropelladas por condiciones externas imposibles de controlar. Creo que ubicarlas en contextos así me permite explorar las posibilidades de transformación. Me gustan los personajes disfuncionales, desde el punto de vista social, porque se vuelven indeseables, malvados, oscuros. Esa oscuridad me interpela, me mueve. Encuentro belleza en esta suerte de “viaje de la heroína” que lleva a las mujeres de mis cuentos a contactar con esa parte valiente y poderosa que poseen, pero que mantienen olvidada por mandato patriarcal. 

BPP: Indómita naturaleza fue pensado como un proyecto o las historias fueron llegando de una en una, cuéntanos un poco cuál es tu proceso creativo. 

AL: Los cuentos que integran este libro pertenecen a distintos períodos de trabajo, que van desde el 2017 hasta junio del 2020. Si bien no fueron pensados como un proyecto, al revisar mis carpetas de trabajo descubrí que todos parecían avanzar unidos por un motivo común, una inquietud que ha logrado permear en mi proceso creativo y en mis intereses: lo fantástico, el terror y todas esas situaciones que escapan un poco del túnel de realidad al que estoy -o estamos- acostumbrados. 

Mi proceso creativo, arriesgándome a tirar de la cuerda que sujeta el telón, es bastante organizado cuando se encuentra en la etapa de sentarse frente a la computadora para escribir; sin embargo, todo lo que sucede antes puede ser algo caótico porque me gusta trabajar con ideas detonadoras, a veces muy guiada por emociones. “¿Qué pasaría sí..?”, me gusta preguntarme antes de comenzar a imaginar. A veces me obsesiono con un tema: brujas, criaturas extrañas; otras con emociones: miedo, ira, pasión. Con esos ingredientes voy imaginando escenarios, personajes, conflictos, de modo que, una vez tengo claro los elementos que considero más importantes, me siento a trabajar. Me gusta pensar que cuando llego a la hoja en blanco ya tomé una serie de decisiones importantes.

BPP: Tus cuentos me recordaron un poco a Guadalupe Dueñas y Amparo Dávila; pensé en ellas mientras los leía, y también sentí que alguna de tus protagonistas podría verse justo como Dávila, sobre todo en esas fotos donde sale con su gato… ¿Cuáles escritoras y escritores son tus influencias, a quiénes lees, admiras?

AL: Me gusta pensar que mi escritura está atravesada por el trabajo de Lucia Berlin, de Shirley Jackson. Amparo Dávila sin lugar a dudas es una de las escritoras que más disfruto leer, por la potencia que tienen sus finales, por el aliento que se va una vez que se llega al final de “El huésped”, por ejemplo. Me gusta mucho el trabajo de Mónica Ojeda lleno de referencias a la tradición oral andina, la violencia de Mariana Enríquez y el halo misterioso que rodea el trabajo de Samanta Schweblin. Pienso también en Margaret Atwood a quien descubrí en 2015 y desde entonces se ha vuelto una escritora de cabecera a cuyos libros me gusta volver.

Le tengo especial admiración y hasta cierto cariño a Bram Stoker; durante mi infancia, Drácula fue un punto en común con mi papá, con quien solía leer fragmentos de la novela; conservo con especial cariño una edición con ilustraciones que él me regaló cuando yo cumplí trece años. Me gusta muchísimo el Tario cuentista, Adela Fernández y claro que crecí leyendo a R. L. Stine y Stephen King. Me considero una lectora curiosa y algo voluble, me gusta seguir pistas y trazar rutas, ahora estoy leyendo weird y bizarro y me gusta lo que voy descubriendo.

BPP: En tu semblanza te presentas como gestora cultural, háblanos un poco de esta faceta, lo comunitario, y cómo eso se conecta con tu escritura. 

AL: La gestión cultural fue un hallazgo maravilloso, llegué a ella después de pasar por cuatro carreras distintas: teatro, literatura italiana, lingüística y en mis sueños más descabellados: música. Descubrí mi gusto por el trabajo en comunidad gracias a un proyecto en el que pude trabajar a partir del 2013 en Taxco, mi ciudad natal. Mientras estudiaba letras yo pensaba en cómo habría de retribuirle a mi comunidad los conocimientos que estaba adquiriendo, en las formas en la que esos saberes podrían impactar de manera positiva en mi entorno, porque yo no concibo el trabajo sin la dimensión comunitaria, sin la apuesta por el bien común. Así fue como llegué a la gestión cultural, con todo el ánimo de “hacer que las cosas sucedieran”, de contribuir al desarrollo de mi comunidad a través del arte y la cultura.

La relación que mi formación profesional tiene con mi escritura radica en lo mucho que me interesa observar y escuchar, como gestora cultural el análisis de contextos es un paso importante antes de diseñar y ejecutar cualquier proyecto de intervención, pienso que la escritura me exige lo mismo, la escucha y observación atenta de lo que sucede a mi alrededor. 

BPP: De esta colección de cuentos, cuál es tu favorito y por qué, a cuál de ellos recuerdas con más cariño a la distancia que da lo ya publicado. 

AL: Tengo tres favoritos: Víboras de Teyolote, por lo mucho que me recuerda algunos momentos de mi adolescencia, aunque expresamente en el cuento no se nombra la ciudad donde sucede, me parece importante apuntar que sí es Taxco, los espacios descritos existen y fueron importantes para mí.

Mi segundo favorito es Lengua de Lagartija, por ser un cuento escrito desde la pasión y la esperanza; es una carta de amor a la otredad, a la hermosa voluptuosidad de un cuerpo no hegemónico. 

Y finalmente está Sam, un cuento que me remite a un periodo muy oscuro de mi vida y de mi proceso creativo. Lo escribí con un bebé de cuatro meses pegado al pecho, dentro de una casa en llamas que se desmoronaba y desde la rabia, defendiendo mi derecho a la escritura como única posibilidad para habitar un mundo apenas reconfigurado por la llegada de mi hijo, ahogada por las exigencias sociales que este rol acarreó. 

Semblanza

Analí Lagunas es escritora de lo fantástico y lo sobrenatural; es también una gestora cultural interesada en el patrimonio cultural y su relación con el desarrollo comunitario. Su trabajo literario ha merecido distintas becas y premios
en el estado de Guerrero: el XXII Premio estatal de cuento María Luisa Ocampo (2020); el primer lugar del XXXVII los Juegos Florales Nacionales de la Plata (2019); el VI Premio Cuento Joven (2017); becaria del PECDA Guerrero 2017, en la disciplina de literatura, área de narrativa. Fue integrante de la generación 2020-2021 de Jóvenes Creadores del SACPC, en la disciplina de literatura, área de cuento.

De indómita naturaleza 

[Fragmento]

Descubrí muy joven mi poder y lo guardé en secreto, porque explicar qué andaba haciendo cerquita de la frontera era peor que ser de las mujeres que cruzan. Como no morimos tenemos que inventarnos diversiones. Nos gusta jugar con los hombres que llegan aquí más por mala suerte que por despiste, les cambiamos los letreros, los norteamos, los asustamos y después los desaparecemos. Algo que últimamente no ocurre con la frecuencia que quisiéramos.

Aprendemos desde niñas que hay reglas imposibles de romper: nadie sale, nadie entra. Los hombres más fuertes vigilan el límite para asegurar que nadie de las nuestras salga. Nos enseñan que esto de no morir es un don que la naturaleza no entrega a cualquiera, por eso nos inculcan la calma, porque solo en calma se puede aceptar una vida eterna que a veces se antoja inútil. Las que no aprenden a sobrellevar la eternidad son castigadas con el encierro, atadas de manos y con los ojos vendados son tiradas en las fosas que nunca dejamos de cavar.

Tejemos la palma, consumimos el tiempo armando intrincadas tramas que después vemos arder en la purificación del cerro. Desde que tengo memoria, desde que estoy aquí, la purificación del cerro es la única oportunidad de elegir la muerte. El consejo elige a siete de las más viejas para morir entre las llamas del cerro, casi siempre son quienes ya no pueden tejer o trabajar el campo. La noche más calurosa del año, cuando el fuego se encuentra en su punto más alto, acompañamos a las elegidas entre cantos y rezos, sin tristeza, pero con enojo, todas, aunque sea en secreto, envidiamos de ellas la posibilidad de elegir, de alejarse de este pueblo donde todo tiene el amargo sabor de la eternidad.

He mirado el límite muchas veces. Oculta en la fosa vacía que finjo cavar, conozco los pasos que separan mi escondite de aquella posibilidad de libertad. No tengo miedo, si algo aprendí de la abuela fue que la osadía era lo mejor que le podía pasar a las mujeres de este lugar. Ella cruzó y vivió. Aventó primero un pie fuera de la frontera dibujada por la imaginación del Concejo. Y nada pasó. Ni se secó ni ardió como zacate viejo, luego, cerquita de la marca que señalaba el límite, sacó una pierna, la izquierda, y de nuevo nada pasó. Sin pensarlo más cruzó con todo el cuerpo y la voluntad, el límite que los hombres del pueblo habían dibujado con tizas y carbón. Decidió irse antes que la enfermedad le impidiera correr, el recuerdo más nítido que de ella poseo es la última imagen que de mí quiero se vea: una sombra larga y negra, como las que no ven de este lado del cerro, cruzando el campo de cempasúchil hasta perderse en el horizonte, hasta encontrarse bajo un cielo donde todos viven con la certeza de morir.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_541

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