La forma de juzgar (o no) a las víctimas de hechos violentos ha evolucionado con los años.
En el marco de la mal llamada “guerra contra el narco”, Felipe Calderón decía buscar “que la droga no llegue a tus hijos” pero con ese pretexto les llegaban las balas.
Ante el baño de sangre en qué se convirtió México, el panista intentó argumentar que no había de qué preocuparse porque se mataban entre ellos, y se desató el modus operandi de encubrir cada muerte civil atribuyéndosela al crimen organizado.
Así sucedió con dos estudiantes del Tec de Monterrey en Nuevo León, en 2010. Uno fue victima fatal de un fuego cruzado, y su compañero, que atestiguó los hechos, fue rematado para silenciarlo. Se dijo entonces que ambos estaban armados “hasta los dientes” afirmación cuya falsedad está más que demostrada en videos, reportajes e incluso un documental al respecto.
Lo mismo ocurrió con los jóvenes de Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez, donde un grupo de estudiantes de bachillerato fue masacrado aparentemente por una confusión.
Entonces, sin ninguna evidencia ni indicio, y guiado solo por la prisa de despresurizar la opinión pública, Felipe Calderón dijo que se trataba de un ajuste de cuentas entre bandas rivales.
Medianamente funcionaba ese discurso político porque entonces se decía que las muertes de civiles y los daños colaterales eran inevitables si intentaba acabarse con la impunidad.
Así lo promovía el gobierno federal con una actitud bravucona que se enorgullecía falsamente de un supuesto combate frontal a las drogas que, hoy sabemos, era absolutamente contrario a la realidad, como prueba el haber tenido a Genaro García Luna como el gran general en esa guerra.
En ese contexto poco escandalizó que se hablara de aniquilar delincuentes y no de detenerlos (los muertos no declaran). Y poca indignación causaban operativos como el que dio muerte a Tony Tormenta, que conllevó ocho horas de refriega, el cierre de tres puentes internacionales, el cierre de más de 200 escuelas, la paralización de todo Matamoros, y la muerte de un reportero, tres marinos y un soldado.
El gobierno federal actual tiene una política distinta en la que se prioriza la prevención, el combate de las causas, y en todo caso la detención y no el asesinato de los grandes capos, como ha ocurrido con el arresto de Rafael Caro Quintero; José Antonio Yepez Ortiz “ alias “el marro”, líder del cartel de Santa Rosa de Lima; Rosalinda González Valencia, esposa de El Mencho y presunta operadora financiera del cártel Jalisco Nueva Generación; de ese mismo grupo Erick Valencia Salazar; también Juan Gerardo Treviño, a quien se le considera líder del cartel del Noreste; o Pedro Ramírez líder de la Unión Tepito; y su contraparte Jorge Flores Concho, líder de la Anti Unión.
Destaca entre ellos la detención de Ovidio Guzmán en su segundo intento, porque en el primero se priorizó la vida de civiles a costa del sabor a fracaso que eso dejó.
Y mientras se tienen esos resultados y los records en decomisos y destrucción de laboratorios, este gobierno ha optado al mismo tiempo por no estigmatizar ni a los familiares ni a los pueblos de los presuntos delincuentes, como reclaman aquellos que se quejan de las visitas a Badiraguato o los saludos a la mamá del Chapo.
Bajo esa mentalidad que aún persiste, es esperable que la indignación que produjo la privación ilegal de la libertad de siete jóvenes de Malpaso y la muerte de seis de ellos se diluya ahora que las autoridades manifiestan que los hechos pudieron tener relación con el narcomenudeo.
Cierto es que puede haber elementos que lleven a esa teoría, pero esto debe servir de explicación, más no de justificación.
Vivimos una realidad en la que quienes nos rodean pueden tener una relación voluntaria o involuntaria con la delincuencia sin importar la clase social a la que se pertenezca, por lo que no lidiamos una batalla contra un “extraño enemigo”.
Por eso tiene sentido la política de no intentar ganar la guerra, sino construir la paz, y de construir una justicia para todos, no solo para aquellos que caben en esa falacia de ser supuestamente “los que la merecen”.