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jueves, 25 abril, 2024
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La comunicación le ganó al periodismo…

Libreta de Reportero

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Por: Antonio Salas •

Hace todavía un par de décadas, el ingreso al ambiente periodístico tenía casi por regla el paso por la sección policiaca. Allí el reportero se curtía, entendía procesos de producción, Bandos de Gobierno y a ser un observador, para luego poder contar.

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Practicantes de “El mejor oficio del mundo”, como lo llamó Gabriel García Márquez, los reporteros se erigían en verdaderos artesanos dispuestos a entregar la mejor de sus obras a la audiencia, cualquier que esta fuera: radial, televisiva o impresa.

En realidad poco importaba la fama y el reconocimiento, eso venía por añadidura y a la mayoría, de verdad que no le importaba. Los lectores esperaban que del olor a tinta, en el papel periódico, emergieran los sucesos tal y como habían ocurrido, con la mejor crónica y el mejor ángulo fotográfico.

Quien aspirara a ser reportero, sabía que debía llegar temprano al taller donde se hacía el periódico, ayudar a limpiar la maquinaría, barrer la oficina, recoger cientos de colillas de cigarros, lavar tazas con asientos de café y aventar a la basura las botellas vacías de coñac.

Lo que el reportero veía, sentía e investigaba necesitaba catalizadores para la fuerza del teclado, dejara bien plasmada la historia, los hechos, las anécdotas casi siempre únicas, que sus lectores esperaban con ansías. El periodista era quien palabra a palabra, contaba lo que al paso de los años, se volvía la historia de la comunidad.

Pero, para relatar una historia, debía enterarse, documentarse, rascarle aquí y allá, tomar apuntes, leer todos los diarios de la región, escuchar las noticias nacionales e incluso contrastarlos y contextualizarlos con lo que por la noche la TV oficialista había transmitido a nivel nacional.

El reportero entonces, trazaba en su mente un plan que le permitiera compartir con el consumidor de tal forma, que prácticamente le diera la oportunidad de contarlo de viva voz. Quizá una vuelta a cualquiera de las hemerotecas que hay en territorio zacatecano, nos lleve a vivir esa sensación.

Pero de pronto, como si se tratara de lo mismo, apareció en escena la Comunicación y con ello, los comunicadores sociales. Y con la diametral distancia entre hacer periodismo y hacer comunicación, esta empezó a ganar terreno.

Se acabó el culto por el proceso científico sustentado en el quién, cómo, cuándo, dónde, porqué y de una vez, para qué. Eso ya no importó. Se cumplía la meta de informar, sin importar si el proceso para tal efecto cumplía con la rigurosidad del proceso periodístico.

Despareció también el interés por posicionar a las audiencias en el epicentro, para medirlos también, categorizarlos, etiquetarlos, clasificarlos y comunicarles ¿qué? ¡Lo que fuera! El objetivo era que llegara el mensaje, aunque estuviera vació de información.

Entonces la comunicación ya profesionalizada buscó mimetizarse con la práctica del periodismo, que desde su concepción misma, ni es lo mismo, ni el igual. Porque definitivamente una cosa es lograr la meta de que el mensaje llegue y otra, generar información a partir de los cuestionamientos básicos del periodismo, el proceso que conlleva, para luego publicarlo.

El oficio se vio rebasado por los títulos, ya no importaba la información, sino la firma. El reconocimiento, la mezcla con las élites, el saludo por nombre de los poderosos a los ahora comunicadores haciendo ‘periodismo’. ¡Qué cosas!

Y entonces los temas acabaron, las historias de largo aliento, las que dan voces a la problemática social también. Aparecieron los nombres, los apellidos, la imperante necesidad del reconocimiento del comunicador, por sobre la de los protagonistas del acontecer diario.

Luego, el Internet y las Redes Sociales aparecieron y sus bondades, lejos de dar oxígeno al periodismo, lo han ido reduciendo. No se diga, por ejemplo, el constante engaño en que se incurre cuando se cree que quien transmite por ellas, en vivo, está haciendo periodismo.

La mayoría de las veces, salvo contadas excepciones, no es así. No se cumple con el ciclo de planear, investigar, recolectar información y luego publicarla. Pero si se cumple con el de comunicar, con el de llevar en tiempo real un mensaje, quizá equívoco, incompleto o propagandístico, todo menos periodístico.

Por desgracia, la comunicación ha ido acabando con el talento periodístico. Con esa disciplina, con que el periodista debe de conducirse, para entonces dejarse llevar por la adrenalina del momento.

¡Un reportero ansioso es un reportero peligroso! Porque pone en riesgo a sus compañeros, a su medio, a su audiencia, a su familia y a él. Dimensione usted entonces lo que sucede, cuando un comunicador está ansioso por practicar algo que no entra en su perfil.

Sin duda alguna el periodismo mexicano padece una grave crisis, ya no es novedad decir que es el país más peligroso para ejercer el oficio, vuelto ahora en profesión. Peor aún, cuando en esa mimetización del ambiente, cuando se menciona la palabra periodista, es todo un coro el que contesta.

Ojalá así como se exigen garantías para el ejercicio de la profesión, en contraparte se ponga en garantía la capacitación continua, la formación permanente, la correcta aplicación de los documentos deontológicos, de donde parten todos los Decálogos de Ética, eso sería un gran avance.

Porque ponerse el chaleco, y no el de reportero, a la más mínima provocación: sin estar preparados para enfrentar todos los obstáculos que la labor representa, es una forma más de ponerse en riesgo y poner en riesgo a los compañeros.

Será que así como de pronto vemos exigir justicia, también veremos cómo se pide que se garanticen los derechos humanos y laborales de parte de las partes patronales o de las organizaciones periodísticas. ¡Urgen equilibrios!

Por el bien del periodismo, de los comunicadores, de los medios y de las audiencias, es necesario estar abiertos también a la crítica y a la autocrítica, insisto, para no ponerse chalecos ajenos.

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