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viernes, 26 abril, 2024
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El delicioso encanto del anonimato

[Todos los nombres, de José Saramago]*

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Por: Xol Hernandez •

La Gualdra 552 / Libros / Saramago 100 Años

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Por: MIGUEL ÁNGEL DE ÁVILA GONZÁLEZ

Todos los nombres, de José Saramago, es, principalmente, una intensa novela de amor. La búsqueda de la mujer desconocida que emprende allí don José es muy similar a la que realizan Horacio Oliveira de la Maga, en Rayuela, y Eligio de Susana, en Ciudades desiertas.

¿Cómo no identificarnos así con don José en su afanosa búsqueda? Hemos derrochado un tiempo incalculable de nuestra existencia contemplando la fotografía, los objetos, los lugares tan distantes y distintos que hemos idealizado para aproximarnos a la mujer desconocida, asaltando colegios y conservadurías con el único propósito de saber más de ella.

La búsqueda de la mujer desconocida ha dejado nuestro cuerpo y nuestro espíritu llenos de cicatrices, pero bastante trabajo nos costó cometer tantas fechorías, torpezas y locuras con el mismo afán como para arrepentirnos.

Todos los nombres resulta un título aparentemente extraño: en sus páginas aquellos no se utilizan, salvo el de José, precedido por el título de don, el Jefe de la Conservaduría, la zurcidora, el médico, el enfermero, la señora del entresuelo derecha, el director del Colegio, el pastor. Empero, el Conservador General se sabe los nombres y los apellidos de todos los que han nacido y habrán de nacer.

Don José es un hombre melancólico. Tiene cincuenta años y habita una casa contigua a la Conservaduría. Se conforma con la vida sencilla que le ha tocado, no trata de evadirla y su trabajo es rutinario: escribiente de la Conservaduría General del Registro Civil. El tiempo que don José cree que le sobra lo emplea en coleccionar recortes de periódicos y revistas con noticias e imágenes de gente célebre: políticos, generales, obispos, actores, arquitectos, jugadores de fútbol, ciclistas, especuladores, asesinos, estafadores y reinas de belleza.

Inesperadamente, de su cabeza surge una idea que irá a transformar su vida. Imaginó que algo fundamental estaba faltando en su colección: la certificación de las personas famosas cuyas noticias de la vida pública se dedicaba a compilar. La solución se encontraba a su alcance.

Como efecto de ello, a don José le agradó más que nunca su trabajo. Gracias a él podía penetrar en la intimidad de las personas que correspondían a los recortes que coleccionaba: saber, por ejemplo, cosas que hacían lo posible por ocultar, como ser hijo de padre o madre desconocidos, o decir que eran originarios de la capital del Estado y no que habían nacido en alguna aldea perdida que bien podría carecer de nombre.

En estos afanes andaba cuando, por azares del destino, se encontró con una ficha que correspondía a una mujer de treinta y seis años, nacida en la misma ciudad, con dos asentamientos, uno de matrimonio y otro de divorcio, los nombres de los padres, de los padrinos, la fecha y hora de nacimiento, la calle y el número en el que vivía.

Por primera vez don José sintió aquí un presentimiento. Vio en la ficha algo especial que hizo que su vida experimentara un cambio radical. Sintió que aún le quedaba algo por hacer, que aún no se había consumido del todo. Decir que se enamoró de ella es una suposición muy atrevida, pero comenzó a conducirse como descarriado, de la misma manera que los seres humanos que caen en este trance.

Salió entonces a la calle a buscar a esta mujer superando sus miedos, seguro de sí mismo. Empezó a proyectar en ella la esperanza de sentir que su vida no estaba acabada, recuperando una meta, una ilusión que había perdido. Revivir cómo era su vida, olvidándose casi del peso que tenía encima. Esto lo hizo esmerarse, ver que era posible conseguir algo de lo que se proponía, transgredir las normas sin que le importaran las consecuencias.

Es así que se lanza a la búsqueda de una mujer de la que luego confirma que se suicidó por motivos desconocidos, que había estado casada y que se divorció, que podía haber vuelto con sus padres, pero que prefirió continuar sola, una mujer que fue niña y muchacha, que llegó a ser profesora de matemáticas, que tuvo su nombre en el registro civil junto con los nombres de todas las personas de la ciudad, una mujer cuyo nombre de muerta volvió al mundo de los vivos porque don José fue a rescatarlo del mundo de los muertos, apenas el nombre, no a ella, no podía tanto.

Se trata entonces de un esfuerzo por encontrarle un sentido a la vida gracias a una compleja alegoría en la que el ser, el mundo y el nombre se reconcilian: en la que un personaje, don José, recupera a un ser igualmente anónimo.

En síntesis, don José es un empleado casi anodino, pero posee una riqueza espiritual envidiable. Nos narra en forma precisa una amplia gama de sentimientos y de estados de ánimo por los que atraviesa desde el momento en el que encuentra la ficha de la mujer desconocida hasta el momento en el que concluye la búsqueda.

Las descripciones que hace don José de sus incursiones nocturnas en la Conservaduría, en la escuela, en la casa de la señora del entresuelo derecha, en el departamento de la mujer desconocida, en el cementerio, así como de la interacción que se da entre los empleados de la Conservaduría, y entre estos y sus superiores, son geniales.

Propiedad y dominio del lenguaje es una de las características, entre muchas otras, de la obra de José Saramago. El lenguaje es precisamente la herramienta con la que construimos nuestros sueños y nuestras esperanzas. Somos en las palabras: de su riqueza depende nuestra capacidad de transformar el mundo y construir alternativas.

 

José Saramago, Todos los nombres, Alfaguara, México, 2001.

* Publicado en Corre Conejo, número 224 marzo- abril 2022.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra552

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