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sábado, 15 febrero, 2025
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Letras rodantes

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Por: JOSEANGEL RENDÓN •

La Gualdra 650 / Juan Manuel García Jiménez (1970-2024) / In memoriam

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El VW Golf es el mejor automóvil del mundo. La relación peso-espacio-potencia lo hace único y el árbol de levas chatas a la cabeza de un motor que ruge al menor impulso, le dan el distintivo de auto con ritmo. Suficiente para subirse y rodar con estilo.

Pero mi Golf era más que eso. ¿Cómo debe ser el auto de un escritor en ciernes? Era algo así como la extensión de mi espíritu aventurero. Al manejarlo, las pequeñas cargas de adrenalina trasladaban mi inspiración a otro plano. Mi proceso creativo iniciaba a la par del paseo, mientras dejaba atrás imágenes instantáneas, colores fugaces, gente frisada al letargo arrítmico. 

Y la música del estéreo era un plus (Pink Floyd, Supertramp, Beatles, Queen, algo de rock ocasional y hasta Beethoven inundaban el habitáculo del carro); cuando se conectaba la música, el eco ronroneante del motor y la velocidad… las ideas, las palabras venían a mi mente, y gracias a la grabadora de reportero que siempre cargaba, todas aquellas letras fluyentes terminaban en cuento, relato o microficción sin requerir mayor poda.

El secreto, de cuatro ruedas y motor a cuatro tiempos, me dio notoriedad en el taller literario al cual asistía, donde mis textos atraían la curiosidad de importantes plumas y la admiración de verbaleros iniciáticos como yo. Allí conocí a Juan Manuel García Jiménez, poeta irreverente. No era ni lo uno ni lo otro, o tal vez ambos; una pluma lacónica de ortografía cavernaria. 

Nos hicimos amigos tan rápido como fluían nuestras disímbolas inspiraciones. Compartimos algunas ideas, correcciones (a veces entre tumbos) y triunfos acumulados hasta llegar a la publicación de nuestro primer plaquette. Al unísono, un librillo de cuentos y otro de poemas, dieron de qué hablar y qué leer (algunas veces en ese orden) en toda la región. Invitaciones a lecturas en otras entidades nos abrieron a una gira, donde sin querer, le di a conocer al poeta la génesis de mi proceso creativo (el secreto mejor guardado de la literatura intrapersonal) cuando viajamos juntos a uno y otro lugar en el ya citado Golf VW.

― ¿Para qué usas la grabadora? –Preguntó.

― Para poder bajar ideas y frases de mi mente mientras manejo –respondí altanero– el Golf se maneja solito, es como una actividad secundaria que activa mi proceso creativo y me ayuda a dar forma a las historias. 

No se dijo más, a partir de ahí todo fue la experimentación creativa en ese “Taller Literario Móvil”. Al auto en marcha, la música a tope y la vía libre a ninguna parte, se agregaron a nuestras tertulias móviles brebajes como Carta Blancas Quitapón, tequila-limón-sidral… unas u otras o unas más las otras, en ese u otro orden o marca. La literatura se volvió para Juan Manuel García y yo una vivencia donde la palabra nadaba entre rocanrol y adrenalina a dosis mezcladas en vasos desechables escarchados.

― Le escribo un poema a Arcelia… la vida con ella es poesía en sí –dijo mientras Supertramp nos rodeaba con el solo de saxo de “Goodbye Stranger”.

No quise “tallerearle” tal percepción. Conocía poco a su novia, pero a mí no se me daban (ni se me darán) las relaciones súbitas. Con la música radiante, el Golf boyante y la inspiración manante, del sonido del escape brotaban las 4 mil 500 revoluciones por minuto que permitía el bulevar de media tarde.

― ¿Qué estás escribiendo? –preguntábamos al unísono, de cajón, al inicio, mientras él abría las cervezas y yo cambiaba de carril para dejar atrás los viejos autos V8 y las imágenes desteñidas del costumbrismo estático. Unicornios desmembrados, acuarelas medusas, adjetivos vangoghianos o manuales para no caer durante el bebeleche eran algunas de las ideas compartidas con el Golf/alcohol-y-rocanrol; las sesiones creativas nos dieron material suficiente para ser considerados en el taller literario donde aterrizábamos, como los “Gurúes de la creatividad”, “Arquetipos de biendecir” y algunas otras florituras que nunca nos hicieron revelar el secreto reservado a las avenidas y carreteras.

El VW Golf tiene una amplia cajuela. Gracias al abatimiento del respaldo trasero se puede contar con mil 200 decímetros cúbicos de capacidad sin perder el estilo. 

― Tengo una historia para mi primera novela, quiero contártela. –Dije esa vez, mientras él subía con las cervezas en turno y alguna nueva idea en mente; lo llevaba en la mirada.

― Debo pasar por mi novia –fue toda su respuesta.

Destapamos sin preguntar nada. Era la tarde de Pink Floyd y “The Wall” que anticipaban una opereta distinta.

Llegamos a casa de Arcelia. García Jiménez bajó por ella y ambos subieron al asiento trasero. Mientras yo encendía mi grabadora de audio, él me dio otra cerveza, desvió el espejo retrovisor al toldo, subió el volumen de “Another brick in the wall” y me dijo:

― Arranca como tú sabes.

“No necesito brazos alrededor de mí” decía Roger Waters, mientras yo realizaba los cambios de velocidad en un bulevar ajetreado, escuchaba al respaldo trasero retraerse para brindar los mil 200 decímetros cúbicos de amplio espacio y pronunciaba a mi grabadora algunas frases inconexas por si algún día escribo un cuento donde me agarren de chofer.

El camino casi libre, el VW Golf a 160 Km/h, 4 mil revoluciones por minuto, la relación peso potencia cargada a la parte de atrás y con movimientos de vaivén constante aderezados de gemidos coreando a Pink Floyd. Las palabras quedaron atrás. Juan Manuel balbuceaba y sudaba. Arcelia gemía algo que mi retrovisual no alcanzó a captar. Yo besando el gollete de la Carta Blanca, acelerando al Golf hasta 4 mil 500 revoluciones y expresando a mí mismo y a la grabadora “Tengo una historia para mi primera novela, quiero contártela… no es un mal comienzo”. 

5 mil RPM. Rebasé a 190 por hora a algunos viajeros que por segundos notaban el show de mis inquilinos de atrás. “¿Cambiaste un papel secundario en la guerra, por un rol principal en una jaula?” coreaba el estéreo a todo rock psicodélico. 

Punto clímax de palabras reencontradas, Pink Floyd en bajamarea de percusión pirotécnica en “Run like Hell”, encontré la conexión mágica para un desenlace sorpresivo. Gruñir sexópata a contralto tras de mí. 6 mil revoluciones. 210 por hora. Un solo de guitarra insólito a manos de David Gilmour. Rezongó la voz del posible narrador omnisciente. Dos gritos al cielo trataban de perpetuarse. Pisé el acelerador al máximo del máximo que pudiera dar el compacto alemán.

“¿Y consiguieron hacerte cambiar aire caliente por una brisa suave?” fue la última pregunta de Waters en “Wish you were here”.

El VW Golf es el mejor auto del mundo, pero a más de 7 mil RPM solamente un Ferrari. Una estela de humo alcanzó a mi carro mientras perdía velocidad y potencia. El sopor a dos fuegos epilogaba la sesión del baúl y las últimas frases sueltas para dar continuidad final y sorpresiva.

Regresamos a pie por la acotación de la autopista. Ellos de la mano, sudando un silencio que se enfriaba al aire, yo hablándole de amor perdido a mi grabadora, antes de olvidar las frases superlativas, a toda velocidad para no dejar escapar ninguna letra rodante.

Una semana después mi carro fue declarado inservible, Pink Floyd anunció un glorioso reencuentro para X concierto benéfico, Juan Manuel García Jiménez y Arcelia terminaron su relación porque “fluía demasiado lento” y yo me convertí en solitario peatón que no dejó de hablar a su grabadora en los rincones lejanos al bulevar hasta terminar la susodicha novela.


* Este texto fue realizado hace aproximadamente 20 años y se publica hoy en homenaje a Juan Manuel García Jiménez, quien falleció el 21 de diciembre de 2024 en Zacatecas.

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