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viernes, 17 mayo, 2024
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El Lobo Sapiens y el juego de la libertad 

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Por: La Jornada Zacatecas •

La Gualdra 590 / Libros / Poesía

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Por Moisés Villaseñor Talavera

Para CEC

Hubiéramos querido que otras fueran las causas: no un golpe de Estado, con la violación de los derechos humanos subsecuente, como la censura, los secuestros, también las torturas. Enmarcada por una frase cuya verdad parece obvia aunque a menudo se olvida —“Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”—, en el Estadio Nacional una zona de la gradería permanece casi intacta para recordar que esa cancha de futbol se transformó en un campo de concentración, es decir, el lugar donde ejecutaban las humillaciones a quienes habían apoyado al gobierno de Salvador Allende. La ausencia de público en ese espacio activa el recuerdo. Pareciera que no hay nada más poderoso que el vacío, que la nada. Ahí ocurrieron las vejaciones. Ahí están los fantasmas, navegando todavía entre el silencio de su propia insensatez o vesania. Cuánto daríamos, a medio siglo de aquella conflagración social, para que todo hubiera sido una novela distópica en manos de Bioy Casares, Silvina Ocampo o Amparo Dávila, pero de ficción no tuvo un ápice. Los monstruos dejaron de habitar la imaginería para cercenar la vida cotidiana hasta convertirla en una pesadilla que duró 17 años. La dictadura en Chile ocasionó, además de la muerte del propio Allende, Pablo Neruda y miles de personas, que el poeta Hernán Lavín Cerda se exiliara en México.

La puerta había comenzado a abrirse en 1970. La llave fue La crujidera de la viuda, obra con la cual Lavín Cerda obtuvo el Premio Vicente Huidobro; el galardón consistía en un viaje por México durante un mes. Un año después publicó un libro cuyo título La conspiraciónpresagiaba tormenta. El 11 de septiembre de 1973 se cumplió la profecía: dolarosamente entró un Norte, muy del norte, como lo demostrarían, años después, los documentos desclasificados. Ante la incertidumbre de aquellos momentos, Lavín Cerda decidió buscar refugio en la embajada de México, a la espera del salvoconducto que le permitiera salir de Chile. Desde luego, no era la única persona al interior de la casa que fungía de embajada. Ahí estuvieron durante un mes, hacinados, compartiendo baño, sillones, comida, alrededor de cien personas. Poco a poco, las negociaciones diplomáticas avanzaron hasta que se logró la salida de aviones hacia México. Lavín Cerda arribó a México en octubre y, casi de inmediato, se incorporó a la UNAM. Fue ahí, mientras impartía el Taller de Poesía, donde lo conocimos, entre otros, Iván Vergara, director de Ultramarina C & D, editorial que ha publicado su más reciente libro, Al fondo sigue palpitando el mar; y quien escribe (aunque, ¿quién escribe cuando escribo?, como nos ha enseñado a cuestionarnos el poeta que vino de Santiago del Nuevo Extremo).

De Lavín Cerda aprendemos que la poesía se inscribe en los mecanismos lúdicos que nos liberan. La liberación ocurre en todos los niveles: desde la estructura (del verso libre a la prosa poética) hasta el contenido (lo mismo un poema sobre Rasputín que sobre el bostezo). Gracias a que desafía la norma del lenguaje vehicular o utilitario, la poesía consigue que el pensamiento abandone el territorio de lo lógico-conceptual para regresar al momento de la infancia, de la libertad absoluta, en el que la lengua aún no se ha erigido herramienta de lo posible sino que permanece como expresión genuina de lo imposible. En ese estado primigenio, contemplamos la vida por primera vez: todo es asombro, todo es descubrimiento, todo está a punto de ser nombrado. De ahí la importancia de “soltarse el cabello”, en palabras de Lavín Cerda, dejar que sea el verbo, no la idea, la fuerza que conduzca la enunciación: atreverse a jugar con las palabras hasta que el mismo idioma, al desafiar sus límites, amplíe la capacidad expresiva y, en consecuencia, nos haga ver lo impensable, lo inaudito, incluso lo invisible. Ahí está la creatividad poética, en ser capaz de ver con la lengua.

Dado que no se parte de algo que se quiera transmitir deliberadamente, el verbo poético va hacia el hallazgo, no hacia la demostración; la poesía se permite abrazar el enigma de dos vocablos que nunca aparecerían juntos en otro contexto (influencia de las vanguardias, sin duda alguna), también se da el lujo de preferir la unión de palabras, no por su sentido, sino por su musicalidad (influencia de su madre, pianista, y de su juvenil inclinación por el bolero). Por este equilibrio entre sonido y sentido, el poeta ha acuñado el sintagma “la música del pensamiento” para referirse a su poesía. A partir de estas premisas, como se intuye, es difícil establecer una temática que predomine: Lavín Cerda le escribe a todo porque lo poético no radica en el objeto (en el qué, dirían algunos); por el contrario, la cualidad de lo poético se halla en el lenguaje (en el cómo, dirían de nuevo esos algunos).

Como todo parte de la enunciación, de la forma de expresión, el poeta sabe que la solemnidad tal vez represente el pensamiento anquilosado de la sociedad, por lo que una forma de liberar al verbo de ciertas estructuras que fomentan ideas fijas es a través del humor. Con el humor se rompe la última barrera del idioma, porque al desmitificarse a sí mismo, el poema se ofrece al lector como un espacio abierto en el que se comparte una incertidumbre, una forma de ver entre muchas otras, no un dogma, no una imposición de perspectiva, mucho menos una verdad absoluta.

Leer la obra de Lavín Cerda equivale a estar en una fiesta o en un carnaval. Tal vez no recordemos versos específicos para presumir con las amistades, pero habremos sido capaces de imaginar lo inimaginable y, casi por herencia o por imitación, comenzaremos a pensar de otro modo, con la libertad creativa propia de la infancia. Habremos aprendido a generar imágenes propias, en vez de memorizar ideas ajenas. No busquen en la superficie los tesoros, parece decirnos el poeta, busquen el secreto en las profundidades: Al fondo sigue palpitando el mar. 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra590

 

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