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sábado, 5 octubre, 2024
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■ “Parte y motor de la democracia mexicana”

Festejo por el 40 aniversario de La Jornada

■ No podíamos imaginar llegar a las cuatro décadas; la hemos pasado muy bien: Carmen Lira Saade

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Por: La Jornada •

Ciudad de México. El miércoles 19 de septiembre de 1984 La Jornada publicó en su Número Uno un editorial en primera plana. Decía: “La parcela que nos toca cultivar es el periodismo”. Y también: “Este diario no ha nacido para satisfacer las necesidades profesionales de un grupo de periodistas. Surgió, sí, de un proyecto impulsado por ellos, pero hecho suyo y concretado por millones de mexicanos que, en esta hora del destino nacional, han hecho profesión de fe, no en los convocantes, sino en la democracia plural de la que este periódico aspira a ser parte y motor”.

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Hoy se publica el número 14,430. Han transcurrido cuatro décadas. Y esta casa editorial sigue siendo “parte y motor” en la construcción de la democracia mexicana.

Este domingo, en su breve y emotivo discurso de festejo, la directora general del diario Carmen Lita Saade recordaba el lejano día en el que, con este periódico recién nacido, los directivos de La Jornada conversaban con un fascinado escritor, Gabriel García Márquez, sobre la aventura de darle vida a un nuevo e innovador medio de comunicación.

“¿Y con cuanto capital cuentan?”, indagaba el escritor del realismo mágico, quien en esos tiempos también se había embarcado en la labor de crear un periódico en su natal Colombia.

“¿Nosotros? –respondió Carmen Lira, pieza clave del equipo fundador y en aquel momento jefa de información– Pues como para mantenernos a flote unos cinco días. No tenemos mas”. El Premio Nobel de Literatura no daba crédito al tamaño del espíritu temerario de aquellos soñadores.

“En aquel entonces no podíamos imaginar que llegaríamos al día de hoy, 40 años. Y lo logramos. Y la hemos pasado muy bien haciendo nuestro periódico”, expresó la directora general, la misma Carmen Lira que sorprendía en esa lejana fecha al Gabo, en un breve y emocionado discurso durante el festejo por el aniversario que reunió en un hermoso jardín de Coyoacán a cientos de directivos, reporteros y fotógrafos, articulistas, administradores, editores, correctores y trabajadores de todas las áreas e invitados para celebrar estas cuatro décadas.

En recuerdo de aquellos primeros días jornaleros, primero en un edificio con una amplia escalinata sobre Balderas, después por los rumbos de Polanco hasta la actual sede en la colonia Santa Cruz Atoyac, la directora Lira recordó y agradeció a los más insignes pintores de esa época que donaron valiosa obra para sostener las primeras publicaciones.

“No ha sido fácil…hemos tenido que salvar muchos obstáculos y las vicisitudes por las que ha pasado el país y el mundo”, señaló también. Pero La Jornada, con sus suplementos y sus publicaciones, ha logrado salir a la calle todos los días “gracias a que siempre nos guiamos por tres principios: resistencia, independencia absoluta y preservar la confianza de los lectores”.

Carmen Lira Saade, directora general de ‘La Jornada’ (al centro) pronunció un emotivo mensaje. Foto Víctor Camacho

Los soñadores

Acto seguido se entregaron 44 placas conmemorativas a los fundadores del diario que todavía siguen al pie del cañón, iniciando con quienes Luis Hernández Navarro, coordinador editorial, reconoció como “los tres pilares de este sueño hecho realidad” y que ya no están en este plano terrenal: Emilio Payán recogió la presea de su padre, el director fundador Carlos Payán Velver, a Pablo González Casanova, figura fundamental de la intelectualidad mexicana y al responsable de la edición durante muchos años, Josetxo Zaldua. Su placa fue entregada a su compañera Sandra García y a su hija Amaia Zaldua.

La placa conmemorativa expresa: “Honor a quien hace 40 años se atrevió a soñar”.

Entre los articulistas y columnistas fueron reconocidos Elena Poniatowska, Julio Hernández López, Rolando Cordera, Pedro Miguel, Iván Restrepo, José Cueli, José Blanco, Carlos Bonfil, Gustavo Gordillo, Juan Arturo Brennan, Alejandro Brito, Carlos Ortiz Tejeda, Heriberto Galindo, Antonio Gershenson, David Márquez y Lilia Rosbach. También a otros muy queridos ausentes: Carlos Monsiváis, Eduardo Galeano, Hugo Gutiérrez Vega, José María Pérez Gay, Fernando Benítez.

Entre los fotógrafos que dotaron al diario de una forma única de mirar, Pedro Valtierra, Rogelio Cuéllar y Fabrizio León Díaz. Entre los moneros que abrieron brecha con una narrativa irreverente y “criticona”, Magú, El Fisgón y Rochita. En la memoria y los corazones quedan dos jóvenes gigantes del cartón: Manuel Ahumada y Antonio Helguera.

Y de los reporteros de aquellos tiempos, entre los cuales solo siguen ejerciendo la reporteriaa dos o tres, porque los demás han asumido otros cargos: Andrea Becerril, Hermann Bellinghausen, Víctor Ballinas, Pedro Aldana, Carlos Fernández Vega, Miguel Ángel Velázquez, Ricardo Yáñez, Manuel Meneses y quien esto escribe.

Los editores que desde el primer día cuidaron las páginas: Carmen Lira, Guillermina Álvarez, Andrés Ruiz, Marcela Aldana, Clara Huacuja, Margarita Ramírez. Con muchos aplausos fueron reconocidas también Socorro Valadés, Rebeca Contreras y Estela Aguado, del área administrativa.

Acto seguido, los trabajadores del periódico de todas las áreas que concurren cada día, cada noche, desde hace 40 años, para darle forma al diario que de madrugada empieza a circular con la información diaria como pan fresco, imprenta y circulación incluidos, recibieron un pin conmemorativo y, más importante aun, las porras de sus colegas.

Contexto

La Jornada nació a mediados de los ochenta, a los pocos meses del asesinato del periodista más influyente del periodismo mexicano de su tiempo, Manuel Buendía, síntoma de la violencia, la rampante corrupción y el rápido agotamiento de la promesa de apertura de Miguel de la Madrid, que no supo romper con el modelo autoritario priista.

En la industria de la información predominaba un oficialismo uniforme, reflejo de una vida política que lo controlaba todo. Pero entre la sociedad despuntaban ya exigencias y anhelos de voces más plurales. Los movimientos populares exigían ser escuchados.

Fruto de la rigidez de un régimen que veía a la disidencia con hostilidad y después del golpe de Luis Echeverría contra Excelsior, surgen nuevos medios, Proceso, unomásuno y, luego de una ruptura interna en este diario, La Jornada. Y este proyecto, fruto de una convocatoria a la sociedad civil, con una clara apuesta por la democratización de la política, del quehacer periodístico y de la cultura, propuso un pacto con sus potenciales lectores.

Un pequeño ejército de periodistas, muy jóvenes entonces, se lanzó casi de puerta en puerta a “vender acciones para una nueva empresa”. Y sorprendentemente, encontró terreno fértil, una sociedad de lectores ávidos de un periodismo mas libre y moderno. Eso fue lo que permitió a nuestro diario echar raíces.

La convocatoria formal se anunció en un acto público que resultó tumultuario en el Poliforum Siqueiros el 26 de febrero de 1983.

En La Jornada de los ochenta todo se hizo diferente. Sin el respaldo de medios empresariales o del gobierno, se apostó por los lectores. Y los primeros en responder fueron los actores más relevantes del medio cultural, en particular los artistas plásticos.

Rufino Tamayo abrazó la idea donando cien litografías firmadas de su obra “Hombre en Rojo”. Francisco Toledo realizó cuatro series de 250 serigrafías “Sin título”. Cada uno que comprara una acción adquiría uno de estos tesoros. Nadie más quiso quedarse fuera. Donaron obra más de 100 artistas plásticos, en una colección que fue organizada en un primer momento por Cristina Payán, Vicente Rojo, Pablo O´Higgins, Pedro Coronel, Olga Costa, Chávez Morado, Gunter Gerzo, Alberto Gironella, Vicente Gandía, Sergio Hernández, Carmen Parra, Vlady, Fernando García Ponce, Felipe Ehrenberg, Manuel Ahumada, Lourdes Grobet, Pablo Ortiz Monasterio, Nishizawa, Gabriel Macotela, Helio Flores, Friedeberg, Van Gunten, Arnold Belkin, Gilberto Aceves Navarro, Fanny Rabel, Castro Leñero, Cuevas…el catálogo completo está publicado en la edición “El Arte en La Jornada” de 2002.

Vicente Rojo fue más allá y diseñó el sol en marcha que sigue siendo el bello logo del periódico. “Busqué –decía Rojo—dar la imagen de un mundo en el que se representase el transcurrir de una jornada, del día a la noche”.

Huyendo del modelo de cooperativa que había demostrado ser vulnerable ante los ataques del poder –los casos de Excélsior y unomásuno—el nuevo colectivo optó por una fórmula empresarial diferente: una sociedad anónima de capital variable, pero “de iguales”, en la que no hay (a la fecha) ningún accionista con mas acciones que los demás y en el que buena parte de los propietarios son, además, trabajadores.

Todo era diferente al modelo empresarial, incluso la forma de tomar decisiones. En el Consejo de Administración –al que ningún socio empresario llegaba con corbata o tacones– se discutía más cómo hacer democráticos los pasos más elementales. Fue así como se votó a mano alzada el nombre “La Jornada”.

Al momento de la convocatoria y el nacimiento de este medio despuntaba ya una primavera con ideas de derechos humanos, carta de ciudadanía para la diversidad sexual, justicia y derechos laborales para todos, pero en particular para los trabajadores, campesinos e indígenas. Los “comunistas” ya no estaban proscritos –pero los desaparecidos seguían y siguen– y el periodismo de denuncia se afinaba a punta de nuevas plumas. La crónica –el género más creativo del espectro reporteril– campeaba por sus fueros: Jaime Avilés, Manuel Altamira, Pascual Salanueva, Hermann Bellinghausen, Cristina Pacheco. Al año siguiente, a raíz del terremoto de 1985, llegó Elena Poniatowska con sus crónicas-escuela. El México agraviado era reporteado en todo lo largo y ancho.

Carmen Lira Saade, directora general de ‘La Jornada’ estuvo acompañada por cientos de directivos, reporteros, fotógrafos, articulistas, administradores, editores y trabajadores de todas las áreas e invitados. Foto Víctor Camacho

Un relato distinto

El concepto de sociedad civil apenas tomaba forma en esos días y La Jornada no fue ajena al proceso. Más aun, fue fruto de ella, de la “señora sociedad civil”, como la bautizara diez años después el zapatista subcomandante Marcos a partir de las teorías literarias de Carlos Monsiváis y su columna Por mi madre bohemios.

Y como estaba emergiendo una sociedad con nuevas exigencias, el poderoso PRI no tardó en fracturarse y surgió el neo cardenismo en 1986. La reacción fue el fraude contra Cuauhtémoc Cárdenas de 1988, que también cobró factura en las filas de La Jornada. Varios fundadores marcharon a las filas del salinismo.

Este diario relataba ya el país de una forma distinta. Pero también narraba el mundo. Los ochenta coinciden con Ronald Reagan y su revolución conservadora, madre del trumpismo de hoy. Con corresponsales como Stella Calloni, David Brooks y Juan Pablo Duch, el diario se volcó a fondo a reportear el descongelamiento de las dictaduras sudamericanas, la escalada de la tardía guerra fría en Centroamérica y Cuba. Y luego la llegada de George Bush y la invasión de Panamá, la época de oro de la diplomacia mexicana que supo tomar distancia de los dictados de Washington para buscar espacios de diálogo en las guerras. Y la Perestroika, la caída del muro de Berlín, el fin del siglo corto, lo que se perfilaba como el mundo post soviético, el ascenso del neoliberalismo que para América Latina significó una década perdida, privatizaciones y pobreza como única posibilidad.

Los noventa también fueron reporteados con una mirada propia. La gestión de Salinas y el asesinato de Luis Donaldo Colosio de la pluma de Elena Gallegos, los síntomas de lo que habría de estallar el primero de enero con los corresponsales y enviados a Chiapas, Rosa Rojas, Matilde Pérez y Elio Henríquez, el levantamiento del EZLN con las crónicas de Hermann Bellinghausen, las masacres de Acteal, las de Aguas Blancas y El Charco con nuestros corresponsales en Guerrero, por las cuales el ex presidente Ernesto Zedillo sigue debiendo a la nación por su responsabilidad directa.

Y así, como cambiaba el mundo y el país, cambiaba La Jornada. Después de tres cuatrienios sucesivos en la dirección general, Carlos Payán no volvió a postularse en la elección del sitio de timonel que en este periódico –otra singularidad que no existe en ningún otro medio—y propuso en 1996 a Carmen Lira. Fue relecta por unanimidad, en una época en la que ninguna otra mujer había roto el techo de cristal del patriarcado en la industria periodística. Y desde entonces sigue al mando, ratificada por la Asamblea de Accionistas, máximo órgano de decisión en esta empresa.

Y el viejo deefe –antes de tomar status de Ciudad de México– cambió con la llegada de Cuauhtémoc Cárdenas a la jefatura de gobierno en 1997. Y en 2000 llegó al país la alternancia panista sin cambio ni transformación, con el triunfo electoral de Vicente Fox y el nuevo fraude electoral de Felipe Calderón en 2006, con el despunte de las nuevas violencias, el narcotráfico permeando por todos lados y la valentía de los corresponsales mandando sus despachos desde las zonas en conflicto. Años después, en 2017, dos de nuestros mejores compañeros fueron asesinados, Javier Valdez en Sinaloa y Miroslava Breach en Chihuahua, lastimando profundamente a esta comunidad periodística.

Y llegó el relevo

La Jornada se iban incorporando y madurando nuevos periodistas, con sus estilos y su empuje, dando cuenta de los nuevos retos de la salud, la educación, el medio ambiente, la causa de las mujeres, los movimientos sociales y sus demandas, como la prolongada huelga de la UNAM, durante la cual el periódico mantuvo intacta su apuesta por la educación universitaria gratuita.

El nuevo milenio aterrizó violentamente con los atentados en Manhattan (el 11/7 de 2001) y la directora Carmen Lira decidió que el mundo tenía que ser explicado de otra manera. Entonces empezaron a publicar en nuestras páginas Noam Chomski, Robert Fisk, Edward Said, Howard Zinn, enormes pensadores de la época.

Y a América Latina llegó la ola progresista: Hugo Chávez, Evo Morales, Lula da Silva, Rafael Correa, los Kirchner. Y luego el péndulo regresó a la era golpista y de regímenes de derecha. México parecía inamovible con su alternancia sin cambios y el regreso del PRI con Enrique Peña Nieto (seguido paso a paso y con lupa por Rosa Elvira Vargas).

Entonces ocurrió Ayotzinapa, la gran herida que no cierra, los 43 estudiantes desaparecidos el 26 de septiembre de 2014 (pronto harán ya diez años), el engaño de la mentira oficial y el oficio periodístico en Guerrero, con Sergio Ocampo, Paula Mónaco y Arturo Cano, entre otros.

Con el paso de las décadas, a La Jornada se han incorporado y madurado nuevos periodistas y fotorreporteros, con sus estilos y su empuje, dando cuenta de los nuevos retos de la salud, (resistiendo, contando y documentando la pandemia y la post pandemia), la educación, el medio ambiente, el feminismo, la búsqueda de los desaparecidos, los cada vez mas vivos movimientos sociales y sus demandas, la imparable violencia y la incansable demanda de justicia.

Llegaron nuevos aires en 2018. Los retos de nuestros periodistas con la Cuarta Transformación cambiaron. El espíritu del pensamiento crítico se sostuvo. También las ganas de pelear.

Y también cambiaron los lectores. Algunos son los mismos de antes, los que han encanecido tomando café con jornada cada mañana desde hace 40 años. Y otros mucho más jóvenes, mas exigentes, con otras formas de leer, informarse e inconformarse. Y entre tantos vientos encontrados, a las puertas de una nueva era, un nuevo sexenio que presidirá una mujer, la talacha diaria continua en Avenida Cuauhtémoc 1236. Y seguirá por muchos años por venir.

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